Lo verde está de moda en Washington. Caminar hoy por la capital de Estados Unidos significa encontrar casi en cada esquina un cartel, un anuncio, un letrero o una recomendación oficial que alude al cambio climático o a lo que podemos hacer para evitarlo. Los autobuses de los museos Smithsonian, por ejemplo, ya son todos eléctricos, y hacen ostentación de ello con grandes anuncios en sus laterales. Cualquier hotel que se precie coloca en cada una de sus habitaciones las medidas que ya ha tomado para reducir el consumo de agua y energía, al mismo tiempo que pide a los huéspedes que colaboren en lo posible. Nada más llegar a la ciudad y desde el mismísimo aeropuerto, el mensaje resulta inequívoco: Estados Unidos ha dado un vuelco y ha aceptado el desafío sin paliativos.
Las campañas del Gobierno están por todas partes, en la calle, en la televisión y en los periódicos. Los comerciantes reciclan y hacen alarde de ello públicamente. Las comunidades de vecinos premian al que haya consumido menos elergía eléctrica y miran mal al que despilfasrra. Cada vez más empresas se suman a la campaña en favor de la ya famosa ley “Cap and Trade”, pendiente de su paso por el Senado. Y no se trata de compañías pequeñas, como demuestran las acciones, entre otras, de Nike y de Apple.
Los que están en contra del cambio también se dejan oir, por supuesto. También ellos, principalmente desde las filas republicanas, lanzan sus campañas y advierten de que la ley que planea Obama traerá la ruina a las empresas y a los hogares norteamericanas. Sin embargo, y visto lo visto durante estos días, ese mensaje no cala, o lo hace cada vez menos. Y es que, con ese espíritu de “todos a una” (algunos lo llaman borreguismo) que caracteriza a menudo a la sociedad norteamericana, parecería que una buena parte de ella se ha apuntado a la cruzada.
Lo comenta con orgullo el taxista, que acaba de añadir un nuevo filtro de gases a su tubo de escape; o los empleados de los supermercados, donde las bolsas de papel reciclable hace ya tiempo que han sustituido a las de plástico. Lo dicen las peluqueras, que han desterrado los aerosoles para siempre, y el botones del hotel, que te pide amablemente que utilices dos días la misma toalla para ahorrar agua en la lavandería.
Se diría que todo el mundo, impregnado aún por el “yes, we can” de su presidente, ha decidido que ha llegado la hora de que Estados Unidos se ponga al frente de los países que han decidido luchar contra el calentamiento global. Pero para poder acudir con la cabeza bien alta a Copenhage, de donde saldrá el acuerdo que sustituya al protocolo de Kioto, los norteamericanos tienen que conseguir hacer los deberes en casa. O dicho de otra forma, lograr que la nueva ley contra el cambio climático supere las reticencias del Senado y se apruebe antes de que se celebre la cumbre en diciembre. Una tarea que, a decir verdad, muchos consideran casi imposible.
La opinión de Jennifer Morgan
En nuestro periplo por la América verde, los seis periodistas europeos invitados por el Gobierno norteamericano nos sentamos ayer con Jennifer Morgan, un auténtico peso pesado en la materia y actual directora del Programa de Clima y Energía del prestigioso World Resources Institute, un organismo consultor de la Administración de la que parten numerosas iniciativas políticas y sociales.
Jennifer Morgan tiene una larga trayectoria, desde su puesto como directora del programa de cambio climático de la organización internacional WWF a miembro del E3G o consejera del primer ministro británico, Tony Blair para asuntos medioambientales.
-¿Servirá para algo la cumbre de Copenhague?
-Creo sinceramente que aún hay posibilidades de llegar a un acuerdo significativo en Copenhague La Administración norteamericana se ha movido mucho y muy rápido, y eso es una novedad importante. A diferencia de lo que sucedió con Kyoto, ahora Estados Unidos está plenamente implicado.
-¿No pesa excesivamente la oposición interna?
Por supuesto, existen dificultades, y no sólo externas: Internamente, estamos llevando a cabo un debate para decidir qué es exactamente lo que necesita EE.UU. Y no todos estamos de acuerdo en ello, aunque en términos generales, los norteamericanos coinciden en que hace falta un gran acuerdo internacional.
-¿Cree que es mejor el modelo de Kyoto, con objetivos fijos y definidos para todos, o el que se basa en que cada país elabore libremente su propia agenda de actuaciones?
-Creo que lo mejor es un punto intermedio entre ambas posturas. Necesitamos conservar el espíritu de Kyoto, pero también saber qué es exactamente lo que cada país está dispuesto a hacer. La clave de estas negociaciones está en la transparencia. También es cierto que muchos piensan que sin objetivos claros, como los que marca Kyoto, algunos países pueden relajarse y no cumplir. Esa es una cuestión abierta.
-¿Tendría EE.UU la misma fuerza si acude a Copenhague sin haber aprobado la nueva ley propuesta por Obama?
-Por supuesto que no. No es lo mismo ir a Copenhague con los deberes hechos en casa que sin ellos. Aunque creo que aún hay tiempo para conseguirlo. Es un gran desafío, es cierto, pero Obama está completamente volcado. Hay señales que indican que se podría aprobar la ley antes de diciembre, aunque nadie lo sabe con certeza. Lo que está claro es que aprobarla a tiempo nos daría mucha más credibilidad.
– ¿Superarán la oposición de los senadores republicanos?
-Espero que sí, aunque en este tema los demócratas están muy lejos de los republicanos. De todas formas, también ha habido senadores republicanos que han votado en favor de la ley. La cuestión es que si no sale adelante ahora, quizá no tengamos otra oportunidad. Junto a la reforma sanitaria, esta ley es la mayor apuesta de la Administración Obama. Y ahí se la juega.
– No es fácil que la gente de la calle comprenda el lenguaje y los términos de las negociaciones sobre el cambio climático. ¿Cómo se lo explicaría?
-Resulta muy complicado explicar en lenguaje llano cómo funciona el sistema energético mundial y su equilibrio. Es tarea de los políticos, y también de gente como usted, de los periodistas, aclarar ese mensaje a la población. Baste con decir que es el mayor de los problemas al que nos enfrentamos en la actualidad. Y no sólo un país, o un bloque, sino todos, desde los más ricos a los más pobres.
– ¿Les ha inspirado en algo lo que se está haciendo en Europa?
-Si. El Gobierno de Obama mira mucho a lo que se ha hecho en Europa, al camino que ha recorrido. En el pasado, EE.UU no actuaba, no hacia nada, pero ahora las cosas han cambiado. Hay mucha gente trabajando, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Hay equipos diferentes trabajando en la ley nacional y en la preparación de las negociaciones de Copenhague. Pero ambos deben apuntar hacia una misma dirección. Lo más importante es generar los ingresos y desarrollar la tecnología necesaria para afrontar el cambio de nuestro sistema productivo.
-Es una tarea enorme…
-Desde luego, y para la que queda muy poco tiempo. Si no empezamos a actuar dentro de los próximos cinco o diez años, puede ser demasiado tarde. Nos queda muy poco tiempo para rectificar y detener el proceso. Pero si no lo hacemos, los costes económicos y humanos serán astronómicos. Aquí nos estamos jugando el futuro, y para ganar hay que sentar las bases de una nueva economía. Si Estados Unidos consigue contagiar esta mentalidad innovadora a los demás, entonces tendremos una oportunidad.
-¿Cree entonces que los ciudadanos se están implicando en el debate?
-Sin duda alguna. Se puede ver por la calle, con sólo pasear y estar entre la gente. Hoy, los ciudadanos norteamericanos se están implicando físicamente de una forma que es difícil que se comprenda en Europa. Distrito a distrito, iniciativa a iniciativa, casa a casa… Las llamadas de apoyo y para ofrecer colaboración se cuentan por miles cada día. El debate, no hay duda, se ha vuelto popular, y está en la calle.