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Blogs Ciencia y Tecnología por José Manuel Nieves

Persecución policial a un asteroide

José Manuel Nieves el

Alrededor de la medianoche del 6 de octubre de 2008, un punto blanco cruzó rápidamente la pantalla del ordenador de Richard Kowalski en el observatorio del monte Lemmon, en Arizona. Nada fuera de lo normal para un astrónomo que había pasado los últimos tres años y medio de su vida escaneando imágenes de telescopios en busca de asteroides con trayectorias cercanas a la Tierra.

Como en cientos de otras ocasiones, Kowalski transmitió las coordenadas al Centro de Planetas Menores de Cambridge, en Massachussets, que monitoriza continuamente los movimientos de cientos de asteroides y otros objetos alrededor de nuestro planeta. Y al amanecer, como cada día, se fue a dormir.

Sin embargo, la roca que había descubierto no era como las demás. De hecho, el software que habitualmente traza de forma automática las órbitas de los objetos cuyas coordenadas se introducen en el sistema, no respondió como solía hacerlo en otras ocasiones, y requirió una intervención humana directa. Fue Tim Spahr, el director del Centro de Planetas Menores, quien realizó manualmente los cálculos que el ordenador estaba solicitando. Apenas habían pasado unas horas de su detección y la roca, a la que ya se había asignado el nombre de 2008 TC3, se salía de todas las previsiones. De hecho, según los cálculos de Spahr, parecía dirigirse directamente hacia la Tierra.

Spahr respiró hondo y decidió utilizar el número de teléfono destinado a emergencias. Y llamó directamente al móvil de Lindley Johnson, el jefe del programa NEAR, de la NASA, instituto que se dedica específicamente a la observación y seguimiento de objetos cercanos a nuestro mundo. Bastaron pocas palabras para que Johnson, a su vez, telefoneara a Steve Chesley, astrónomo del Jet Propulsion Laboratory, (también de la NASA), que en ese momento estaba dejando a sus hijos en el colegio.

Certeza del cien por cien

Chelsey voló hasta su despacho, introdujo los datos en un software diseñado específicamente para calcular las órbitas de los asteroides y se quedó pasmado al contemplar, por primera vez en toda su vida, unos resultados que arrojaban un cien por cien de probabilidades de impacto contra la tierra. El asteroide, de unas ochenta toneladas y el tamaño de un automóvil, cruzaría la atmósfera terrestre apenas trece horas más tarde. El impacto se produciría en el norte de Sudán, exactamente a las 5:46 de la mañana siguiente, hora local.

Chelsey envió de inmediato una alerta al cuartel general de la NASA, que puso en circulación un boletín electrónico que reciben por mail cientos de astrónomos en todo el mundo. Varios grupos, desde diversos países, confirmaron los datos y certificaron la inminencia de la colisión.

Muchos pequeños objetos parecidos a 2008 TC3 caen cada año a nuestro planeta, pero ésta era la primera vez que los astrónomos conseguían ver uno justo antes de su llegada. Lo cual proporcionaría una oportunidad única para estudiar, en tiempo real, cómo se comporta un asteroide que se precipita contra la Tierra, cómo se deshace en pedazos a causa de la fricción de la atmósfera y, sobre todo, el paradero de cada uno de esos fragmentos que, en forma de meteoritos, quedan diseminados en una amplia franja de terreno tras caer al suelo.

Todo ello, por supuesto, si los astrónomos eran capaces de movilizar y de coordinar, en las escasas horas que quedaban, los recursos necesarios en zonas muy distantes del planeta. Durante las horas siguientes, un torbellino de llamadas y correos electrónicos recorrió el globo de punta a punta intentando organizar las observaciones.

Se consiguió. Minuto a minuto y durante todo el día, los informes fueron llegando desde 26 observatorios y telescopios repartidos por todo el mundo, incluído el William Herschel, del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) en la isla de La Palma. Se recibieron en total 560 observaciones diferentes.

Sin embargo, cuando sólo faltaba una hora para su entrada en la atmósfera, 2008 TC3 quedó oculto para los astrónomos por culpa de la sombra de nuestro propio planeta. Ya no sería posible observarlo hasta el momento de su llegada.

Una solución ingeniosa

El norte de Sudán es una zona relativamente despoblada y que no se caracteriza precisamente por la abundancia de recursos científicos. ¿A quién encomendar entonces la observación directa del fenómeno? La solución se le ocurrió a Jacob Kuiper, un meteorólogo holandés de aviación civil que, habiendo recibido el correo electrónico en el que se informaba de la llegada del asteroide, decidió comunicarlo a Air France-KLM (la compañía aérea para la que realiza sus previsiones) suponiendo que alguno de sus vuelos estaría en esos momentos sobrevolando esa zona de África. Faltaban sólo 45 minutos para el impacto.

Apenas diez minutos después, el piloto Ron de Poorter recibió un mensaje impreso en la cabina del vuelo 592 de KLM en ruta desde Johanesburgo a Amsterdam. A partir de la latitud y la longitud que figuraban en el mensaje, De Poorter calculó que se encontraba a unos 1.400 kilómetros del punto de entrada del asteroide. Así que redujo la iluminación de la cabina y entornó la vista.

Muy por encima del avión, 2008 TC3 entraba ya en la atmósfera a cerca de 12.400 metros por segundo. Las capas externas de la roca quedaron vaporizadas casi al instante, causando una brillante estela luminosa que pudo ser observada por el piloto holandés. Veinte segundos después, la presión del entorno provocó una serie de explosiones que lo hicieron pedazos, dejando en su caída un reguero de polvo ardiente. El piloto y numerosos testigos entre la población local contemplaron el fenómeno con todo detalle.

Al mismo tiempo, desde el cielo, distintos satélites enfocaban sus instrumentos hacia el asteroide cuando éste se encontraba solo a 65 km sobre el desierto sudanés. Con esos instrumentos se calculó que la explosión fue equivalente a entre uno y dos kilotones, la décima parte de la potencia de la bomba atómica que arrasó Hiroshima. Se calcula que, cada año, la masa total de nuestro planeta se incrementa en unas diez mil toneladas debido a esta clase de fenómenos.

En busca de los restos

Y hasta aquí la historia del primer seguimiento en directo de un asteroide en su ruta de impacto contra nosotros. Algo único y espectacular, pero todavía insuficiente para Peter Jenniskens, astrónomo del Instituto SETI en Mountain View, California. De hecho, el científico no quiso limitarse a la simple observación, sino que organizó una expedición a Sudán apenas un par de meses después (en diciembre de 2008) para localizar los fragmentos del meteorito.

En un artículo que hoy ha merecido la portada de la revista Nature, Jenniskens cuenta cómo durante varios días, un equipo de científicos y un grupo de 45 estudiantes sudaneses de la Universidad de Jartum, peinaron literalmente una zona de 29 kilómetros cuadrados del desierto de Nubia, recogiendo 47 fragmentos del 2008 TC3 (en total 3,95 kg de roca). “Ha sido una oportunidad extraordinaria el haber podido llevar por primera vez al laboratorio fragmentos de un asteroide que habíamos visto antes en el espacio”, subrayó Jenniskens.

Dos mitades que no encajan

En efecto, la composición química de los asteroides puede ser estudiada analizando el espectro de la luz solar que reflejan sus superficies. Con este método, los astrónomos han tenido hasta ahora la información suficiente para dividir los asteroides en varias grandes familias, pero nunca han conseguido datos detallados sobre su composición. Por otra parte, los meteoritos encontrados en la Tierra sí que pueden ser analizados directamente en busca de su composición química, pero los investigadores casi nunca tienen información sobre el tipo de asteroide del que proceden. Gracias a 2008 TC3 se han podido, por primera vez, hacer ambas cosas.

El análisis de la composición rocosa de los restos arrojó que pertenece a a la familia de los acondritos, meteoritos rocosos que se formaron a partir de material procedente de la formación del Sistema Solar, hace 4-500 millones de años. Desde entonces, esta materia prácticamente no ha sufrido cambios, por lo que el asteroide trajo hasta la Tierra un fragmento intacto del Sistema Solar primitivo. “2008 TC3 podría servir como piedra de Roseta, que nos revele indicios decisivos de los procesos a partir de los cuales surgieron la Tierra y los demás planetas”, aseguraba ayer Rocco Mancinelli, colega de Jenniskens en el SETI.

El 2008 TC3 está formado por un tipo de material de grano fino, poroso y frágil, del todo ausente en las colecciones de meteoritos que los científicos atesoran por todo el mundo. Según las mediciones espectroscópicas realizadas en el espacio y el análisis directo de las rocas recuperadas en Sudán, el 2008 TC3 pertenece, además, a un grupo de asteroides muy poco estudiado, otro auténtico premio para los científicos. “Los asteroides clase F fueron durante largo tiempo un enigma”, asegura la investigadora de planetas del SETI Janice Bishop. “Los astrónomos han medido con telescopios sus características espectrales únicas, pero antes del 2008 TC3 no había una clase de meteoritos correspondiente, no había rocas que pudiéramos estudiar en el laboratorio”.

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