Nuestro planeta sufre un bombardeo constante de partículas cósmicas. Procedentes en gran medida del Sol y también de las estrellas o de los más violentos y lejanos eventos del Universo, no sería exagerado decir que cada centímetro cuadrado de nuestro mundo recibe, a cada segundo que pasa, el impacto de millones de estas partículas de alta energía.
Afortunadamente, contamos con un escudo natural que nos defiende de esta agresión constante: el campo magnético que rodea la Tierra y que desvía, o convierte en una lluvia inofensiva, la mayor parte de esas partículas letales. Sin él, es muy probable que la vida se hubiera extinguido hace mucho tiempo, o incluso que ni siquiera hubiera llegado a formarse.
Sin embargo, en ocasiones, la agresión resulta tan violenta que ni siquiera el escudo magnético es capaz de contenerla. En esos momentos, nuestras defensas se ven ampliamente superadas y las partículas de alta energía atraviesan la atmósfera como millones de «balas microscópicas» que impactan sobre la superficie del planeta y contra todo lo que hay en ella.
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Ciencia