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La sombra alargada de una investidura fallida

La sombra alargada de una investidura fallida
Marisa Gallero el

 

Pedro Sánchez sigue proyectándose en la sombra alargada de su investidura fallida. Sus primeras palabras para inaugurar 2018 fueron para recordar que pronto se cumplirán dos años del encargo del Rey para formar Gobierno. Casi dos años después sigue obsesionado con haber rozado la presidencia. Se le olvida que cosechó hasta 219 votos en contra y que si los datos actuales del CIS se mantienen, aunque recuperaría entre siete y diez escaños, la suma de izquierdas ni está ni se le espera. A Pablo Iglesias menos todavía. Desde el mitín de cierre de campaña lleva cuarenta días de silencio. Una cuarentena. Domènech pedía reflexionar y se lo han tomado a la tremenda. Buscarán la forma de vender su negativa a negociar con Ciudadanos, dándole la razón al líder socialista cuando asegura que están «alineados con el bloque independentista».

Por mucho que en un ejercicio de nostalgia diga que no le mueve el reproche a Sánchez se le nota resentido. No hubo cambio por mucho que lo quisiera capitalizar. Con la autoridad que todavía mantiene por ganar a pulso el puesto de secretario general en primarias, arropado por su Ejecutiva en el desayuno de Fórum Europa, Sánchez amenazó con un año preelectoral dando la murga con sus diez acuerdos de país. De palabra todos firmaríamos por mejorar las pensiones, la educación, la igualdad de género, aprobar un ingreso mínimo vital y rescatar a los jóvenes. Pero, ¿cómo se gestiona? ¿Acaso cierran acuerdos en el Parlamento o se ha convertido en un patio de colegio?

La única explicación de dónde sacaría el dinero llegó con el anuncio de la creación de dos nuevos impuestos. Uno sobre las transacciones financieras y otro extraordinario a la banca, que recaudaría de 800 a 1.000 millones de euros. No conocemos la letra pequeña. A eso sí le respondió Iglesias, que se cree líder de la oposición por mandar un tuit de entrada y otro de salida, dando por sentado que es una «buena noticia» que le copie sus propuestas.

Por poner un ejemplo de algo que tengo alguna noción habló de un pacto del agua. Nadie lo negaría cuando la sequía ha llegado para quedarse. Pero si recordamos el último informe del Tribunal de Cuentas, que analizó la gestión socialista de Acuamed, determinó unos sobrecostes de casi 215 millones de euros en seis desaladoras. Sin contar que todavía siguen otras cuatro sin estar operativas.

Durante el turno de preguntas nadie se acordó del caso ERE cuando el juicio se reanudaba a esa misma hora en la Audiencia de Sevilla y se conocía por ABC que la propia Junta de Andalucía admitió en un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional que hubo «delitos de corrupción» y un «enorme quebranto» económico. Si fuera Mariano Rajoy bien le preguntarían por la Gürtel valenciana que arranca este próximo lunes con un ingrediente extra. El pacto de la Fiscalía con Francisco Correa, que pretende reducir condena reconociendo pagos en B del PP de Valencia para campañas electorales.

La realidad es que la legislatura de las oportunidades perdidas es la que no lleva su nombre. No le quedó ni fuerza para decir «no es no» ni para insuflarle vida a una moción de censura que nacería muerta. Su argumento es un lugar común: la nada de Rajoy. Igual de impenetrable que en Fantasía. Lo suyo no es de este mundo. Después de descalabrarse en Cataluña, con el aliento de Albert Rivera en la nuca, son Artur Mas y Carles Mundò quiénes dimiten. La guerra fría catalana empieza a cobrarse piezas.

Vuelve el Pedro que se presentó a una investidura fallida, que estuvo 102 minutos luciéndose antes de cosechar un rotundo fracaso. Sólo apoyará al Gobierno en la defensa del Estado y de la integridad territorial, mientras exige que se tomen en serio los trabajos constitucionales que arrancan en el Congreso, dispuesto a liderar la oposición y combatir la desigualdad de la derecha, reivindicando al electorado del 15-M. Palabras mayores.

 

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