Alia, 27 años, embarazada. Su novio Israel pensaba que le había sido infiel. Discutían dentro de un coche. Y le cortó la yugular. No sabemos que le diría mientras la degollaba. Sí que repetía como una letanía: «No es mi hijo, no es mío».
Yolanda, 50 años. Llevaba 4 años separada y debía encontrarse con su ex en los Juzgado de Familia. Su hija de 17 años quería renunciar a las visitas paternas. Antes de la cita, la espero en el garaje. Era cerca de medianoche. Fríamente le asestó varias puñaladas que acabaron con su vida.
No aparece su nombre. Tenía 32 años. Su marido la rocío con gasolina y le prendió fuego. Con casi todo el cuerpo abrasado, consiguió escapar con su hijo de 2 años. Él gritaba: «¡Matadme, matadme!». Ella sí que murió después de estar varios días en estado muy grave.
Alexandra, 32 años. Iba a declarar contra su pareja en un juicio. La acuchilló en el portal de su casa. Dejándola desangrarse delante de su pequeño de 5 años. La orden de alejamiento no fue nada disuasoria.
Teresa, 47 años. Un día se atrevió y huyó de Córdoba harta de vivir en el infierno. Tenía una orden de protección. Él no paró hasta encontrarla. Su cuerpo fue hallado completamente lleno de heridas. Su valor no tuvo recompensa.
Marina, 50 años. Había denunciado malos tratos de su pareja en el 2002. 14 años llamando a los servicios de teleasistencia, de acudir a la policía, a las administraciones públicas. La última vez fue en diciembre de 2015. 14 años de terror cotidiano que no silenció. De nada le valió. La estranguló en su casa.
Paqui, 71 años. Iba a celebrar en familia la mayoría de edad de uno de sus nietos. Pero cómo no llegaba, extrañado, se acercó hasta la casa. Su abuela estaba tirada en el suelo, tapada con una manta y con sangre en la cabeza. Ya no le pudo cantar cumpleaños feliz.
Ascención, 46 años. No pudo abrir la confitería La Duquesita donde atendía al público. Su marido era el obrador. La mató en la cama golpeándola en la cabeza. Él estaba en el salón borracho de pastillas y alcohol. Los vecinos escucharon golpes, gritos aterradores y llantos desconsolados. Tuvo que ser una auténtica agonía. No hicieron nada.
Lucinda, 43 años. Empezaba a rehacer su vida. Con la seguridad de que sus hijas ya eran mayores: 25 y 15 años la más pequeña. Salió del portal de su casa a las 9:30 de la mañana. Sin mediar palabra, su exmarido le disparó varios tiros en la cabeza. Luego se suicidó. Por esa falsa creencia de que sólo podía ser suya.
Ellas no son casos aislados. En el año 2016 hasta 45 mujeres han perdido su vida por quiénes algún día las amaron. Muchas de ellas denunciaron. Tenían orden de alejamiento. No se callaron. Pero muchas otras no hablan. No creen en un sistema que las deja tiradas e indefensas. «Help!» es el grito de guerra de «Vivir es fácil con los ojos cerrados» de David Trueba. Cuenta Javier Cámara que todos deberíamos atrevernos a pedir ayuda, a gritarla. Si fuera así de fácil, quizá la sociedad se concienciaría.
Mientras no debería haber un día contra la violencia de género. Tendrían que ser 365 días al año.
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