Mariano Rajoy arrancaba a las 8:30 de la mañana con la imagen de una línea roja en su cuenta de Twitter. «Después de estos meses, así es como veo yo la situación política». Parecía que decía: muerta, como indica el monitor del corazón que el tiempo se ha detenido.
Esa línea roja para el Partido Popular son los «vetos» de los otros, pero también es la propia marca que dibujo el presidente en funciones cuando dio un paso atrás y desde esa distancia dejó a los demás estrellarse en pactos imposibles.
Las líneas rojas son siempre continuas. Sin querer el PP está diciendo que seguirá en su postura, esperando que los demás cambien, que abracen la propuesta de una gran coalición sin hacer ningún movimiento, sólo por volver a ser la lista más votada.
«Una línea roja es un muro que lo detiene todo» dice el mensaje electoral, cuando es el propio Rajoy quién parece que ha permanecido junto una ventana contemplando ese muro ciego, mientras murmuraba como Bartleby: «Prefería no hacerlo». O como le critica el vídeo electoral de Ciudadanos, «leyendo el Marca» durante los cuatro meses de negociaciones.
Desde esa nada, pide que dejen atrás los «intereses personales», y que Albert Rivera no ponga su salida como condición ni que Pedro Sánchez le diga hasta dieciocho veces que «no». Qué pondrá él de su parte es la gran pregunta, aparte de estar «a favor».
Ver las palabras EMPLEO, ECONOMÍA, PENSIONES, SANIDAD, EDUCACIÓN, UNIDAD, SEGURIDAD, FAMILIA, EUROPA y ESTABILIDAD subrayadas con líneas rojas, provocan el efecto contrario. La sensación de que esos «500.000 empleos al año» son una quimera y que todavía estamos muy lejos de la ansiada estabilidad.
En cambio, les faltó tachar varias veces la palabra CORRUPCIÓN para ver si de una vez por todas se queda atrás tanto «hecho aislado».
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