«En política, la percepción es más importante que la realidad» es una de las claves que desarrolla Josep Borrell en «Escucha, Cataluña. Escucha, España» (Península) –entre más voces a favor del entendimiento y en contra la secesión–, apuntando las posverdades de la propaganda independentista catalana, que puede llevarnos al desastre. Recordando un debate con Oriol Junqueras, donde desmontó sus falacias, argumenta con datos la patraña de que «España nos roba» con esa cifra sacada de una chistera: los 16.000 millones de «expolio fiscal». «La única respuesta de alguien enfrentado a sus propias palabras fue negar que lo hubiese dicho y que todo eran invenciones mías».
Borrell analiza el relato de los independentistas, «aclimatados en su mundo virtual de realismo mágico», asegurando que «la declaración unilateral de independencia no es viable», mientras perdemos el tiempo siguiendo a unos «voluntariosos flautistas de Hamelín que nos conducen al precipicio», tan perfectamente simbolizado en la furgoneta de la CUP. Ni es la Arcadia ni van a llegar a Ítaca, lo más lejos a Despeñaperros.
Vivimos en el chantaje perpetuo de «un personaje inmune al ridículo». Carles Puigdemont rechazó comparecer en el Congreso si antes el Gobierno español no se comprometía a autorizar un referéndum en Cataluña, prefiriendo después el formato de «Tengo una carta para ti», para luego mostrar músculo rodeado en el Palau de la Generalitat de más de 700 alcaldes que apoyan la consulta del 1-O. «Pueden desafiar al Estado y pueden ganar o perder su desafío. Pero no pueden a la vez desafiar y negociar». Negociar mientras gritan «No tenemos miedo», en una utilización torticera del lema que se propagó tras los atentados yihadistas.
La intolerancia crece como la espuma izando la bandera del derecho a decidir excusándose, otra vez, en el franquismo. «Sabemos que los franquistas nunca se fueron. Algunos cambiaron el águila incluso por la rosa», decía Natalia Esteve, vicepresidenta de la Asamblea Nacional Catalana, en un mitin en el Teatro del Barrio en Madrid. La diputada de Podemos, Isabel Serra, también aceptaba esa falsificación histórica al señalar que se está «viviendo un giro autoritario del gobierno» que «recuerda a los peores años del franquismo». Nunca pensé que Franco sería el catalizador para justificar leyes aprobadas retorciendo la democracia. Escuchar como un runrún constante que vivimos en una dictadura.
Borrell es rotundo y tumba la idea de que España es una democracia de segundo orden. «No le demos más vueltas, y digamos la verdad: el “derecho a decidir” no existe». Y el derecho universal a la autodeterminación «no lo reconoce nadie, ni los países que no han permitido un referéndum de independencia en regiones de su territorio ni lo que sí lo han autorizado». La Unión Europea no recibirá con los brazos abiertos una Cataluña independiente, porque «va en contra de sus intereses de política interna e internacional» y «porque sus Constituciones, como la española, establecen que sus países son indivisibles».
Tantas mentiras, aderezadas con alguna parte de verdad, «que es la peor mentira», consiguen el hastío y el silencio de muchos. Tampoco creo que la solución del conflicto sea prohibir actos a favor del referéndum. «El inmovilismo no es una solución. Y los españoles que no quieren que España se rompa también deben entenderlo. Y trabajar activamente a favor de una propuesta ambiciosa y sensata de reforma constitucional, que permita completar el diseño de una España unida en su diversidad». Este deseo se ve nublado por el diálogo de sordos en el estamos instalados. Aquí no escucha nadie mientras suenan los acordes estridentes de los flautistas de Hamelín.
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