«Las cofradías son hijas de la Iglesia, pero no es bueno que las madres se metan demasiado en la vida de sus hijos». La frase está en un libro de Isidoro Moreno y puede significar dos cosas. Una: que aunque la raíz de la Semana Santa sea cristiana, no hace falta pensar en la tierra para disfrutar de las ramas y de las flores. De ahí a arrancarlas y ponerlas en un jarrón con agua no hay más que un paso, nunca mejor dicho. Dos: que los cofrades pueden ser cristianos hechos y derechos con la suficiente responsabilidad como para no necesitar la tutela perpetua de los sacerdotes, aunque los escuchen y sepan quién tiene la última palabra.
Conozco a algunos que se lamentan de que el Obispado tenga que hacer de árbitro en las disputas internas de las cofradías, que son unas cuantas. No por emancipación nihilista de la Iglesia, sino porque parece que eso convierte a quienes apelan en niños pequeños que se quejan al profe o a mamá de que su compañero o su hermano está haciendo las cosas mal. Llevan razón, pero viven en el mundo de lo perfectible. La corrección fraterna está muy bien, pero todo el mundo sabe que hay quien no es capaz de tirar por el camino correcto más que a estacazos.
Hubo alguna época en que las hermandades y los cofrades parecían niños de internado antiguo a los que había que castigar con reglazos en la palma de la mano para que entendieran dónde estaban. Se echaba entonces de menos algo de comprensión y ahora que sí existe hay quien se acuerda de los tiempos en que los consiliarios y los párrocos siempre tenían un «no» presto y tajante, porque hay veces que a los niños no hay que darles más explicaciones. «Es por tu bien. Algún día me lo agradecerás» y todos esos clásicos entrañables de zapatilla en la mano.
Quizá entonces, en la época de los portazos y del desprecio, o tal vez en una época de equilibrio, nadie se habría sobresaltado con la noticia de que la pro hermandad de la Salud de Puerta Nueva tenía que retirar de su iglesia a una imagen bendecida y con culto. No habría un propietario con derecho de veto porque alguien habría advertido de que esa cesión era mucho peor que el peor de los pleitos y habría quitado la pluma de la mano de alguien en el caso de que no lo escucharan por las buenas antes de firmar. No se vería el tráfico indecente con una imagen que puede no ser más que un trozo de madera bendecida, pero que después de todo representa a Quien representa y estaba en una templo católico. Y alguien habría dicho un par de cosas al que esgrima títulos de propiedad legítimos para crear escándalo en aquello que dice querer. Mucho peor que ser niño es ser menor no acompañado.
Liturgia de los días