De buena gana hubieran firmado este año los cofrades de la Buena Muerte y de los Dolores, de Jesús Nazareno y de las Angustias, del Cristo de Gracia y de la Esperanza, unos días de Semana Santa parecidos a los que esperan a las hermandades de gloria. No han salido ni saldrán a la calle, pero tienen sus iglesias abiertas, han hechos sus cultos y si ellos tienen que llevar mascarilla sus titulares no lo tienen. No hay puertas cerradas con ramos de flores y estampas que son lo único que se ve de las imágenes, sino dispensadores de gel hidroalcohólico y precauciones, muchas precauciones, pero se puede pasar al interior y allí está la imagen a la que se reza.
Se llenó San Cayetano aunque no se pudiera besar la mano de la Virgen del Carmen y los frescos barrocos tenían el brillo del mayor día de todo el año, aunque no temblara la candelería del paso de palio ni se formase el cortejo que abría Santa Teresa y continuaba la alegre familia de devotos y de alumnos. Los que vivieran las semanas apenas saliendo a la ventana, los devotos que sabían que era imposible entrar en San Cayetano precisamente en los días en que se echaba tanto de menos rezarle cara a cara no echarían de menos la Cuesta del Bailío, las petaladas y la banda de Salteras. Ahora sí la tenían a Ella delante y a los hermanos tan cerca como se podía, y estarían felices aunque el coronavirus siguiese sobrevolando el cielo como una nube siniestra. Acudieron muchos hasta la iglesia de Puerta Nueva también en aquel día, porque conocieron años y años sin procesión en la calle, pero no sin visitar a la Reina de la casa y de toda la feligresía y rezarle.
Salvo por las procesiones, que no es poco, no hubo tanta diferencia con otro 16 de julio, que también fue de letanía y abanicos, de hábito marrón y capa blanca. Es lo que espera para el 15 de agosto con el Tránsito, para la Virgen de Villaviciosa y para el último domingo de septiembre en que tendría que estar en la calle Nuestra Señora del Socorro, porque hasta la Fuensanta se hará claustral. Esta es por el momento la nueva normalidad, sin besamanos ni procesiones y con iglesias abiertas y así es probable que sea por más tiempo del que todos querríamos. Salvo para quienes sólo recen a la imagen que se mueve en un paso con costaleros, todavía habrá que dar gracias de que ahora las iglesias estén abiertas y pedir que no se vuelva a la ciudad desolada de ofrendas a las puertas atrancadas.