Bienaventurados los que tienen el dinero justo porque saben que no habrá ocasiones para derrocharlo. Serrat no lo cantó en aquella canción estupenda que resolvía las desgracias en virtudes mediante paradojas chestertonianas, pero los que miran con cabeza y sin obsesión sus recursos saben que es verdad: cuando llega la escasez, las cabezas bien amuebladas saben qué es lo importante y qué capricho tendrá que esperar a mejores tiempos; las que piensan que el dinero les quema las manos al menos agradecerán, aunque sea sin darse cuenta, que las circunstancias les hayan quitado algún derroche descabellado de la cabeza.
Las iglesias románicas quedaron impolutas muchas veces porque se levantaron en lugares pobres donde no había mecenas y gente pudiente que las ampliara ni las recubriera con retablos del siglo XVIII, así que con mantenerlas ya era suficiente. Las ciudades que no tuvieron ricos al menos pudieron mantener el patrimonio sin que algún iluminado pensara que se había quedado anticuado. Las cofradías están ahora por culpa del Covid-19 como la portentosa Pompeya: sepultadas bajo un manto de cenizas que ha impedido sus estaciones de penitencia para al menos dos años. Aquella ciudad bulliciosa y festiva que vivía entre el Vesubio y el Mediterráneo al menos pudo conservarse y asombró a millones de personas porque la lava no permitió que los hombres de los siglos posteriores la modificaran. Nadie en las cofradías quiere otro año sin Semana Santa de Córdoba ni mucho menos los problemas económicos que llegarán cuando se hagan las cuentas de lo que se pierde en papeletas de sitio, pero quién sabe si al menos también se evitarán estrenos innecesarios y se conservará buen patrimonio que ningún iluminado querrá cambiar para estar a la moda. Menos en Córdoba porque nunca hubo demasiado, pero en la poderosa Sevilla abundan las historias que jubilaron bordados excelentes sólo por el placer de cambiar y estrenar.
Ahora que no hay dinero ni posibilidad de salir a la calle tampoco es el momento de nombrar a capataces que se habrán trabajado el puesto en noches de conspiraciones y de mirar con malos ojos al que tenía el martillo antes. No se estrenarán marchas de esas que quiebran los cristales con los agudos de las cornetas ni, casi peor, de las tristonas con un ejército de graves que cualquier día harán que Escámez se levante de la tumba con un kaláshnikov en la mano. El día en que por fin se abran las puertas para un nazareno que lleve una cruz de guía quizá la paleta floral tenga menos nombres exóticos y la banda menos visualizaciones en Youtube, pero sólo Dios sabrá cuánta decadencia y cuánto derroche se habrá evitado en estos años tristes.
Liturgia de los días