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Blogs Jugar con Cabeza por Federico Marín Bellón

Un desafío ajedrecístico en el Camino de Santiago

Federico Marín Bellón el

Mi amigo y compañero de equipo Juan Campos me ha hecho llegar un texto sobre sus experiencias ajedrecísticas en el Camino de Santiago. Las andanzas y los jaques de Juan y Donal OBoyle han llegado a interesar a Judit Polgar, que publicó algunas fotos de ambos en su página en Facebook. Lo que sigue es todo de Juan, que aprovecha mis vacaciones para trabajar por mí. Qué menos que recomendar también su libro, «Náufragos de antaño», sobre los grandes hundimientos en la Costa de la Muerte durante el siglo XIX.

Una partida de ajedrez en la plaza del Obradoiro 

Cansado de ver peregrinos de hinchados tobillos y paso tambaleante por las rúas de Compostela, hace cuatro años decidí imitarlos para saber en qué consistía la misteriosa atracción del Camino. Lo más sencillo era echar a andar mochila al hombro desde mi casa en la zona vieja de la ciudad hacia Finisterre. Tardé cuatro días en llegar al Faro, con los pies llenos de ampollas pero feliz. Desde entonces ya llevo ocho peregrinaciones completas a Finisterre, una de ellas en el 2010 con mi amigo irlandés Donal, que se trajo su ajedrez y con el que jugué un match caminante que terminó con ventaja suya de siete puntos. «Seven up, Juan» ha sido una de sus frases favoritas durante estos dos años. También hice en invierno en solitario, aunque en el Camino nunca se está solo, el Camino francés desde Roncesvalles.

Donal, como yo, se enamoró del Camino y este año, a finales de julio, hemos repetido el desafío. Ahora conozco casi hasta los nombres de perros y vacas desde Santiago a Finisterre.

En la plaza del Obradoiro nos hicimos una foto con el tablero ante la catedral que le enviamos al Facebook de Judit Polgar, mi ídolo ajedrecístico, quien solicita fotos jugando al ajedrez en lugares poco comunes. Luego le mandamos otras dos, una  desde la roca desde la que se ve por primera vez Finisterre en el punto más alto entre Santiago y el Cabo, y otra desde el mismo Faro, junto a la bota de bronce en honor de los peregrinos que hay bajo su sirena de niebla.

En Puente Maceira, donde el Camino cruza el río Tambre, a Donal le cuesta  seguir. Es un lugar maravilloso, uno de los más bellos que hay desde Francia hasta Finisterre.

La primera etapa nos lleva a la vieja Casa de Logrosa en Negreira, donde siempre es un placer charlar con un par de cervezas con Luis y Antonio a la sombra de la parra y acompañados por varios perros y una gata abandonados y adoptados por ellos. Antonio me da a leer un artículo reciente de su padre, el escritor Ponte Far, sobre un incidente en la huerta en el que salvó la vida de un mirlo acosado por la gata arrojando un libro por la ventana. Algunos de los perros comen con fruición las manzanas de la huerta.

Nuevo duelo entre Juan y Donal, en Puente Maceira

Nos acompañaba Leo, un francés de 18 años que interrumpió su estancia con unos familiares míos para unirse a la expedición. Con su metro noventa Leo caminaba a velocidad de bicigrino y si sobraba algo de comida siempre se podía contar con su voracidad para consumirla. Cerveza a cerveza nos cayó la noche entre las hamacas de la huerta de Logrosa y la ventaja de puntos de Donal, a pesar de que tiene un Elo muy inferior al mío, pronto superó los «seven up» de hace dos años.

Lo mismo sucedió la noche siguiente en el mismo delicioso lugar, pues decidimos volver en taxi a dormir allí desde Maroñas, donde acabamos la segunda etapa. En San Julián de Negreira una mujer me cuenta las intimidades de la casi abandonada aldea, una serie de historias para no dormir, de locura, incesto y cárcel, que intento interrumpir tras escucharla un buen rato, pero ella me lo impide:

-¡Espere, que ainda non acabei!- me conmina con severidad.

A la hora de la comida, en Vilaserio, Donal continúa aumentando su ventaja en las partidas que jugamos de sobremesa. Saludamos a un grupo de peregrinos españoles que han dormido en la Casa de Logrosa y luego trato de impresionar a Donal diciendo «Khamsa hamida» a unos coreanos a los que adelantamos. ¡Me entienden! Significa «gracias» en su idioma y lo aprendí  de tres coreanas, Sun, Kim y Seo, en el Camino francés, hace dos inviernos.

Otra ración de jaques en la Casa de Logrosa

La tercera etapa, de Maroñas a Cee, de más de treinta kilómetros, es la etapa reina y a Donal comienzan a darle problemas las ampollas. Hace dos años no los tuvo. En cambio yo esta vez camino sin problemas.

-Recuerda las camisetas, Donal- le digo- “Sin dolor no hay gloria”.

La verdad es que Donal es un compañero de viaje que nunca se queja ni da problemas. Pero no tiene piedad con el tablero de por medio. Pasado Olveiroa se cruza un puente de piedra sobre un río de montaña de aguas verdosas y límpidas. Donal camina unas decenas de metros por delante y al llegar al puente una figura desnuda desaparece bajo él. Hay una bici apoyada en el pretil. Algún bicigrino refrescándose. Se queda bajo el puente mientras paso yo y doy alcance a Donal.

-Es una peregrina. – me dice divertido.

-¡Una sirena de agua dulce, Donal! La primera que me encuentro en el Camino.

Bromeo con él que somos peregrinos y debemos resistir las tentaciones y no quedarnos sentados sobre el puente. Esta sirena no sólo no canta ni se exhibe, como las que Ulises resistió tapándose los oídos y atándose al palo de su barco, sino que permanece escondida y silenciosa mientras subimos el largo tramo que serpentea monte arriba camino de Logoso y Hospital. Se va a congelar en esa agua de montaña si espera a que el puente deje de ser visible sendero arriba. Más tarde nos adelantará en su bici. En una de estas dos aldeas tuvo que dormir el infatigable George Borrow, Don Jorgito el Inglés, cuando visitó Finisterre en 1837, como narra en su inolvidable libro La Biblia en España.

George Borrow, dibujado por Juan Campos

Laura, una joven alemana menudilla que viene sola desde Pamplona, nos saca la foto con las piezas en la roca desde la que se divisa Finisterre. Al día siguiente nos la encontramos al volver del Faro y la invitamos a comer: es la primera vez en todo el Camino, nos dice, que ha comido en un bar- restaurante.

En la ermita de As Neves, perdida en el monte, Donal decide quedarse un buen rato. Ha soñado dos años con volver a este lugar. Hace calor y la sed es agobiante, pero conozco cuanto falta para cada fuente y eso ayuda a seguir.

En Cee nos espera otro buen amigo, Pepe, el dueño del hotel Larry. Pero está volviendo de un viaje a Castilla donde ha ido a recoger unos jamones que llevó a curar. Varios parroquianos aguardan impacientes la llegada de los jamones. Leo ha llegado con casi tres horas de ventaja. Este chico debería ir a las Olimpiadas. Después de cenar, más ajedrez. La ventaja de Donal sigue aumentando y ya está en cifras de dos dígitos. Intento comerle la moral diciéndole que las partidas que yo gano son buenas partidas, mientras que las que gana él son errores de bulto míos. Para callarme me da un mate espectacular con sacrificio de reina cuando yo le anunciaba su derrota inminente. Leo, que no sabe apenas de ajedrez, se parte de risa al ver la cara que se me queda.

El libro «Náufragos de antaño» se puede conseguir bajo demanda y en versión ebook

Y llega el último día, de sol radiante también. He perdido pelo en estos dos años, porque por primera vez me escuece el cuero cabelludo quemado por el sol. Lo he notado con sorpresa al peinarme. En Finisterre nos recibe amablemente su alcalde, Jose Traba, con el que ando preparando una posible exposición de mi colección de grabados decimonónicos sobre los naufragios de la Costa de la Muerte que narré en mi libro «Náufragos de antaño». Un contraste con lo que le sucedió a George Borrow, al que el alcalde y el pueblo de la época- liberales- confundieron con el pretendiente Don Carlos cuando llegó a Finisterre en plena guerra carlista e intentaron ajusticiarlo, siendo rescatado por Antonio de la Traba, el valiente de Finisterre, un gigantón que le contó al inglés que había visto morir a Nelson a bordo del Victory en Trafalgar. ¿Sería verdad? Chi lo sá…

Última foto con el ajedrez junto al Faro y vuelta en autobús a Santiago, con esa mezcla de satisfacción y melancolía con la que se termina siempre el Camino.

No hay muchos sitios mejores para jugar tranquilo que las vistas junto al Faro. Parecen tablas

Durante los días siguientes intento remendar el espantoso resultado del match, pero Donal ha traido un Jameson irlandés de 12 años que mejora su ajedrez tanto como empeora el mío a medida que consumimos el delicioso brebaje.

El resultado final, a pesar de los remiendos, es una abrumador +19 a favor de Donal. Tendrá que volver otra vez para darme la oportunidad de salvar mi honor ajedrecístico.

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