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Los 70 de Karpov

El excampeón mundial de ajedrez, una leyenda del tablero, celebra este domingo su compleaños

Los 70 de Karpov
Anatoli Karpov en Valencia, en 2008, fotografiado por Kai Försterling para la agencia EFE
Federico Marín Bellón el

Anatoli Karpov cumple este domingo 70 años. El duodécimo campeón del mundo de ajedrez ocupó el trono entre Fischer y Kasparov, después de impedir varias veces que Korchnoi posara en él su genio. Con el americano no llegó a jugar y frente a sus compatriotas se sentó tantas veces que entre las tres K se forjaron las rivalidades más fuertes que ha dado el deporte.  

Karpov es un jugador hermético incluso para los mejores grandes maestros. Garry Kasparov recuerda en su monumental colección ‘Mis geniales predecesores’, reeditada hace poco en España por Ediciones Merán (y traducida por Antonio Gude), una confesión de Spassky al propio Karpov: «No puedo jugar contra ti porque no entiendo tu juego. No entiendo tu forma de pensar». Anatoli heredó de Capablanca la comprensión de los fundamentos del juego, pero su juego no es tan cristalino, solo en parte porque le añadió la capacidad psicológica de Lasker para adoptar diferentes estilos en función del rival.

Karpov fue también un luchador incansable y una trituradora en cuanto lograba la menor ventaja. Como dijo alguna vez Botvinnik –aquí solo se cita a los campeones–, «si Karpov tiene un peón de ventaja, es casi seguro que va a ganar». Claro que el padre del ajedrez soviético también metió la pata con el muchacho, cuando este se presentó en su escuela y el maestro no supo ver un talento tan singular: «El chico no tiene ni idea de jugar al ajedrez y no hay ningún futuro para él en esta profesión», sentenció. 

Cuando consiguió la corona, ante un Fischer que tenía miedo de perder y bastantes posibilidades de hacerlo, según sostiene Kasparov, Karpov se dedicó a jugar torneos y a demostrar su legitimidad como ningún otro campeón ha hecho, al menos hasta la llegada de Carlsen.

Anatoli fue el campeón elegido por el régimen, pero también el tipo valiente que intentó visitar a Kasparov en su celda, cuando Putin estuvo a punto de darle mate a su inesperado opositor. Fue un niño enfermo y un deportista con una mala salud de hierro. En sus mejores partidas, mataba a sus rivales por asfixia, con un pragmatismo inigualable, en el que no cabían los lamentos por los errores cometidos en el pasado.

Solo una vez mostró debilidad, complacencia o cansancio, o incluso cierto exceso de confianza. En su primer Mundial contra Kasparov, en 1984, logró una ventaja de 4-0 en un duelo en el que había que alcanzar seis victorias. Garry cambió de estrategia y empezó a encadenar tablas. Con el 5-0 siguió sin pestañear. Cada día era una clase gratuita en la que su fuerza se aproximaba a la del maestro. El viento empezó a soplar entonces a favor del autoproclamado «hijo del cambio», que después de 48 partidas se puso 5-3. 

El resto es conocido. El filipino Florencio Campomanes, presidente de la FIDE, se saltó todos los protocolos y suspendió el encuentro para preservar «la salud de los jugadores», que se le abalanzaron como futbolistas. La cuestión se resolvió en un nuevo encuentro desde cero, que nunca se supo a quién perjudicaba más. De cualquier modo, Kasparov estaba llamado a ser su sucesor, lo que confirmó a la primera y corroboró varias veces, la más emocionante en Sevilla, en 1987. Solo un error posterior del Ogro de Bakú le dio la oportunidad a Anatoli de volver a reinar. Garry abrió un cisma en el mundo del ajedrez, que se desgajó en dos campeonatos del mundo paralelos; Karpov dominó la vía institucional y fue campeón de la FIDE entre 1993 y 1999. 

Karpov se hizo viejo, como todos los campeones que no mueren antes de tiempo, pero siguió dejando gotas de su esencia en el siglo XXI. Ahora su actividad es la de un embajador del ajedrez, como leyenda viva que supo imponer su aparente falta de estilo, o el dominio de todos.

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