La respuesta al título no se puede esconder: cuando pierde, Magnus Carlsen no reacciona demasiado bien. Es algo común a los niños prodigio. El mejor jugador del mundo y, quizá, de la historia, ha cedido muy pocos puntos desde pequeño. Acaba de ganar la medalla de oro en el Mundial de Rápidas en Berlín, que terminó invicto después de quince rondas, con lo que revalidaba el título conseguido el año pasado en Dubai. Al noruego le fue algo peor después, en el Mundial de partidas relámpago, en el que se impuso Alexander Grischuk. El número uno terminó sexto y, lo que es peor, bastante frustrado, después de tres derrotas.
Carlsen cayó contra Teimour Radjabov (Azerbaiyán) en la ronda número 13, luego contra Grischuk en la 15 y ante la genialidad de Vassily Ivanchuk (Ucrania) en la 20 y penúltima. En el vídeo se puede comprobar cómo le sentaron estas derrotas y su reacción algo infantil, aunque comprensible hasta cierto punto en momentos de enorme tensión. Me gusta mucho, por el contrario, el gesto de alegría contenida de Ivanchuk, ajeno por completo a los aspavientos posteriores de su rival. De Grischuk sería injusto no destacar su récord: es el primer gran maestro que suma tres títulos mundiales en estas modalidades veloces de ajedrez.
Lo peor de todo, para Carlsen, es que el vídeo no lo han difundido sus enemigos, sino la cadena de televisión NRK, de su país, un canal en el que el campeón del mundo es tratado como el ídolo que es para sus compatriotas. En descargo de Carlsen, hay que decir que después pidió perdón, cuando fue entrevistado por la NRK. «Me doy cuenta de que parece bastante estúpido girar golpear al aire con tus manos y estallar como un idiota». Al fin y al cabo, no llegó a decir, como se atribuye a gran Aaron Nimvovich: «¿Por qué tengo que perder ante este idiota?»
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