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Carlsen: «Para mí el ajedrez es un juego, no una obsesión»

Federico Marín Bellón el

Magnus Carlsen elude la palabra «genio», pero fue gran maestro de ajedrez a los 13 años y es, desde los 19, el número uno más joven que ha tenido nunca el mundo de las 64 casillas. A continuación, reproduzco la entrevista que hoy sale publicada en la sección de Deportes de ABC.

De los ajedrecistas casi nadie conoce la talla, al contrario de lo que ocurre con tenistas y jugadores de baloncesto. Visto de lejos, Magnus Carlsen tiene aspecto de bajito, como si lo acabaran de sacar de la caja de niño prodigio. En las distancias cortas aparece un tipo duro, con una cicatriz en la mejilla derecha y mandíbula a lo Matt Damon, además de una estatura que supera el «metrochenta». El gran maestro noruego tiene incluso aspecto de quarterback o de boxeador, como en aquellas fotografías en las que, enguantado y desafiante, vendía ropa desde las marquesinas de los autobuses en una campaña insólita, con un ajedrecista como modelo.

Lo cierto es que Carlsen (1990) no derrocha simpatía. Sometido desde muy niño a la presión competitiva y a la exposición social, rehúye el contacto humano, aunque en México tuvo que rendirse al inevitable baño de masas al que lo sometió la entusiasta afición, en la Gran Fiesta Internacional de Ajedrez de la Universidad Nacional Autónoma. Algunos sufrieron por él cuando, tras la ceremonia inaugural, fue acorralado por los admiradores. Carlsen confiesa que no siempre encaja bien esos momentos: «Depende de mi estado de ánimo. Me suele gustar, pero a veces es demasiado».

Magnus fue en su día el gran maestro más joven del mundo, a los trece años y cuatro meses, y luego el número uno más precoz que ha conocido el ajedrez, a los 19 años y un mes. Acaba de cumplir 22 y no parece dispuesto a caer de su posición de privilegio. Se halla además a solo tres «milímetros» del récord histórico de Kasparov, de 2851 puntos Elo, sistema que utiliza el rey de los juegos para establecer su clasificación. Magnus también podría haber superado al ruso como campeón más joven, pero renunció a luchar por el título en el último ciclo a causa de sus discrepancias con la Federación Internacional (FIDE), una decisión que muchos no entendieron. «Hay aspectos en el mundo del ajedrez, tanto en el ciclo de los campeonatos mundiales como en las directrices de la Federación, que no son los mejores posibles, pero de momento estoy más interesado en seguir jugando. Aunque en el pasado tuve mis diferencias con la FIDE, esa lucha me quitó mucha energía, por lo que es algo que quiero dejar atrás.

Jugador que todavía arrastra cierta fama de vago, Carlsen insiste en que no es un empollón, sino que el ajedrez le resulta «divertido», que lo encontró «fácil desde el principio». «También influyó que empecé a ganar con facilidad», admite, «pero no juego como una obsesión. Algunas personas sí se obsesionan con el ajedrez, pero yo no. Mis exigencias son muy elevadas y me propongo lograr todas las victorias posibles, pero lo más importante es que disfruto jugando».

De hecho, lamenta cuando el rival no está a la altura, como contó después de la entrevista al público mexicano: «A niveles superiores, el ajedrez es una batalla entre ideas diferentes. Intentamos poner en práctica las nuestras y evitar las de los oponentes. Lo más molesto es imponer un plan que mi rival no ha considerado en absoluto. A menudo siento que no presta atención a las sutilezas. Es hermoso cuando el oponente da todo de sí y evita algunos de tus planes, y sin embargo no puede detenerte».

Kasparov buscaba machacar desde la apertura. Magnus no parece esperar nada especial de las primeras jugadas. Luego, sin embargo, de alguna manera supera incluso a los mejores. «La preparación ajedrecística ha evolucionado mucho desde los tiempos de Kaspárov», explica. «Él fue un precursor en el trabajo con ordenadores y ahora es mucho más difícil conseguir ventaja al principio. Están mejor preparados y plantean líneas más seguras, difíciles de derruir». A Carlsen, por otro lado, ni siquiera le interesa jugar contra las máquinas. «Es mucho más interesante enfrentarse a personas. Los ordenadores solo son una herramienta para analizar». ¿Es porque él mismo es una máquina, nunca se lía? «Todo el mundo lo hace si la partida se complica. A veces, a mí también me pasa».

Partidas a la ciega

Carlsen disputó en México dos espectaculares partidas a la ciega. Con el cubano Lázaro Bruzón entabló tras durísima lucha: «Me impresionó su juego. Tenemos razones para sentirnos orgullosos, porque fue un ajedrez de altísima calidad. Estoy muy satisfecho por el modo en que conseguí mantener la concentración, ya que es muy difícil hacerlo con los ojos vendados». De Judit Polgar, la mejor ajedrecista de la historia, se tomó la revancha después de perder una partida «sin obstáculos». El noruego cree que es «una manera fantástica de conseguir que la gente se interese por el ajedrez», aunque el juego en sí es más espectacular que complicado: «Tengas o no el tablero delante, las piezas son las mismas. Para mí es natural».

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