«No tengo ni idea de quién estaba mejor ni de por qué», confesó Magnus Carlsen nada más terminar la segunda partida que lo enfrenta a Ian Nepomniachtchi en la final del Campeonato del Mundo de Ajedrez, en Dubái. «En general, fue un juego desconcertante, yo diría que muy interesante y caótico». Ambos intentaban reflejar algo que los aficionados a veces pasan por algo. Si ni el ordenador más potente del mundo juega todavía a la perfección, para un humano, aunque ellos no lo parezcan, adentrarse en algunas posiciones es como orientarse en la selva con los ojos vendados.
Kasparov, presente en la sala, sentó cátedra:«La calidad del juego aumenta con cada generación y con menos errores hay menos oportunidades para las tácticas. Se sabe más, se traza un mapa. Pero los jugadores pueden optar por entrar en lo desconocido en el tablero, para jugar con su intuición contra la de su oponente».
El número uno se ha presentado al duelo más valiente que nunca, aunque reconoce que ni él mismo quería sacrificar tanto material como acabó cediendo, el equivalente a tres peones o un alfil, aunque con mucha compensación y ataque. Carlsen admite que el ruso, uno de los grandes maestros más creativos, lo sorprendió con un salto de caballo. No tuvo más remedio que liarse la manta a la cabeza.
La segunda partida fue también la demostración de que las tablas están infravaloradas. Los empates pueden ser muy emocionantes, sobre todo si se enfrentan dos jugadores creativos y agresivos, que han llegado bien preparados y sin miedo a partirse la cara. Es posible que el primero que haga sangrar al otro sea imparable.
En Dubái, por cierto, el primer día se jugó una apertura española y ayer fue una catalana. El colmo sería ver una zaragozana, que también existe. Ian Nepomniachtchi empezó con una línea que implicaba un posible sacrificio de peón, pero fue Magnus quien rechazó el caramelito y acabó cediendo material. No le gusta nada que le obliguen a defenderse.
Duelo de pillos
En esas escaramuzas, no faltaron los juegos psicológicos. Carlsen pensó más de lo normal en la jugada 8, demasiado pronto. El gran maestro David Antón apuntaba que era «mala señal». Luego se vio que no iba tan a ciegas, no tan pronto. ¿Tardó en mover para recordar lo estudiado o para inducir la idea de que se había quedado sin su mapa? Otra artimaña también frecuente es justo la contraria: mover rápido, ‘al toque’, para dar a entender que está todo controlado, aunque no sea así. El teatrillo y los faroles no son nada nuevo.