Magnus Carlsen es campeón del mundo. La final del Mundial de Ajedrez llegó a estar al rojo vivo, pero el noruego acabó por demostrar su superioridad en las partidas de desempate. Fue el jugador con más ambición y quien más mereció la victoria, aunque Sergey Karjakin demostró que es un defensor excepcional y que tiene una sangre fría increíble. Carlsen ganó la tercera, con negras, y aguantó los ataques desesperados del ruso en la cuarta y última, que remató con un ataque de mate precioso. El campeón había desperdiciado una gran ventaja en la segunda partida, pero cuando algunos creían que colapsaría en la siguiente, mantuvo los nervios y, sobre todo, la corona. Sobre su cabeza parece que pesa un poco menos. «Ha sido una lucha magnífica», resumió en la rueda de prensa final.
El título se decidió en Nueva York en el juego rápido, una solución que no gusta a muchos pero siempre atrae al público, como cuando las finales de fútbol terminan con lanzamientos de penaltis. También triunfó la emoción. Quizá sea el momento de replantearse algunas reglas para próximas ocasiones.
Primera partida de desempate
Sergey Karjakin, con blancas, no ha podido apretar demasiado en la primera partida de desempate, en el Mundial de Ajedrez que le disputa en Nueva York al campeón, Magnus Carlsen. El ruso consiguió una ligerísima ventaja, pero el número uno jugó activo y, con más tiempo en el reloj, no tuvo problemas para hacer tablas en 37 jugadas. En realidad, después de la 20 el resultado se vería venir.
La primera partida de desempate fue una española lenta, con d3 para evitar las variantes tablíferas de la berlinesa, que sufrimos en el último día de ajedrez clásico. Hacia la jugada 20, el blanco estaba algo mejor, aunque el negro había consumido menos tiempo. Además de rápido, Magnus jugó con energía y neutralizó la ventaja en muy pocas jugadas, aunque Judit Polgar pensaba que su posición era «más cómoda», con dos peones negros retrasados.
El aspirante, no obstante, insistió en su estrategia de correr los mínimos riesgos posibles, incluso con blancas. En la jugada 28 se había cambiado casi todo y en la 37 se firmaron las tablas. Los leves apuros de reloj fueron el único síntoma peligroso para el ruso, que quizá no se había liberado de los nervios todavía.
Así fue la primera partida de desempate:
Segunda partida semirrápida:
David Antón anunciaba antes de la partida que creía que era el momento, porque Carlsen no querría arriesgar en las partidas rápidas. En Twitter, Nigel Short pedía sacrificios como los de Mijail Tal, aunque no fueran correctos. Por supuesto, no llegaron. En todo caso, el aspirante se dejó material después de quedarse casi sin tiempo. Hacia la jugada 30, el reloj del noruego marcaba más de diez minutos, por 36 segundos de su rival.
La apertura fue esta vez una italiana, perfecta para alcanzar buenas posiciones sin comprometerse demasiado. Lo mejor de Karjakin lo apuntaba Judit Polgar: «No está permitiendo en ningún momento que Carlsen tenga nunca ventaja de espacio», un hábitat en el que el noruego es un depredador consumado. Lo que no hizo tan bien es evitar los apuros de tiempo.
A mitad de la partida, Carlsen lanzó sus peones del flanco de dama hacia adelante, como soldados valientes. El ruso, como comentaba Judit, trató de frenarlos en seco, pero debilitó su posición mientras seguía comiéndose su reloj. Todo salvo permitir que se infiltraran en su territorio. Sergey permitió incluso un intercambio de piezas que lo dejó en clara desventaja, a cambio de liquidar a los invasores.
«Creo que va a ganar Magnus casi seguro», dijo David Antón bastante pronto. Pepe Cuenca advertía: «Si Sergey defiende esto, Carlsen colapsa en la próxima partida seguro». La máquina y Judit Polgar no creían que esto fuera posible. Quizá el ruso vislumbró una fortaleza, eso en lo que no cree el campeón. Lo cierto es que los comentaristas empezaron a criticar las dudas del campeón, que simplificó hasta llegar a un final de una torre contra dos alfiles. Ya nadie estaba seguro de que la partida no acabara en tablas. Incluso Magnus tenía ya problemas de tiempo también. Los ordenadores le daban más ventaja que nunca, pero ya conocemos su miopía en algunos finales, en los que valoran demasiado la ventaja de material.
A todo esto, el campeón, ya con los dos relojes temblando, no hizo la única que llevaba a la victoria en la jugada 61. Parece se que los ordenadores anunciaban mate en 51 jugadas, un cálculo fuera del alcance de cualquier ser humano, incluso aunque este sea el campeón del mundo. Luego tuvo otras dos oportunidades de mejorar su posición, pero no vio la solución del crucigrama y Karjakin aprovechó para apuntalar su fortaleza. Cuando todo parecía perdido, vuelve a salir muy reforzado.
Tercera partida semirrápida
Ahora es el momento para golpear a Magnus, comentaban en Chess24, donde creían que su equipo ocultaría al noruego que había tenido la partida ganada varias veces. Llegaba el momento de demostrar la fortaleza psicológica. Judit Polgar apuntó que Carlsen no es capaz de romper el muro, pero que Karjakin tampoco ha sido capaz de crear una sola oportunidad de ganar por sí mismo.
En el escenario-pecera, Magnus parece afectado cuando se sienta a jugar, pero según la televisión noruega, que obviamente lo mira con buenas cámaras, el campeón no estaba demasiado disgustado en el breve descanso antes de la tercera partida. El gran maestro, escritor y experto en tantas cosas Jonathan Rowson, fino como siempre, comenta que la emoción de ver una partida de ajedrez en directo es como la de ver un thriller que nadie sabe cómo va a terminar. Sobre el tablero, empieza otro debate sobre la apertura española.
Con dos caballos en la quinta fila, un avance arriesgadísimo para lo que acostumbra a hacer Karjakin, el ruso anuncia sus intenciones. «Sergey está provocando a Magnus», dice Judit Polgar. Él también sabe que es su momento. «Esta partida va a ser diferente», asegura la mejor jugadora de la historia. «No hay equilibrio en la posición».
Carlsen, enfurecido, se lanza al ataque con las negras y acumula casi todo el armamento disponible frente al rey contrario. El alfil blanco del aspirante es bastante malo. Otra vez tiene que jugar a defenderse, de nuevo con muy pocos minutos en su reloj. «Parece un plan imposible», dice Paco Vallejo, «pero aguantarlo todo y tener negras en el Armagedón… parece ser la idea».
Carlsen encuentra un sacrificio de peón que ata a su enemigo. Pese a la escasez de material superviviente y la igualdad que proclaman los módulos, el blanco camina sobre la cuerda floja. Tiene un alfil bochornoso, frente a un caballo negro que parece el de Espartero. Y menos de dos minutos para defenderse. Magnus entra en séptima fila con sus pizas pesadas. Todo parece perdido para Karjakin.
Cuarta partida de desempate
Antes de empezar, el mánager de Sergey se sincera y reconoce que Magnus «está jugando muy, muy bien y es el número uno». Rowson apunta en Twitter: «Esta partida ha demostrado por qué Carlsen es el jugador más fuerte. Un rango de ideas más amplio, más versátil, más tenaz y más agresivo».
Llegada la hora de la verdad, Karjakin abandona la española, por supuesto, y se juega la primera siciliana del Mundial. A la desesperada, lanza sus piezas hacia adelante, incómodo dentro de su traje. Carlsen hace tiempo que se quitó la chaqueta.
Sergey consigue algo, una posición jugable y, según Judit Polgar, más cómoda de jugar. La partida final, sin embargo, se convierte pronto en un ataque utópico del negro, a veces casi infantil, con sus peones de torre corriendo como laterales en un partido de fútbol, pero sin la posibilidad de volver a bajar la banda. Era tarde para demostrar valentía. Lo inteligente quizás habría sido plantear otro tipo de batalla, más sutil, como la que llevó a Kasparov a ganar la partida decisiva a Karpov en Sevilla, en 1987.
En los últimos minutos, solo los nervios podían jugarle una mala pasada al campeón. El miedo a ganar final, siempre presente en la alta competición y a veces incluso entre aficionados. Su posición es preferible, tenía más tiempo y le bastaban las tablas. Sergey lo intentó hasta el final. En un último recurso sacado dela chistera, con unos segundos en su reloj, sacrificó la calidad cuando no había otras vías para seguir enredando.