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Blogs Jugar con Cabeza por Federico Marín Bellón

¿Qué pasa por la cabeza de un tramposo?

El presidente de la FIDE declara la guerra a esta «plaga real del ajedrez contemporáneo»

¿Qué pasa por la cabeza de un tramposo?
El caso del tramposo del retrete fue de los más sonados. Es casi el «toco-mocho» del ajedrez
Federico Marín Bellón el

No seamos hipócritas y admitamos que casi todos nos hemos beneficiado alguna vez de una ayuda, ya sea de los árbitros o de la vida. Es muy raro que alguien haya denunciado la injusticia sufrida por sus rivales y aún más extraordinario que fuera capaz de renunciar a sus ventajas. No hay que fustigarse por ello. Son trampas pasivas, que justificamos como una compensación merecida. En un mundo ideal, tampoco las permitiríamos.

De ahí a cometer actos deliberados que atentan contra el juego limpio hay un gran paso. Lo peor es que hay una legión de ajedrecistas, por suerte casi siempre aficionados, dispuestos a dar ese salto. Ocurre en los tableros y en cualquier otro terreno de disputa, dentro o fuera del deporte. Somos una especie defectuosa, de moral corrupta, sin sentido de la justicia. Por eso, cualquiera que tenga un mínimo de poder necesita someterse a algún tipo de vigilancia, y aun así se las ingeniará para burlarla. Es un asco, pero es así.

El ajedrez pasa por ser un deporte limpio. El árbitro apenas interviene en este entretenimiento noble, intelectual, de caballeros. Ojalá.

La Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) anda tan preocupada por el asunto que hace siete años creó una comisión antitrampas y está en contacto permanente con las principales plataformas de juego por internet. Los algoritmos para detectar el fraude son cada vez más avanzados, pero su aplicación tiene algo que choca contra el sistema garantista de la justicia: podemos saber que un jugador ha hecho trampas, pero es difícil demostrarlo de forma fehaciente, sobre todo si no es tonto de remate.

En la Olimpiada online que está a punto de terminar, se detectó que jugadores de varios países habían tenido un comportamiento indecoroso. La explosión del ajedrez en internet tiene este inconveniente, fácil de resolver entre los grandes maestros de élite, pero más caro y complejo en competiciones multitudinarias. No es fácil que todos jueguen con dos cámaras apuntando mientras además comparten la pantalla de su ordenador con los árbitros.

Arkady Dvorkovich, presidente de la FIDE, fotografiado por David Llada

Arkady Dvorkovich, presidente de la FIDE, ha escrito una carta en la que detalla todas las medidas que se aplican, también en los torneos en vivo, donde el uso del escáner es ya algo rutinario. El directivo ruso habla de una «plaga real del ajedrez contemporáneo», pero sostiene que los métodos de detección son efectivos incluso contra los tramposos menos torpes.

Preguntas todavía sin respuesta

Según Dvorkovich, los algoritmos implementados son aún más seguros que un análisis de ADN, aunque admite que la seguridad de haber pillado a un tramposo casi nunca es del cien por cien. En un texto que parece escrito con honestidad, se pregunta qué porcentaje sería necesario alcanzar para que una condena sea justa. ¿Debería la FIDE aplicar las mismas sanciones que en el juego en vivo? ¿Es pertinente publicar el nombre de los «condenados» incluso después de su primera vez? ¿Hasta qué punto se puede actuar de forma retroactiva y retirar premios, puntos Elo y títulos conseguidos de forma ilícita? ¿Qué castigo deben sufrir quienes violan las normas? Porque lo peor que podría ocurrir, confiesa Dvorkovich, sería condenar a un inocente.

«La reputación del ajedrez y de nuestra familia mundial podrían sufrir un daño tremendo si un tsunami de escándalos y procedimientos judiciales comenzara a ensombrecer el emocionante entorno de las competiciones internacionales», reflexiona el presidente de la FIDE, quien termina su mensaje con una petición: «Debemos ser estrictos, pero responsables. Firmes, pero sensatos. Y antes de aprobar una política general, nos gustaría conocer sus opiniones». Abre así un turno de recepción de respuestas y propuestas, que se pueden enviar por correo electrónico a esta dirección: anticheating@fide.com. «Va a ser una batalla larga, pero estoy seguro de que lo lograremos», remata Dvorkovich.

¿Para qué hacer trampas?

En este blog hemos contado toda suerte de engaños. Aquí se puede leer una pequeña muestra del catálogo casi infinito de fulleros: código morse para soplar jugadas, móviles pegados a las piernas, dispositivos ocultos en los zapatos, auriculares casi invisibles, ciegos que «ven»… El principal problema es que un teléfono móvil ya juega mejor que el campeón del mundo. Basta esconder el dispositivo y recurrir a sus consejos para lograr una fuerza irreal, pero sobre todo absurda.

Un profesional puede lograr un premio mejor con ayuda electrónica. Es muy feo, pero tiene un propósito. Podríamos llegar a entender que sucumba a la tentación para ganarse el pan. También entra dentro de lo previsible que en torneos con dinero, aunque sea poco, un aficionado intente el mismo atajo. ¿Pero para qué narices hace trampas la gente cuando juega partidas amistosas por internet, cuando ni siquiera utilizan su nombre real? ¿Pretenden demostrar que su módulo de análisis juega mejor que los pellejudos anónimos a los que derrota sin mérito?

Todos los que jugamos en alguna plataforma (Lichess, Chess,com, Chessbase, Chess24, ICC…) hemos recibido algún mensaje comunicándonos que nos devuelven varios puntos Elo tras haberse comprobado que uno de nuestros rivales nos ganó con malas artes. Ni que fuera bitcoins. ¿Le importa tanto a los tramposos que suba su numerito?

500 cretinos al día

En la ola de paranoia que vivimos, tan peligrosa como «la plaga» que denuncia Dvorkovich, ocurre también a menudo que algunos jugadores se han aficionado a lanzar acusaciones absurdas en cuanto pierden una partida con alguien que consideran inferior. También podríamos describir toda clase de comportamientos antideportivos, una historia bastante molesta, pero menos truculenta.

En Chess.com cuentan que cierran cada día unas 500 cuentas de tramposos. Quizá la mejor idea sea la que proponía Ruslan Ponomariov: en lugar de expulsarlos, no decirles nada y que sigan jugando entre ellos.

Peor noticia es que un porcentaje significativo de las cuentas clausuradas, el 12,6%, pertenecen a grandes maestros. Es tragicómica esta otra información de Chess.com, en la que varios maestros piden disculpas después de haber sido pillados con las manos en la masa gris. Es imposible olvidar el caso de la selección francesa y «los tramposos del SMS», nada menos que en una Olimpiada. O que le pregunten a Topalov, quien luego tuvo que pedir perdón por sus acusaciones sin pruebas.

En fin, si algún tramposo pertinaz o arrepentido quiere ofrecer su testimonio, está invitado a hacerlo.

 

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