Treinta y dos jugadas ha apurado Anand sus posibilidades en la séptima partida, pese a llevar las piezas blancas. Incapaz de evitar el cambio de piezas que le plantea Carlsen en cada partida –ahora con más motivo al llevar dos puntos de ventaja–, el indio se mantuvo fiel a la apertura española para estrellarse de nuevo contra el muro de la defensa berlinesa que planteó el número uno del mundo. Era una de sus últimas posibilidades de ganar un punto y meter presión a su menos experimentado rival en la recta final del campeonato del mundo. Un nuevo astro está a punto de llegar a la meta, pero no deja de ser un día triste para el ajedrez.
Lo peor de la séptima partida, cuyas sutilezas no pasarán a la historia, es que el espíritu del campeón parece doblegado. Carlsen es una máquina que no comete errores y ayer atajó cualquier intento, tímido, por revitalizar la posición. En Twitter, los grandes maestros se mostraban muy críticos contra las elecciones del campeón cada vez que podía encender la lucha. Sus apuestas eran demasiado seguras en cada cruce para un jugador que lleva dos puntos de desventaja y tiene solo seis partidas por delante.
Hikaru Nakamura, por ejemplo, confesaba que «es un poco triste ver al gran jugador de rápidas, calculadora humana y una máquina de la táctica que Anand era en los 90 y a principios de siglo jugar con este estilo. Parece que el tigre está escaldado y prefiere una muerte lenta a recibir una paliza histórica si se lanza a la yugular de Magnus.
Carlsen, por supuesto, está encantado, como pudo verse en la rueda de prensa posterior a la partida. Si no se confía o le entra un inesperado pánico a la hora de rematar, no parece que vaya a necesitar siquiera llegar a la duodécima partida. Garry Kasparov aventuraba hace poco que no se jugarían más de diez.
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