Hace algún tiempo escribí por aquí una especie de crónica de la final de la Eurocopa de 2012 (España-Italia) desde el punto de vista de un ajedrecista y de un jugador de póker. Ayer coincidieron en el calendario las victorias del Atleti ante el Bayern, venganza mil veces aplazada que no será fácil rematar en Múnich, y de Magnus Carlsen contra Vladimir Kramnik. La segunda llegó en el torneo de ajedrez de Noruega, que esta vez no debería escapársele al profeta. Fueron dos duelos memorables con más de una semejanza.
Sabido es que Pep Guardiola es un buen aficionado al ajedrez, además de admirador de Kasparov. Sorprende que el entrenador catalán no obligue a los jardineros muniqueses a cortar el césped a cuadros. En unas horas, por cierto, veremos al ruso reaparecer ante los tres mejores de Estados Unidos, otro enfrentamiento que promete ser memorable. Queda pendiente para la próxima entrada.
Simeone secó las casillas del Manzanares y volvió a impartir una de sus lecciones magistrales de estrategia. Bajo el aspecto tosco de luchador canchero, el Cholo ha visto hincar la rodilla –al lado de un tipo al que todos llaman el Mono Burgos– a los mejores de Europa. La casualidad no entra en la ecuación, que tampoco limita sus variables al espíritu de lucha y la fortaleza defensiva. Este providencial argentino quema los libros que ha leído, como para no dar pistas al enemigo. Sus estratagemas abarcan todo el catálogo, desde la finura táctica a las artimañas más groseras. Pocas veces el corazón y el cerebro reman en direcciones tan idénticas, con resultados lógicamente dispares.
Magnus Carlsen, con su no menos engañosa pinta de estibador o boxeador de pesos medios, encaró la séptima ronda en la ciudad portuaria de Stavanger con los dientes apretados y la ventaja las blancas. No es muy distinta de la de jugar en casa en el fútbol o tener el saque en el tenis. Sin dejarse enturbiar por la iniciativa, un privilegio y una obligación, el campeón del mundo se conformó pronto con una mínima ventaja. Sacó su dama a pasear, en contra de todas las recomendaciones para principiantes, e hizo el trueque con la de su rival, como si se conformara con las tablas o con un frío intercambio de prisioneros. Lo que obtuvo fue la mínima recompensa de doblar un peón al ruso y arruinarle el peinado. En ese territorio abrupto, sus caballos maniobraron incansables hasta asaltar la debilitada muralla y montar un campamento en la casilla f5. Ni siquiera temió ante la perspectiva de dejar solo a su monarca, tan sobrado como Oblak en las situaciones límite. Al borde de la igualdad, la mayoría acaba agarrándose al empate, presa del vértigo, pero el joven gran maestro luchó por cada casilla del tablero y maniató al excampeón del mundo, número dos de la clasificación actual, con un currículum que asusta al miedo. Tampoco es casualidad que la partida la decida un peón lateral, no está claro si rubio y estiloso como Filipe Luís o moreno y correoso como Juanfran Torres.
Simeone, gran maestro de los banquillos, también envió sus mejores piezas a un ataque controlado en las primeras jugadas. Dio varios jaques de apariencia inocua hasta que su alfil más joven, Saúl Ñíguez, esquivó descontrolado cuantos peones salían a su paso, casualmente españoles la mayoría. El chaval acertó a enviar el balón justo a una esquina del enroque de Manuel Neuer, una fortaleza sin fisuras aparentes. Fue una jugada de las que los libros de ajedrez condecoran con dos admiraciones, que aquí se antojan pocas. La renta era exigua, pero permitió al Atlético entrar en la fase que mejor domina de las partidas. Supo sufrir, no sin alternativas frustradas por la madera, y logró una victoria preciosa ante un rival gigantesco, de historial no menos amenazante que el de Kramnik.
En ambos duelos la estrategia alcanzó una calidad sublime. Fueron dos de esos extraños enfrentamientos en los que disfrutan igual los entrenadores y los aficionados. Con las barreras de peones perfectamente enfrentadas, fueron las piezas en teoría menores las que decidieron el resultado. Guardiola y Kramnik desplegaron todo su repertorio, que resultó ser insuficiente ante el estado de gracia de sus oponentes. El ajedrez y el fútbol, cuando están bien jugados, alcanzan niveles de emoción y belleza que los no iniciados tienen la desgracia de perderse.
No es posible reproducir el partido en esta entrada, pero la partida de ajedrez se puede seguir un poco más abajo. Carlsen recuerda al mejor Capablanca.
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