Miguel Illescas explicaba hace poco en esta entrevista por qué Magnus Carlsen es un ajedrecista distinto. «Es un paso evolutivo, una especie de mejora del prototipo de híbrido hombre-máquina, que practica un ajedrez futurista, galáctico». Contra este «centauro», el menor error se paga. Después de cuatro partidas que acabaron en tablas (dos de ellas reñidísimas) y de 44 jugadas casi perfectas, bastó una pequeña imprecisión del campeón del mundo, el indio Viswanathan Anand, para que la máquina implacable en la que se ha convertido el noruego lo triturase.
Savielly Tartakover, un ajedrecista polaco (1887-1956) famoso por sus aforismos, dijo que en ajedrez gana quien comete el penúltimo error, dando por hecho que la perfección es inalcanzable. Desde que Carlsen y las máquinas han aprendido a no cometerlos, la frase se ha quedado obsoleta. El número uno del mundo, que tiene casi cien puntos Elo más que su rival, refuerza con esta victoria su carácter de favorito en el Mundial que se disputa en la ciudad india de Chennai, donde creció y tiene casa el campeón (la alterna con otra en el municipio madrileño de Collado Mediano).
Ahora el indio deberá dar lo mejor de sí mismo, como si no lo estuviera haciendo ya, arriesgar al máximo y aprovechar que juega dos partidas seguidas con blancas. Quedan sólo siete oportunidades, si no se llega al desempate, y arrancarle un punto entero al prodigio noruego se antoja una tarea hercúlea.
En cualquier caso, el espectáculo es prometedor y viene bien para animar aún más un campeonato que despierta pasiones. Se habla de mil millones de personas pendientes del duelo a través de televisión, la prensa escrita e internet. Baste como ejemplo que la versión británica de «GC» comentaba hoy en Twitter que había tenido más éxito su reportaje sobre Carlsen que las cien fotos del desfile de Victoria’s Secret.
Así fue la partida:
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