Se esperaba con verdadero interés la novena partida del Mundial de Ajedrez. Todos querían descubrir el espíritu e incluso el cuerpo con el que Magnus Carlsen y Sergey Karjakin se presentarían a jugar. Un comentarista deportivo, de los otros deportes quiero decir, habría dicho que salieron enchufados, moviendo a toda velocidad. En realidad, entraron en una variante conocida de la española y realizaron más de veinte movimientos de memoria. Cuando tuvieron que improvisar, el sistema nervioso del ruso volvió a mostrarse más fiable… hasta cierto punto. El campeón cometió su único error grave justo antes del control de la jugada 40. Sergey jugó ahí con valentía, pero le faltó un punto de sutileza. Él cree que «Magnus se defendió bien» y que «era muy difícil» jugar a la perfección. En efecto, su rival encontró una vía hacia las tablas, angustiosa y larga, pero suficiente para seguir vivo. ¿Volverá mañana más peligroso que nunca, como un animal herido? El marcador está 5-4 a favor del aspirante, que jugará con negras dos de las dos partidas que quedan.
Una vez demostrado que ambos traían los deberes hechos, el número uno fue el primero en pararse a pensar. Al principio parecía una estrategia, porque se antojaba improbable que sus análisis llegaran hasta ahí y luego no supiera cómo seguir. Entonces se vio que, en efecto, debió de ser el primero en pisar territorio desconocido, porque necesitó 25 minutos para realizar una sola jugada, la 23, y ni siquiera siguió la recomendación de las máquinas, algo que no es necesariamente malo.
Con lo que los ajedrecistas llaman el medio juego inaugurado (eso que colocaron los dioses entre la apertura y el final), la partida entró en una fase interesante, ya vista en este duelo. Carlsen había sacrificado un peón, recordemos que con las piezas negras, en búsqueda de posiciones asimétricas, un río revuelto donde tener más probabilidades de pescar. Karjakin, que rara vez se deja despistar, no perdió la brújula.
La posición fue casi siempre algo mejor para el blanco, pero peligrosa para los dos bandos. Bonita, en cualquier caso, y en absoluto parecida a algunas de las tablas aburridas que soportó el público antes de desencadenarse el la tragedia de la octava partida. La hermana mayor de Magnus confirmó que acabó el juego anterior «destrozado», pero se mostró optimista sobre la capacidad del gran maestro para recuperarse y remontar, ya que después de la jornada de descanso lo había visto «de buen humor y concentrado».
Para un espectador neutral e incluso ignorante de las reglas del juego, resultaba evidente que Karjakin no quería distracciones y que Carlsen seguía algo incómodo en la silla. En varias ocasiones tardó incluso demasiado en mover (recuerden el consejo de Amador Rogríguez). Todavía no parecía preocupante, pero en la jugada 37, con solo dos minutos en el reloj, cometió su primer error del día, que amenazaba con ser definitivo, para la partida y para el campeonato. Por unos momentos, estuvo muerto, pero siguió el viejo consejo y no caminó hacia la luz. Su rival tampoco lo empujó como debía.
Al llevar su caballo a la casilla e7, en un salto hacia atrás, de corte defensivo, paradójicamente había dejabo desguarnecido el punto más vulnerable que tiene un rey desde que se planta en el tablero, su peón de la columna f. Ahí el ruso tenía dos formas de asaltar el fortín. Eligió la directa, que no solo era la menos buena, sino que al final resultó insuficiente. «Las blancas están mucho mejor», aseguraba Stockfish, uno de esos programas de fuerza bruta insoportable para los humanos. Pese a todo, la máquina no se enteró cuando cambiaron las tornas y casi todos los expertos con sangre en las venas vaticinaban ya las tablas. El tiempo dio la razón a nuestra especie y la superioridad no se transformó. El Mundial sigue en el aire. Dos puntos de ventaja a falta de tres partidas habrían sido demasiado incluso para Magnus Carlsen, quien admitió que había sido «una partida muy difícil» para él. Casi una década después, el título estuvo a un paso de volver a Rusia. Ahora quedan tres, como mínimo.
Magnus, aliviado por el resultado, declaró en la rueda de prensa que se siente «capaz de ganar una de las tres partidas que faltan». Ambos jugadores, por otro lado, reaccionaron con humildad cuando les mostraron las líneas que recomendaban los ordenadores y que ellos habían pasado por algo.
Resulta curioso que el ajedrez, el juego más justo que ha inventado el hombre (o los alienígenas), haya castigado casi siempre en este Mundial a quien jugaba mejor. Que ninguna buena acción quede sin castigo.
Así fue la novena partida:
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