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Blogs Jugar con Cabeza por Federico Marín Bellón

«Ponte en lo peor»: Woody Allen y el ajedrez

Federico Marín Bellón el

«Las dos cosas más importantes son el sexo y la muerte. Y claro, con la suerte que tengo… la mala es la que dura para siempre». La frase no es de Woody Allen, pero cualquier forense encontraría rastros de su ADN. En realidad la pronuncia su «personaje» en «Ponte en lo peor», un libro editado por Tusquets (39 euros para los Reyes Magos que se lo puedan permitir) con más de 300 tiras. Son el fértil fruto de la colaboración entre el genio de Brooklyn y el escritor y dibujante Stuart Hample durante nueve años, entre 1976 y 1984. O para los que prefieran el calendario alleniano -aún más regular y sin años bisiestos-, entre «Annie Hall» y «Broadway Danny Rose». (Recupero este texto, publicado en las páginas de ABC en papel).

Woody Allen, jugando al ajedrez en dos versiones no tan distintas. Bajo estas líneas aparece junto al actor Michael Murphy en «La tapadera»

No todo el mundo sabe que antes de dedicarse a hacer películas a un ritmo febril, Allen escribía monólogos. Hample cuenta cómo lo conoció en 1955, cuando el futuro director tenía 20 años y era un tímido humorista que se aferraba al micrófono en el centro del escenario, soltando sus chistes inteligentes, a menudo sin cobrar y casi siempre sin aplausos como recompensa. «Hubo una noche en que no se rió nadie», recuerda Hample, pero el material «era de lo más de lo más original, brillante y divertidísimo, el mismo con el que luego, cuando Woody triunfó, hacía desternillarse al público».

Woody y sus mujeres

Ya en el camerino, Woody estaba abatido. Jack Rollins, su agente vitalicio, le pidió que en lo sucesivo actuara como si estuviera solo, sin importarle si la gente reía o no. Casi veinte años después, con Allen más reconciliado con el público, Hample pensó que podría colaborar con aquel pelirrojo y convertirlo en una tira cómica. En la cresta del éxito, su actor principal rechazó la propuesta: «Lo siento. Ahora estoy ocupadísimo. No necesito dinero. Llámame el año que viene».

Pero de algún modo logró enseñarle los bocetos y captar su atención, hasta el punto de que los primeros dibujos aparecieron en «Annie Hall». Ambos hombres empezaron a colaborar enseguida. Con decenas de apuntes como modesto punto de partida, el dibujante pudo contar también con las obras teatrales, novelas, películas y monólogos de su socio. De todo aquello salió petróleo, refinado en el lujoso ático de Woody en la Quinta Avenida.  

Woody y sus padres

Aprovechando la popularidad del actor y director, enseguida apareció una agencia dispuesta a vender aquellas viñetas a la prensa, no solo dentro del país. Fue la primera primera prueba de un fenómeno que dura hasta nuestros días: Woody Allen siempre fue aún más apreciado fuera de su país.

Así empezó a venderse «Inside Woody Allen» («Dentro de Woody Allen»), tira que contrataron nada menos que 460 periódicos. El único inconveniente para Hample es que trabajaba en exclusividad para otro medio con una tira propia y al principio tuvo que firmar con pseudónimo (eligió el de Joe Marthen). La CBS incluso propuso hacer una serie de dibujos animados, pero Woddy nunca accedió.

Woody y el psicoanálisis

No todo fueron éxitos, por supuesto. Algunos editores de diarios empezaron a quejarse de las alusiones a Dios («no ofendamos a los lectores del cinturón bíblico estadounidense») y a pedir chistes menos sutiles, mientras Woody insistía en mantener la audacia. «Imponte al público», aconsejaba a su dibujante y coguionista, entre multitud de recomendaciones; «no dejes que él se te imponga». «El lector es más listo que yo y capta los chistes a la primera. No subestimes a la gente. Aunque Nixon lo haga». Y su mandamiento definitivo: «Resígnate: nunca llegaremos a las masas».

Para terminar, después de una pequeña muestra de tiras cómicas, la portada del libro:

 

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