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La Luna y Marte: exploración y poder espaciales

La Luna y Marte: exploración y poder espaciales
Jorge Cachinero el

La exploración del espacio es un territorio competitivo para las grandes potencias.

Originalmente, la pugna entre Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en el espacio era de carácter pacífico y buscaba el prestigio nacional de los contendientes.

Aquella competencia terminó después de que EE. UU. venciera en la carrera por ser la primera potencia en conseguir, en julio de 1969, que un ser humano pisara la superficie de la Luna, tras lo cual el programa Apolo de la National Aeronautics and Space Administration (NASA) estadounidense acabó cancelándose en 1972.

Amstrong en la superficie de La Luna, 20 de julio, 1969

Desde aquel año, la exploración del espacio por parte del ser humano pareció quedar limitada a órbitas terrestres bajas –Low Earth Orbits (LEOs), en inglés-, que se definen como las que cuentan con una altitud de 2000 km. o menos, aunque, en la práctica, dado que la desintegración orbital, debida a la resistencia atmosférica, es sustancial por debajo de unos 200 km., la mayoría de las LEOs se sitúan entre los 160 km. y los 2000 km.

A modo de ejemplo, la mayoría de los satélites meteorológicos de órbita polar y algunos satélites de mapeo de la Tierra operan, generalmente, en el rango de 500 km. a 900 km.

Con todo y con ello, durante los años posteriores a la cancelación del programa Apolo, EE. UU. continuó enviando robots a Marte.

Sin embargo, recientemente, la exploración espacial ha vuelto a convertirse en un dominio de competencia entre las grandes potencias.

Así, el 11 de diciembre de 2017, la NASA aprobó y el presidente Trump firmó una directiva sobre política espacial –Space Policy Directive-1 (SPD1), en inglés-, que marcó la nueva dirección estratégica de la NASA para “organizar más efectivamente los esfuerzos gubernamentales, comerciales e internacionales para desarrollar una presencia permanente más allá de la Tierra, que genere nuevos mercados y nuevas oportunidades, tanto científicas como económicas”.

Donald Trump firma SPD1, 11 de diciembre, 2017

EE. UU. se está moviendo muy rápidamente en este terreno y, de acuerdo con el mandato de la SPD1, los nuevos planes de la NASA incluyen el regreso a la Luna -con el alunizaje de hombres sobre su superficie, más específicamente, sobre nuevos terrenos de la Luna, como su Polo Sur- en 2024 y, para este propósito, se ha creado el programa Artemis, nombre de la hermana gemela de Apolo en la mitología griega, que cuenta con las fases I, II, III y IV, siendo esta última la del alunizaje.

Proyecto Artemis para La Luna

El programa de exploración lunar Artemis de la NASA representa el regreso a la Luna por razones de posibles descubrimientos científicos y de beneficios económicos.

Los tres activos del programa serán Gateway, una estación que orbitará alrededor de la Luna, facilitará apoyo esencial para el objetivo de hacer regresar al ser humano a la superficie lunar y, también, será un elemento crítico para extender la exploración en el espacio profundo; el Campo Base Artemis, propiamente dicho, que preparará el acceso, que permitirá la exploración de la Luna, incluyendo el trabajo debajo de su superficie, y que deberá estar terminado en 2030; y el sistema de transporte en el espacio profundo, que incluye la nave Orion.

Los dos vehículos que la NASA utilizará para alunizar en 2024 serán el Starship -fabricado por Spacex, la compañía creada por Elon Musk, máximo ejecutivo de la compañía automovilista Tesla-, un sistema de transporte reutilizable, capaz de ser lanzado y de transportar tripulación y carga de más de 100 Tm, incluyendo la nave de alunizaje, a las órbitas de la Tierra, donde sería recargado mientras orbita, a las de la Luna, a las de Marte y más allá, y el Space Launch System (SLS), un vehículo de lanzamiento de cargas súper pesadas, que estará capacitado para transportar la nave Orion, astronautas y carga a la Luna en un solo viaje.

De forma complementaria a lo anterior, los planes de la NASA incluyen el acceso a Marte desde la Luna, en la década de los años 30, es decir, mediante la preparación para un viaje de 55 millones de kilómetros, que es la distancia en el momento en el que ambos están más cerca uno de otra.

La forma tradicional de la NASA de asumir sus misiones a la Luna es abordarlas como un ejercicio de preparación de su programa de exploración de Marte, tanto sobre las posibles necesidades en órbita como en la superficie del planeta rojo.

Las primeras, en la órbita de Marte, incluyen la construcción y el ensamblaje de una nave compleja en el espacio profundo, habituarse a operaciones de años e intensivas en esfuerzo y facilitar el sistema de apoyo vital imprescindible para ellas, realizar operaciones en órbita y sobre la superficie de Marte, la creación de una cadena de suministro logístico espacial para permitir abastecimientos comerciales y de recarga de energía o estudiar y preparar el cuerpo y la mente humanas frente a los riesgos de la vida en el espacio profundo.

Las segundas, sobre la superficie de Marte, supondrán tener que hacer frente a los retos de mejorar los trajes espaciales utilizados en el Campo Base Artemis para un nuevo entorno, desarrollar las capacidades para sobrevivir y trabajar, sobre la marcha, en un hábitat móvil durante semanas, crear protocolos de protección frente al polvo planetario, manejar robots de exploración previa y de ubicación de activos antes del aterrizaje de humanos o aprender cómo los seres humanos pueden sobrevivir y trabajar en un entorno de escasa gravedad.

Proyecto Artemis para Marte

Sobre este último punto, es decir, la vida de los humanos en el espacio, no se debe olvidar que todo el conocimiento médico acumulado por el hombre durante siglos, hasta ahora, está basado sobre la experiencia del comportamiento del cuerpo y del cerebro humanos en un entorno con gravedad.

Por lo que se sabe, por el momento, viajar en el espacio representa retos desde el punto de vista de la neurociencia, cognitivos y físicos particulares: las caras se hinchan, la densidad de los huesos se reduce, se pierden minerales importantes, se deteriora la visión o aumentan los riesgos de enfermedades cardiovasculares.

Además, las posibles deficiencias cognitivas y los problemas de comportamiento obligarán a un refuerzo de la medicación de los astronautas y al desarrollo de programas de ordenador específicos para hacer frente a la depresión, al aislamiento y al conflicto.

En definitiva, debe tenerse en cuenta que un viaje, de ida y vuelta, a Marte durará entorno a tres años y, una vez que la nave esté lanzada, no hay vuelta atrás.

Por lo tanto, en la medida en que sea posible, los sistemas que vayan a ser utilizados en estas misiones deberán ser duales, para su uso en la Luna y en Marte, a la vez, y, por esto, en la filosofía de la NASA, las misiones lunares son preparatorias para las dirigidas a Marte.

La exploración presente y futura del espacio se realizará gracias al desarrollo de la robótica.

Así, por ejemplo, el Perseverance Rover de la NASA, que aterrizó con éxito, el 18 de febrero de 2011, sobre la superficie de Marte, trata de entender la geología del planeta y de averiguar si existen señales de vida anterior.

Imagen del Perseverance Rover estadounidense en Marte

Mientras que el helicóptero Ingenuity, una nave autónoma de pequeño tamaño, que va adosada al Perseverance Rover, busca el testar la posibilidad de efectuar vuelos propulsados en la atmósfera de Marte.

En el caso de EE. UU., la dirección estratégica de su política espacial es consistente con su política exterior, con su cultura estratégica e, incluso, con sus valores fundacionales: creencia en la excepcionalidad de su nación, política exterior basada en valores, insularidad y cooperación global o, por último, renuencia a sumarse a esfuerzos multilaterales de prohibición de una potencial carrera de armamentos en el espacio, simultáneamente.

En definitiva, EE. UU. traslada al espacio un liderazgo fuerte, incluso, un liderazgo natural, para el que ha diseñado una política espacial ambiciosa, que empuja la innovación y la aspiración de mantenerse como una potencia pionera en este dominio.

Por contra, la política europea hacia el espacio es más difícil de definir dado que, si bien la Agencia Espacial Europea –European Space Agency (ESA), en inglés- explicita la necesidad de contar con programas espaciales equilibrados, completos y autónomos y de mantener un foco potente en los proyectos científicos que le dan soporte, al mismo tiempo, la ESA está sometida a todas las tensiones políticas entre sus socios que son miembros de la Unión Europea (EU) y aquellos que no lo son y, de manera adicional, entre los miembros mismos de la UE.

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) acordó, durante su reunión de Bruselas, en 2018, elaborar su política espacial, que acordó, en 2019, en la reunión de sus líderes en Londres, donde declaró el espacio como su cuarto dominio de operaciones

En la cumbre de Bruselas de 2021, la OTAN declaró que “ataques a, desde, o en el espacio (…) podrían dirigir a la invocación del Artículo 5” -es decir, la piedra angular de la organización, ya que encapsula el concepto del compromiso con la defensa colectiva de todos sus miembros, de tal forma que un ataque contra uno de los aliados es considerado como un ataque contra todos ellos-, al que se ha recurrido en única ocasión en la historia de la Alianza, tras el ataque terrorista contra EE. UU., el 11 de septiembre de 2001.

En la actualidad, la OTAN está preparando sus planes para desarrollar un Sistema Estratégico de Alerta Situacional en el Espacio –Strategic Space Situational Awareness System (3SAS), en inglés- en sus cuarteles generales.

En Rusia, la exploración del espacio es sentida como parte consustancial a su patriotismo nacional, especialmente, tras haber vivido su era espacial dorada durante las décadas de los 50 y de los 60 del siglo pasado, cuando fue el país que inició la carrera espacial y que consiguió, para sorpresa de los estadounidenses, lanzar el primer satélite orbital terrestre, Sputnik, en 1957, y tomar la primera foto, en 1959, de la cara más lejana de la Luna.

Después de años de retrasos en sus programas y de dificultades presupuestarias para ejecutarlos, Roscosmos, la corporación estatal rusa para el espacio, apostó por el regreso de Rusia a la primera línea de la competitividad espacial internacional mediante la aprobación, en 2016, de un plan estratégico a diez años, después de años de rendimiento realmente impresionantes en su participación en el proyecto de la estación espacial internacional –International Space Station (ISS), en inglés-.

Este plan ruso coincide en el tiempo con el impulso que China está dando a sus planes espaciales, que tienen sus orígenes en los años 50 del siglo pasado.

Para China, su programa espacial y sus programas militares son una misma entidad y han crecido, desde los años 90, a medida que el país ha visto incrementarse su posición en la geoestrategia mundial y que ha identificado, desde entonces, la importancia y el prestigio nacional que tendrían los proyectos de exploración lunar y del espacio profundo y el lanzamiento de naves espaciales pilotadas por humanos.

Desde 2000, China opera su propio sistema de satélites de navegación, BeiDou, y está realizando una expansión acelerada en el espacio como paso necesario para cambiar el equilibrio militar entre las grandes potencias en la Tierra.

En 2021, China consiguió situar un vehículo, Zhurong Rover, en Marte, al primer intento, mientras Rusia falló en este mismo objetivo, y, junto a Rusia, está trabajando en crear una estación de investigación lunar internacional, en tres fases: reconocimiento, 2021-2025; construcción, 2026-2030; y utilización plena, después de 2036.

Imagen del módulo de aterrizaje chino en Marte tomada por el Zhurong Rover

Lo más llamativo de todos los esfuerzos de exploración espacial de los últimos años consiste en la involucración, en EE. UU, de la iniciativa privada en los mismos.

Elon Musk ha desarrollado el ambicioso programa Occupy Mars o Earth 2.0Ocupar Marte o Tierra 2.0, en español- con el objetivo de convertir a la especie humana en, al menos, bi-planetaria, si no, en multi-planetaria, ya que espera que, con la familia de los cohetes Starhips, de los que espera construir 1.000, no sólo se podrá colonizar Marte, sino, también, alcanzar, desde éste, Saturno.

Elon Musk y Marte

En realidad, Musk es heredero del pensamiento de Carl Sagan, el científico estadounidense que, en 1996, proclamó que, como si se tratara de una póliza de seguridad para el ser humano, éste debería convertirse en una “especie bi-planetaria”.

Musk está intentando hacer revivir esa visión de Sagan del ser humano como una especie multi-planetaria mediante la colocación de un millón de colonos en Marte, gracias a sus cohetes reutilizables Starships, financiados por los sectores público y privado de EE. UU. y construidos en Boca Chica, Texas.

Aparte de los retos científicos y humanos, si todos estos proyectos llegaran a buen término, se abriría para el mundo un abanico de desafíos geopolíticos y legales sobre si es posible reclamar por un país la jurisdicción sobre un cuerpo celestial, sobre cuál sería el objeto social y la naturaleza jurídica de una o de varias compañías establecidas en otros planetas del sistema solar o sobre cómo se organizarían y se gobernarían las futuras colonias espaciales.

¿Serían como las naciones-Estado de la Tierra?, ¿su autoridad se limitaría exclusivamente al espacio físico ocupado? o ¿cómo se gestionarían los conflictos o la cooperación entre ellas?

Está por ver cuáles de todos estos proyectos son realistas y cuáles no son más que castillos en el aire.

 

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