Se asocia, habitualmente, el virus del COVID19 con la imagen de una esfera cubierta por un bosque de antenas rojas con forma de trompetitas.
La imagen, sin embargo, que mejor representa todo lo que tiene que ver con el COVID19 sería la de una cebolla.
El virus del COVID19, desde un punto de vista estratégico, merece ser pelado como una cebolla para desnudarlo y entenderlo en toda su magnitud e, idealmente, no llorar en el proceso.
En la superficie, la cebolla del COVID 19 tiene una primera capa que es la de la crisis sanitaria que asola al mundo desde finales de 2019.
Esta dimensión de la pandemia es la más obvia, es la que está a la vista de todos y es la que, por el momento, más sufrimiento está provocando en todo el mundo: casi 4 millones de muertes y cerca de 175 millones de infectados.
A continuación, la segunda capa del COVID19 es la crisis económica que esta pandemia ha generado en todo el planeta.
El COVID19 ha provocado la mayor crisis económica mundial desde la Gran Depresión de 1929 y, en algunos países -como ha sido el caso de España, desde el final de la Guerra de Cuba en 1898-, la mayor crisis económica de su historia contemporánea.
La siguiente capa del COVID19 es la de los efectos políticos que está provocando en el mundo.
Básicamente, desde el estallido de la pandemia, se ha producido una diferencia marcada en los comportamientos de los gobiernos de las naciones ante aquella.
Por un lado, están los gobiernos que se han ocupado de combatir, lo más eficientemente posible, el virus, con mejor o peor fortuna, mientras que, al mismo tiempo, han preservado los valores y los procedimientos de sus sistemas democráticos y del Estado de Derecho.
En este primer grupo de gobiernos con un comportamiento ejemplar, con sus luces y con sus sombras en la gestión sanitaria, se incluyen, sin pretensión exhaustiva y por citar sólo algunos ejemplos, los de Australia, Corea del Sur, Japón, Nueva Zelanda o Taiwán, en Asia, o los de Alemania, Austria, Chequia, Finlandia, Serbia, Suiza o los países escandinavos, en Europa, o el de Israel en el Próximo Oriente.
Forma parte de este grupo, también, un país como Italia, que, habiendo sufrido inmensamente el golpe sanitario y económico de la pandemia, ha optado, finalmente, por seleccionar a sus mejores para liderar la salida de la situación en la que se encuentra.
Sin embargo, muchos gobiernos, además de ser incompetentes en la gestión sanitaria y económica de los efectos devastadores del COVID19, han aprovechado, perversamente, la crisis provocada por el virus bien para socavar la democracia y hacer avanzar sus agendas liberticidas o bien, sencillamente, la han utilizado para reforzar el carácter autoritario de sus sistemas políticos.
Por último, después de pelar pacientemente la cebolla del COVID19, uno llega al corazón de esta, que es la dimensión geoestratégica de un virus que está enfrentando a Estados Unidos (EE. UU.) con la República Popular de China.
En el momento presente, ya forma parte del entendimiento colectivo entre las naciones del mundo, con la excepción de China, después de meses de intoxicación y de disputas, el que el virus del COVID19 tuvo su origen en China, específicamente, en la localidad de Wuhan.
También es ya moneda corriente el que el virus procede de un laboratorio de alta seguridad que trabaja para el ejército chino y no, de un mercado húmedo de animales cercano a aquel, como se dijo al comienzo de la crisis.
Finalmente, ya es aceptado comúnmente el que el virus es el resultado de un proceso humano de fabricación biotecnológica.
El único punto sobre el que todavía no hay un acuerdo universal y que está centrando el debate actual sobre los orígenes del COVID19 es averiguar si el virus se escapó involuntariamente de ese laboratorio de Wuhan.
Si ese no hubiera sido el caso, queda por dilucidar, por el contrario, la validez de la hipótesis de que el virus fuera convertido en un arma para ser lanzada al mundo, desde aquel centro al servicio de las Fuerzas Armadas de China, consciente y premeditadamente, en un acto deliberado y flagrante de guerra bacteriológica.
El tiempo dirá cuál de las dos opciones es la verdadera.
A pesar del dramatismo y de las implicaciones que la pandemia del COVID19 ha tenido hasta ahora, esta no ha provocado cambios, ni ha generado tendencias geoestratégicas nuevas en el mundo, sino que, más bien, ha sido un catalizador de muchas de las que ya estaban en marcha antes de su estallido.
El COVID19 ha actuado como un shock estratégico, que está acelerando todas esas tendencias.
Fundamentalmente, el COVID19 está siendo y seguirá siendo un dinamizador y un elemento de disrupción en todo lo que hace referencia a la competencia por el liderazgo en el mundo entre EE. UU. y China y a la difusión y diseminación del poder, en general, entre nuevos actores estatales.
Además, el COVID19 está acentuando la fragilidad creciente de los Estados y la fragmentación ascendente de las sociedades, el impulso de la migración irregular e ilegal o la desintegración de las cadenas de valor de los grandes modelos de negocio internacionales.
Igualmente, este virus está multiplicando la importancia progresiva que están adquiriendo tanto el crimen organizado transnacional -TOC, por sus siglas en inglés- como el terrorismo internacional yihadista.
En definitiva, si las opiniones más cínicas sobre los motivos de la difusión del COVID19 se confirmaran, estas no harían más que validar, con este caso, una vez más, el pronóstico de algunos de que las guerras del siglo XXI son y serán guerras híbridas, es decir, guerras sin teatros de operaciones para ejércitos regulares y sin disparos entre soldados.
Las guerras del siglo XXI serán guerras que tendrán lugar sin que la opinión pública pueda observarlas, en vivo y en directo -como sucedió, hasta cierto punto, y sometida a determinados controles, con la Primera Guerra del Golfo en 1990 y 1991-, y porque serán guerras que se desarrollarán por medios cibernéticos, bacteriológicos, de operaciones psicológicas y especiales, de intoxicación y de manipulación de la información o de los procesos electorales, entre otros.
A finales de enero de 2013, el general Gerasimov, jefe del Estado Mayor General de la Federación Rusa, pronunció un discurso ante la Academia de Ciencias Militares de su país.
El texto fue publicado por Voienno-Promyshlenny Kurier bajo el título “El valor de la ciencia radica en la anticipación”.
Tres años después, el 27 de febrero de 2016, el general Gerasimov volvió a hablar ante la Academia de Ciencias Militares sobre las características de las guerras contemporáneas.
La caracterización que hizo el general Gerasimov de los conflictos militares contemporáneos incorporaba, a la que ya hizo en 2013, la utilización de expresiones como “guerra híbrida” o “métodos híbridos”, que habían estado ausentes, hasta ese momento, del léxico militar oficial ruso.
En palabras del general Gerasimov, “en los conflictos contemporáneos es cada vez más frecuente que se dé prioridad a un uso conjunto de medidas de carácter no militar, políticas, económicas, informativas y de otro tipo, que se ponen en práctica con el sostén de la fuerza militar. Son los llamados métodos híbridos”.
Pronto sabremos si el COVID19 ha sido uno de esos métodos híbridos para conseguir objetivos políticos sin tener que declarar formalmente una guerra.
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