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AUKUS, China y el futuro de Taiwán

AUKUS, China y el futuro de Taiwán
Taiwàan
Jorge Cachinero el

El pasado 15 de septiembre, Australia, Reino Unido y Estados Unidos (EE. UU.) anunciaron que habían formalizado un acuerdo de cooperación militar mutua, bajo unas siglas formadas con las letras iniciales de los nombres de sus países respectivos -AUKUS, es decir, Australia, United Kingdom y United States-.

Boris Johnson (i), Scott Morrison (c), Joseph R. Biden (d)

El objetivo de AUKUS es facilitar, en general, el acceso de Australia a tecnología militar de vanguardia desarrollada por sus dos socios, incluyendo capacidades en inteligencia artificial (IA) y en tecnologías cuánticas, y, de forma específica, permitir a Australia la adquisición de submarinos de propulsión nuclear.

Esta asociación busca, además, abordar los desafíos de seguridad en el Indo-Pacífico, aunque aquel anuncio no fuera explícito sobre esto, y, en concreto, controlar a una China en crecimiento, que ha estado reforzando su músculo militar durante los últimos años, desde el Mar del Sur de China hasta la frontera con India, en Ladakh, en la región de Cachemira.

La expansión vertiginosa de la Armada china ha sido descrita, en EE. UU., como la acumulación militar más rápida que se ha conocido, desde la Segunda Guerra Mundial, y está respaldada por la fortaleza del desarrollo de la economía de China durante las últimas décadas.

‘Liaoning’, primer portaaviones de la marina china

Los submarinos de propulsión nuclear no son, en sí mismos, armas nucleares.

Las dos principales funcionalidades diferenciales de estas naves sobre otro tipo de submarinos son las de permitir un mayor alcance y rango en su operatividad y una mayor sostenibilidad en el tiempo.

Ambas capacidades, especialmente, la primera, son muy apreciadas para maniobrar en la cuenca del Pacífico en Asia y dan ventaja militar a quienes las poseen, dadas las distancias enormes de la zona.

Estas naves, gracias a esa propulsión, son idóneas para operar lejos de las aguas territoriales propias, permiten navegar por debajo del agua durante períodos más largos de tiempo y prologan sus salidas a la superficie, con menor frecuencia que en el caso de otros submarinos, para repostar y para el avituallamiento.

Submarino nuclear

Los marinos que sufren claustrofobia y los submarinos de propulsión nuclear son incompatibles.

Lo cierto es que este tipo de submarinos genera preocupación, desde el punto de vista de la proliferación de armas nucleares, ya que la mayoría de ellos utiliza, para su propulsión, uranio enriquecido en un 90% -lo que se conoce como uranio altamente enriquecido o Highly Enriched Uranium (HEU), en inglés-, y este HEU es, precisamente, el tipo de uranio que es utilizado para fabricar armamento nuclear.

No obstante, Australia no genera dudas en este terreno ya que es uno de los líderes mundiales en la defensa de los regímenes de control de la proliferación de armas nucleares y es, sin duda, un actor racional y de comportamientos previsibles.

Así, Australia ha suscrito todos los acuerdos, tratados y regímenes existentes a este respecto.

Por ejemplo, Australia es firmante del Tratado de Rarotonga -o Tratado de Zona Libre de Armas Nucleares del Pacífico Sur, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuya entrada en vigor se hizo efectiva en 1986-, que refuerza, en aquella región, los compromisos del Tratado sobre la No Proliferación de Armamento Nuclear de la ONU –Treaty on the Non-Proliferation of Nuclear Weapons (NPT), en inglés-, vigente desde 1970 y cuyo mandato se extendió, indefinidamente, en 1995.

En concreto, el Tratado de Rarotonga obliga a sus firmantes a no fabricar, a no poseer, a no adquirir y a no tener control sobre armas nucleares y, también, a prevenir la realización de pruebas nucleares en el territorio vasto que abarca desde la costa oeste de Australia hasta el límite de la zona libre de armas nucleares –Nuclear-Weapons-Free Zone (NWFZ), en inglés- de América Latina, en el este, y desde el círculo del ecuador hasta 60 grados al sur.

Australia, también, lidera la asociación internacional llamada Comprehensive Nuclear-Test-Ban Treaty Organization (CTBTO), cuya misión es supervisar el cumplimiento de este Tratado, que tiene como objeto impedir explosiones de pruebas nucleares en la superficie de la Tierra, en la atmósfera, bajo el agua y bajo tierra.

A pesar de ello, la realidad es que el NPT contiene esa laguna sobre el uso de HEU para la propulsión de submarinos, que determinados actores estatales, ni tan racionales, ni tan previsibles, como es Australia -este es el caso de Irán y de otros países-, están aprovechando para enriquecer uranio o para explorar el posible enriquecimiento de uranio.

Indudablemente, el uso de uranio de enriquecimiento bajo –Low Enrinched Uranium (LEU), en inglés- para la propulsión de submarinos es más seguro y da solución al problema de la proliferación que plantean los submarinos de propulsión HEU, aunque reduce o, incluso, sacrifica, notablemente, las funcionalidades señaladas de rango de operatividad y de sostenibilidad, que tanta ventaja militar ofrecen en un espacio tan amplio como es el área del Indo-Pacífico.

Por otra parte, los submarinos de propulsión nuclear son naves muy caras.

Cada uno de estos submarinos puede costar 4 millardos de dólares, sin contar con las grandes exigencias económicas asociadas con la construcción de las infraestructuras necesarias para su mantenimiento.

Brasil, que está estudiando incorporar estas naves a su flota, ha desarrollado ya un submarino de propulsión nuclear HEU con un coste de 7 millardos de dólares.

Esta es, en gran parte, la razón por la que algunos países, como Japón o como Corea del Norte, exploraron, en su día, y, finalmente, rechazaron su desarrollo o su adquisición.

Para Australia, el esfuerzo de contar con una flota de submarinos nucleares HEU, por pequeña que esta sea, será inmenso, dado que la asignación presupuestaria anual para la defensa del país es de 40 millardos de dólares.

En otras palabras, cada una de esas naves supondría un 10% del total del presupuesto de defensa de Australia de un ejercicio.

Si, a pesar de todo, Australia ha tomado esta decisión estratégica, debe presuponerse que tiene muy buenas razones para ello.

Francia o China están utilizando, mayoritariamente, LEU para sus submarinos de propulsión nuclear, mientras que Rusia y EE. UU., por este orden, son los países del mundo con mayor número de submarinos de propulsión nuclear HEU.

Las disputas marítimas en la región Asia-Pacífico son numerosas.

De todas las Islas Kuril -a las que Japón llama sus “Territorios Septentrionales”-, las cuatro más meridionales, al norte de Hokkaido, son propiedad de Rusia, desde que la Unión Soviética reclamara y obtuviera su titularidad al final de la II Guerra Mundial, y continúan siendo, hoy, el principal obstáculo por el cual los dos países no hayan firmado, todavía, un tratado formal de paz, desde la conclusión, en 1945, del gran conflicto bélico.

Islas Kuril

No obstante, la mayoría de las disputas marítimas presentes en el Pacífico asiático son fruto de reclamos de China, en especial, en el Mar del Sur de China, por lo que muchos países de la región perciben a esta como una amenaza a la estabilidad en el Indo-Pacífico por su posición agresiva, especialmente, en el mar.

China no está siendo clara, ni está enviando señales que tranquilicen a sus vecinos sobre cuáles son los objetivos que persigue con un refuerzo tan destacado de sus capacidades militares, que, además, está publicitando todo lo que puede.

El número de submarinos, de todas las clases y de todos los tamaños, en las flotas de los países de la cuenca del Indo-Pacífico, de acuerdo con las cifras de 2015, varían desde los 65 de China hasta los 2 que poseen, cada una de ellas, Indonesia, Malasia o Taiwán.

Y, entre estos, Rusia tiene 21; Corea del Norte, 18; India, 14; Corea del Sur, 13; Australia, 6; Singapur, 4; o Vietnam, 3.

EE. UU. tiene, como la potencia en el Pacífico que es, 3 submarinos patrullando permanente esa área de aquel Océano, además de contar con varias bases navales, situadas en Guam y en Hawái.

No debe sorprender que las percepciones sobre las amenazas que proyectan y que perciben cada uno de los países de la cuenca asiática del Pacífico sean las que estén dirigiendo, en estos momentos, las decisiones estratégicas y militares en la zona.

De hecho, las reivindicaciones de China sobre mares e islotes, naturales o artificiales, están, simultáneamente, empujando una carrera de armamentos en el Indo-Pacífico y estrechando la cooperación entre aquellos países que se sienten acosados por la agresividad de China.

El eslabón débil de la cadena en este episodio del anuncio de la formación de la alianza AUKUS fue Francia.

Francia, que, por derecho propio, es la única potencia de la Unión Europea (UE) en el Pacífico, descubrió, por sorpresa, que ya no era la proveedora de submarinos para Australia y que, además, era reemplazada por EE. UU. y por Reino Unido, es decir, sus socios en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Era una realidad el que, antes de la ruptura del contrato de abastecimiento de tecnología de Francia a Australia, que tanto ha molestado a aquella, para la construcción de submarinos, la relación entre suministradora y cliente no era fluida, ya que existían numerosas fricciones entre ambas relacionadas con el precio de los submarinos y con el del resto de los servicios a prestar por Francia o con la distribución de los puestos de trabajo, que se iban a crear, directos e indirectos, derivados de este proyecto industrial, en cada uno de los dos países.

Scott Morrison (i), Emmanuel Macron (d)

Lo manifiestamente inexcusable fue el error cometido por EE. UU. al no haber informado, primero, a un socio suyo, como es Francia, antes de hacer ningún anuncio público sobre la creación de AUKUS y sus consecuencias para esta.

EE. UU. gestionó este asunto -y su relación con Francia, en general, en un momento en el que carecía de embajador en París- de forma infantil, buscando la manera, aparentemente, más fácil de escabullirse de un problema que se quería ignorar, con la ilusión de hacerlo desaparecer de esta forma, y con urgencia para tapar y para desviar la atención de la opinión pública estadounidense de la debacle que supuso para Biden y su equipo la gestión pésima de la huida apresurada de EE. UU. de Afganistán.

Finalmente, el pasado 29 octubre, durante la cumbre del G20, en Roma, Biden, en persona, pidió disculpas al presidente francés, Emmanuel Macron, por haber sido tan “torpe” en la gestión del anuncio de la creación de AUKUS y del cierre del contrato de suministro de submarinos de propulsión nuclear a Australia.

En realidad, el elefante en la habitación detrás de todo este asunto es Taiwán.

Taiwán y China han disfrutado, durante décadas, de una suerte de arreglo comercial y económico entre ambas, que ha sido de beneficio mutuo y que, racionalmente, por lo tanto, no sería en interés de ninguna de las dos acabar con él.

Sin embargo, para China, el principio de que Taiwán es parte indisoluble de la única China está fuertemente interiorizada entre el liderazgo del país y entre su población.

Por ello, un conflicto bélico en torno a la recuperación de Taiwán por el continente es altamente probable, dado que China estaría dispuesta a sacrificar todos esos millardos, en transacciones comerciales y en inversiones, en favor de resolver, de una vez y para siempre, un asunto de naturaleza existencial para su nación.

EE. UU. es el único contrapeso posible a esa pulsión china.

Para ello, el despliegue de la inevitable disuasión mutua debería estar muy bien calibrada, tanto por EE. UU. como por China, para que cualquiera de los dos países evitara acabar cayendo en la trampa de verse impulsado a iniciar un conflicto bélico porque las señales percibidas por uno no se correspondieran con las que, realmente, se desearan transmitir por el otro.

China prefiere, habitualmente, gestionar sus relaciones internacionales de forma bilateral, caso a caso.

Desafortunadamente, Biden y su equipo han tenido durante 2021 pocos éxitos diplomáticos en su relación con China.

De las reuniones de alto nivel que se han celebrado entre EE. UU. y China durante este año, las dos primeras fueron un fracaso y una no consiguió avances sustanciales.

Las siguientes fueron dedicadas por EE. UU. a conseguir la celebración de una reunión entre Biden y Xi Jinping.

El 19 de marzo, en Anchorage, Alaska, el ministro de asuntos exteriores de China, Wang Yi, y, especialmente, el diplomático chino de más experiencia y jerarquía, Yang Jiechi, reprendieron, delante de los periodistas internacionales, al secretario de Estado de EE. UU., Antonhy Blinken, y al asesor de Seguridad Nacional estadounidense, Jake Sullivan, tras las críticas que estos habían realizado, en presencia de dichos medios de comunicación, a China -saltándose, de esa manera, el guion pactado y pautado de la reunión-, en su introducción pública a la misma.

Yang Jiechi (segundo a la izquierda), Anthony Blinken (primero a la derecha)

Un espectáculo digno de ser observado, revisado y estudiado con atención en todas las escuelas diplomáticas del mundo.

El 26 de julio, en Tiajin, la vicesecretaria de Estado de EE. UU., Wendy Sherman, fue de tropiezo en tropiezo, durante una visita a China, que, inicialmente, no estaba programada, en el marco de una gira asiática más amplia, consumando, así, a pesar de sus encuentros forzados con Wang Yi y con el responsable del departamento de EE. UU., dentro del ministerio de asuntos exteriores chino, Xie Feng, un segundo desastre consecutivo de la diplomacia estadounidense en sus relaciones con China durante el presente año.

Wendy Sherman (i), Wang Yi (d)

El 28 y el 29 de septiembre se celebró, por video conferencia, la 16ª ronda de las llamadas conversaciones de coordinación sobre política de defensa EE. UU.-China, que fue presidida, conjuntamente, por el vice asistente secretario de defensa para China estadounidense, Michael Chase, y por el general de división chino, Huang Xueping.

Las conversaciones concluyeron sin ningún progreso que reseñar, lo que, en sí mismo, fue suficientemente destacable.

El 9 de septiembre Biden y el presidente Xi Jinping conversaron, por teléfono, y este último no reaccionó muy positivamente a la sugerencia del primero de mantener, cara a cara, una cumbre, similar a la que sostuvo con el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin -que, en realidad, no fue tal-, en Ginebra, el pasado junio.

El 6 de octubre, en un hotel del aeropuerto de Zúrich, se encontraron Jake Sullivan y Yang Jiechi, sin que se produjera comunicación posterior alguna de buenas noticias o de avances entre las dos partes, a pesar de que Sullivan siguió abogando por un encuentro entre Biden y Xi Jinping, aunque fuera virtual, antes finalizar 2021.

Jake Sullivan (primero a la izquierda), Yang Jiechi (primero a la derecha)

El 12 de noviembre Anthony Blinken y Wang Yi hablaron, al teléfono, por petición del primero, y, por fin, terminaron de preparar la conversación entre los dos dirigentes de sus países respectivos, que, finalmente, se llevó a cabo, virtualmente, el 16 de noviembre.

Joseph R. Biden (i) y Xi Jiping (d)

En esta charla, Taiwán fue el asunto principal de discrepancia entre las dos grandes potencias.

De forma similar a lo que Putin hizo con Biden, durante su reunión presencial, en junio, en Ginebra, con respecto a Ucrania y a la política interna de Rusia, durante las tres horas que duró el diálogo virtual de esta semana entre los líderes chino y estadounidense, Xi Jinping marcó una línea roja a Biden sobre Taiwan, a quien, de forma poco velada, amenazó sobre el comportamiento futuro de EE. UU. en relación con cualquier tentación de cambiar el estatus actual de Taiwán.

La debilidad interna e internacional de Biden se manifestó, una vez más, cuando este reiteró ante Xi Jinping su reconocimiento de la validez de la política de la única China.

Mientras tanto, durante las últimas semanas, China ha estado enviando regularmente aviones de combate a sobrevolar el espacio aéreo taiwanés y probar, así, sus sistemas de defensa.

Recientemente, China realizó maniobras navales conjuntas con Rusia -después de las terrestres, que se llevaron a cabo, al unísono, entre ambas potencias, por primera vez en la historia, dentro de territorio chino, el pasado verano-, incluyendo la navegación cercana a estrechos y a islas disputadas por Japón.

Por último, China realizó y publicitó nuevas pruebas de sus misiles y de sus vehículos hipersónicos, en fase de desarrollo.

Los analistas de defensa estadounidenses calculan que China tardaría 7 días en ocupar militarmente Taiwán, mientras que EE. UU. necesitaría de 90 días para realizar un despliegue defensivo, suficientemente creíble, para impedirlo.

Es decir, EE. UU. llegaría 83 días tarde a Taiwán, a no ser que EE. UU. optara por la disuasión nuclear para hacer frente a un intento de China por hacerse con el control de Taiwán.

Taipei

Durante el intercambio virtual de esta semana, Xi Jinping le ha recordado a Biden el precio que EE. UU. pagaría, si siguiera cualquiera de estos dos cursos de acción.

 

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