hughes el 02 abr, 2013 Leyendo la Soledad de Viernes Santo de Ruiz Quintano (“Y por las calles, la Soledad, traducción castellana (“¡Soledad tengo de ti!”) de la intraducible “saudade” portuguesa.”), he recordado, más sensible a lo lusitano desde Mourinho, que d’Ors se cuidaba en aclarar que la saudade portuguesa no era tristeza, o no sólo tristeza, sino un sentimiento de parusía, de presencia/ausencia, lo que sentimos ante el advenimiento del Mesías. La saudade sería una tristeza de estar esperando, una melancolía muy marinera, del que espera algo por llegar, conocido ya, que partió por el mar. La soledad frente al mar. Así, la saudade sería tristeza parúsica. Una tristeza de soledad. Lo que dice el articulista en su hermoso artículo. Se me ocurre, y esto es una clamorosa obviedad mía, que la soledad cristiana es siempre soledad esperanzada, que en la soledad nuestra hay un impulso instintivo de esperanza. Hay en nosotros un primer momento de esperanza, irreductible, previo a todo. Y la soledad española, cercana a la saudade portuguesa, es tristeza del que espera lo que está por venir. Todo esto, perdóneseme, al hilo de la Semana Santa, tan reciente aún. Coda futbolera: La saudade portuguesa de Mou sería una esperanza mucho más activa todavía. Mourinho es la saudade impaciente. Tiene algo de conquistador portugués, pero conserva la gravedad morada, cobriza, del triste portugués, triste trascendental, triste por metafísicas tristezas. Otros temas Comentarios hughes el 02 abr, 2013