Tras unos meses de indefinición tipográfica he optado por una salida radical: Andalus. El tipo andalusí. No sé si acabaré como Blas Infante. Pero desde hace unas semanas miro al mundo musulmán. La entrevista al artista sufí Cristóbal se produjo en un momento en el que mi vida tomaba un aire moro. Un estado de trance me hizo caer, sabiéndolo y no, queriéndolo y temiéndolo a la vez, en una peluquería argelina. Allí me vi sumido en el silencio y disfruté de un corte de pelo ritualizado y halal. Totalmente viril (¡y sensual a la vez!). Yo venía de años de peluqueros adorablemente gays y he vuelto, tras un interludio choni (jamás olvidaré a mi última peluquera choni), a la virilidad mora. Aunque… ¿virilidad? ¿No hubo también una irradiación de erotismo morisco en el blandir la navaja de mi peluquero?
Pero no es sólo el corte halal. Hay muchos más signos que están influyendo seriamente en mi no-obra, “Pimienta Pubis” y que empiezan a ser demasiado repetidos para no pensar en algún extraño designio. ¿Un Hughes moro como Goytisolo? Hum… ¿Pero por qué mi tecleo, mi pobre escritura, ha necesitado el tipo andalus?
¡Una Carrie necesito! ¡Amor CIA!
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