Hay mucho cachondeo y mucha gordofobia con Ronald Koeman, leyenda viva del fútbol, y un especial recochineo centrado en sus, digamos, tetitas.
Si nunca se sabe muy bien cómo nombrar las glándulas femeninas, menos aun con un hombre: ¿pechos? ¿tetas? Nunca son tan grandes como para ser tetas, así que se queda la cosa en tetitas, pero así parece que Koeman sea una lolita… En la palabra “tetitas” hay algo libidinoso y salivante. Hay una forma que recuerdo haberle leído a Blas de Otero, pechines, que yo creo que es mejor, pero que ofrece el mismo problema que todas las palabras apropiadas, que son raras. Casi queda uno peor diciendo pechines que diciendo tetitas, más raro, más escabroso…
Así que Koeman tiene tetitas, algo que podríamos intuir, pero que afloró por su error, su mayor error desde que está en el Barça: ponerse niqui o polo. Esto lo hizo contra el Benfica. Antes iba tapado, pero se ve que en un acto desesperado se lo puso, quizás pensaba granjearse las últimas solidaridades posibles…
El niqui es una prenda terrible, aunque se ponga uno de negro, que disimula más (Koeman de negro ceñido parecía una imitación a la Kardashian). Si no se está en forma, el polo revela toda la escombrera corporal en que nos ha convertido el invierno y, sobre todo, más que nada, revela el pechamen, el estado y tono del pechamen. El niqui es el escote del hombre.
Y el hombre afronta el hecho mamario con vergüenza y oscurantismo social. Los hombres tenemos tetitas, y con los años se desarrollan e incluso se van desplomando.
Esta es la gran división, la gran realidad del fósico masculino. Ya no es el pelo o la falta de pelo, que se ha relativizado por los implantes y por la erotización del calvo: la división es entre pecho liso o pecho con relieve.
Ha habido algunas personas valientes que han dado el paso, que han afrontado esto, que han hablado de ello como líderes de la masculinidad atribulada. Uno fue Kiko Matamoros, que se extirpó las glándulas mamarias y lo contó: “No cumplen ninguna función orgánica”. Otro fue Pipi Estrada, que en una habitual ráfaga de genialidad no solo lo contó, sino que lo enseñó. “Yo soy un poco de glándula mamaria”, reconoció.
A partir de cierto estado físico o de cierta edad, que viene a ser lo mismo, el hombre ve surgir esos dos puntitos amenazantes: los pechines de los que hablaba Blas de Otero. ¡El hombre se convierte en niñita! Se puede ser viril y pecho lobo, y haber tenido un torso tonificado, pero el descuido, la edad o la simple gravedad va descolgando eso y cuando se nota, cuando más se nota, es con el niqui.
Esto en inverno nos aboca a la guayabera, la camisola… (todo gordo es siempre un poco caribeño).
A veces he pensado que la barriga de hombre es una forma de disimularlo. Porque es el hombre plano de vientre el que, por contraste, sufre más con los pechos. Si la barriga es grande, y suele serlo, lo que haya arriba no destaca. Ese es el asunto: gran parte de la realidad mamaria masculina está oculta por las barrigas, que cumplen una gran función de disimulo. Por eso la barriga está generalizada. Entre ser un barrigón y Samantha Fox la cosa está clara.
Se habla de vientres planos, pero se habla poco del pecho plano. Ser plano de pecho, a cierta edad, es tener mucho ganado. Se puede uno sentir Clint Eastwood.
En fin, no puedo seguir ahora con este tema, que yo creo que es un tema importante, pero quiero dejar esta pequeña ‘perpetración’ para mostrar mi solidaridad con Koeman, glandular y futbolística, y mi reconocimiento de un hecho muy real y sensible que hermana a gordos y no gordos. Un hecho casi universal.