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“Seorías”…

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El discurso de Rajoy estuvo destinado a unas misteriosas “seorías”, entidad abreviada que hacía de apoyo al orador más que otra cosa. En realidad, pareció sobre todo el inicio de la campaña electoral.
Su campo semántico, sus palabras, parecen las de un concesionario alemán: fiabilidad, seguridad, estabilidad… renovadas con “urgencia” y “urdimbre”, que es una palabra pactista y bonita.
Las propuestas, en realidad, fueron propuestas de Pacto. Acordar para Pactar luego: por el I+D+I, por la Educación, por la Unidad…
Pero Rajoy ha pasado de medir los tiempos a la urgencia, al no hay tiempo. El discurso comenzó situándose como única salida “razonable”. O yo o la sinrazón. Y es verdad que el programa, que hemos escuchado cien veces como una constante generacional, es sólido, razonable y hasta deseable, pero entonces… ¿por qué no obtiene una mayoría igualmente “razonable”? Rajoy no hizo autocrítica alguna, y habló de la corrupción después de una hora. “Los corruptos”, lo dijo una vez, y fue sofocado automáticamente por los aplausos de los suyos. Para la Corrupción de ofrece otro Pacto Nacional (es decir, su redistribución), y se habla de ella con el vago voluntarismo abstracto, bienintencionado que se utiliza para la Violencia de Género. Hay gente que pega a sus mujeres, y gente que roba a sus partidos.
Es decir, Rajoy no entró en uno de los problemas: la naturaleza de su liderazgo.
Y no lo hizo porque no pareció un discurso orientado a colapsar Ferraz, sino el inicio de las terceras elecciones.
Rajoy se exculpó, y se remontó al tardozapaterismo como fuente de legitimación histórica de su programa. El ciclo económico le ha cambiado en activo, y aún podría volver a enroscársele. Es un político multiciclos, de muchas épocas y fases.
Pero aquí, además de un profundo tedio, se notó la falta de convicción. Rajoy se quiere protagonista de dos empresas históricas: evitar la bancarrota entonces y ahora algo que le queda innombrado, difuso. Durante minutos pidió el gobierno para evitar sanciones, perjuicios económicos. Expresó esa amenaza con un lenguaje entre lo tributario y lo bancario: “apremios a plazo fijo”. La única meta nacional, quizás, la único a lo que cabe llamar “empresa” es una cifra: 20 millones de trabajadores para el 2020. “20 para el 2020”. Pactar para gobernar y gobernar para crecer y crecer para emplear, mecanismo ya conocido.
Los dos pilares de Rajoy son Empleo y España, pan y agua del votante. Dejó para el final la cuestión de Cataluña y su discurso de fue a 1812 y vibró un poco más con una cuerda que parece ajena, propia de Ciudadanos. La barba de Girauta, que le roba plano al lampiño Iglesias, asentía. Cataluña, carraca electoral. Gran aglutinante del voto de la derecha para las siguientes elecciones, y renovación en algo del discurso de Rajoy, hasta este momento de una enorme lividez técnica o directamente burocrática.
Ciudadanos reverdece tras su Pacto el discurso de Rajoy, se acerca al tono apasionado, convencido de Aznar. Recupera algo del tono regeneracionista, pero queda como prestado, ajeno. También parece ir completando con eso el proceso de recuperación del votante perdido. Estos meses de “bloqueo” podrían interpretarse así: el tiempo en el que el PP reconstruye su discurso y recupera lo perdido. No tanto un avance como un Rajoy recomponiéndose.
Rajoy, en este punto del regeneracionismo prestado y del dolor nacional que se quedó en Aznar, ofreció el Pacto por la Unidad. Y llegó el mejor o el peor Rajoy, entre la genialidad gallega y cierta desfachatez monclovita. Le explicó a la Cámara la Unidad como en un Barrio Sésamo (“Seorías, estamos hablando de la Unidad, no de cualquier cosa”), con ese tono suyo de lacerante obviedad, y acabó con la que quizás sea la mayor joya y el mayor resumen del personaje: permitan que haya gobierna para poder ser oposición; que más que seducción era un choteo: permitan mi gobierno y así me hacen toda la oposición que les apetezca.
Esculpió al final lo que bien podría ser un lema nacional: “Estamos todos al servicio del Consenso”.

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