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República

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La proclamación de la República catalana acabó sin escena de balcón y con Junqueras recibiendo pésames como un viudo. Proclaman la república y se quedan a ver qué dicen en Madrit. Los independentistas saben que su Estado no tiene «estructuras» (eso es como un beso sin bigote)y que su independencia, a menos que la “implemente” Lluís Llach, no va a ningún lado. ¿Y entonces para qué? Han proclamado una república y la han celebrado. Han pasado el ratito. Algunos se la creerán, la mayoría no. ¿Pero qué quedará de ello? Un hito en el “procés de processos” que es el independentismo, el retoque de la utopía, la actualización del agravio, o quizás la cesión del testigo: «Hijo, yo proclamé la república, ahora recupera tú la autonomía».
Han celebrado una república contra España, y se han sentido libres. Pero la libertad ha de producir verdad, así que la farsa del Parlament, basada en trolas, no podía ser libertad; ellos, pese a todo, se han dado el gusto de disfrutarla así. El precio, claro, se repartirá con los demás. Ya se ve dañado el famoso autogobierno. Lo que estructura el tostón territorial del 78 les importaba menos que una semana de algarabía.
Pero esa república que celebran durante unas horas, que mañana ya no existirá, ¿dónde quedará? ¿Qué será? Podrán decir que la llevan dentro, que vive en cada uno de ellos. Ya es una república latente, íntima. Una república sin efecto alguno a la que darán vivas y que querrán restituir. Nació muerta, pero algo es. Rajoy les permitió una proclamación nacional.
Pero ojo. En las palabras leídas por Forcadell hubo un fragmento clave: «La libertad que nos hemos dado…». ¡Frase inconfundible! ¡Viejo estigma! Esa fugaz república catalana ha sido también, por unas horas, ¡una república tertuliana!

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