Hay algo revelador en cómo se está tratando al no vacunado. No digo al antivacunas, porque esa es una simplificación interesada, una caricatura. Esto de la caricatura me interesa mucho y me pongo aquí un asterisco mental para luego…
Lo pregunté en mi articulillo de ayer en el periódico y no he conseguido una respuesta: ¿qué incumplen los no vacunados?
He recibido mensajes de variada condición, pero nadie me ha respondido a eso, nadie me ha sacado de la ignorancia (escribir es manifestar tu ignorancia con el mejor propósito). Entiendo que si hay una obligación de vacunación (asunto discutible y que quizás exigiría del Estado una posición distinta, una posición de responsabilidad) al que no se vacuna se le pueda multar, pero si esa vacunación no es obligatoria, ¿de qué se le acusa? Yo conozco a alguna persona no vacunada. ¿Pueden ir a su casa a exigirle algo? ¿Hay algún artículo de alguna ley que les recuerde un deber incumplido?
Se anuncia aquí la vacunación y se vacuna casi todo el mundo. Pocos problemas damos en España. Las colas en los centros de vacunación, de una docilidad y un orden perfectos, producían un efecto a la vez inquietante y tranquilizador. Hay, sin embargo, un porcentaje de gente que no lo hace, que no se vacuna. Decía alguien que siempre hay una quinta parte de la gente que está en contra de todo. Aquí no es tanta, son bastantes menos, pero existen. ¿Y qué se hace con ellos? ¿En qué se convierten? ¿Qué pasan a ser los ‘no vacunados’?
Igual que el virus muta, ha mutado la propaganda y los no vacunados se convirtieron hace tiempo en su objeto. Pasan a ser los protagonistas. No son los ‘no vacunados’, sino “los antivacunas”, los “negacionistas”, y cada cual va llevando el ascua a su sardina, pues se acaban identificando con la extrema derecha, o con las fuerzas oscuras del magufismo y la irracionalidad.
Estos antivacunas despiertan también un cierto rencor, natural, en el sí vacunado, y la propaganda les responsabiliza en parte de lo que sucede. Son chivo expiatorio, válvula de escape, por supuesto.
Pero hay más. Producen una irritación indisimulada porque escapan de las recomendaciones. Desobedecen, dirán. Pero ni siquiera desobedecen porque no hay un mandato, solo se muestran insumisos, indóciles, con un criterio distinto. El no vacunado se convierte, en tanto oveja fuera del redil, en ciudadano díscolo, en algo estatalmente irritante. Entonces se decide forzar su criterio. Forzarles a que acepten aquello a lo que no se les obliga. Se decide dificultarles su vida civil: se restringen sus derechos con pases o certificados… Se trata de acercar su figura a la del no ciudadano, lo confiesa Macron, pero ¿por qué?
Y aquí vienen las razones: porque son peligrosos, insolidarios, anticientíficos, magufos, extremistas, porque no ayudan, porque son egoístas, porque consumen recursos públicos de la sanidad…
Son todo eso, se dice, y esto justifica el discurso en su contra, el menosprecio, el hostigamiento y (lo importante): medidas que limiten su movilidad y derechos.
El haz de razones acaba convirtiéndolos en una especie de secta (así se les caricaturiza). ¿No hay algo como religioso? Su sistema de creencias parece extraño, absurdo, de otro planeta. ¡Dudan de lo indudable! No creen lo que deberían por un invencible escrúpulo. Su mayor impugnación no es negar, sino dudar. Por eso pulsan de alguna forma la libertad religiosa, de creencia (y por eso reciben la misma respuesta brutal de progresistas y liberales).
Pero es algo más, son algo más. Los no vacunados, por cómo piensan, son vistos como algo incorrecto, inadecuado, equivocado, perjudicial y además determinado por algo de tipo biológico, por un dispositivo de tipo ¿celular? Por una vacuna dentro de su organismo. Ante esto ¡qué poca cosa es una raza!
En cierto modo, los no vacunados son como parias. Un grupo al margen del sistema social, de castas indias. Están al margen. Se les quiere poner al margen, excluidos del contacto, del trato. Algunos incluso les niegan el derecho a la asistencia médica (que por supuesto pagan).
El ‘no vacunado’ reúne en sí una ilicitud de tipo ideológico-religioso (ignora el cálculo social con su individualismo, la aritmética fiscal con su insumisión y la determinación científica del tecno-Estado con su duda-negación) y además presenta un componente fisiológico: en su cuerpo falta algo que debería haber.
Es como un racismo para el transhumanismo que se nos viene. Son como los proto-racismo del futuro.
Mirar raro a una persona negra realmente es absurdo, retrasado, injustificado, demencial y anacrónico. Pero ¿mirar y tratar y querer lo distinto para un ser humano erróneo-invacunado?
Los no vacunados son una mezcla de religión y bio que provoca la ira de estructuras supraestatales, como esa UE espectral que desde el Brexit se descompone como una pelota pinchada.
En el trato que se propone a los no vacunados, por equivocados que estén, hay algo incivil. La clave no está en cómo se comporta la minoría con la mayoría, sino al revés, incluso si la minoría es “cerril, equivocada, dañina, egoísta, potencialmente peligrosa y un obstáculo”. Precisamente por eso.
Este asunto de los no vacunados parece que presenta algo del futuro, y por eso con ellos se prueban técnicas de control como el código QR. Tienen, también, algo de banco de pruebas. Gracias a ellos estamos viendo qué tienen preparado para nosotros.
Esta cosa desasosegante resulta distópica y sin embargo no lo ven. Hay gente que lleva años llamando distópico a Trump, pero la distopía es esta, y fue captada visualmente por imágenes de policías robotizados extendiendo estados de excepción y pidiendo certificados a los ciudadanos. Imágenes como las de Australia, que tan poco se veían en los medios generalistas, si es que llegaron a verse. Por eso Djokovic es importante. Djokovic no es la noticia por él mismo, como nos quieren convencer los que lo convierten en una cuestión de ‘famoso mimado o privilegiado’. Djokovic importa porque lleva el foco a Australia, donde no se estaba queriendo mirar. Y Australia es Macron, y es la UE, es decir, nuestra casa.
Y de aquí ha revelado mucho, muchísimo. Está en este pobre blog escrito no hace mucho: este asunto iba a ser importante al revelar la realidad del llamado ‘liberalismo’ español. Su sustancia, que es poca o ninguna.
De la izquierda estatalista, progubernamental y propagandizada poco se podía esperar, pero esto ha revelado ya de un modo definitivo la naturaleza de parte de lo que aquí se quiere o dice liberal. No todo, por supuesto, pero sí una estructura importante que reúne a izquierdistas constitucionales (los ‘buenos’), racionalistas, centristas, derecha liberalia, en fin, aquello que ha conformado en España el ‘sentido común’ del español, del españolito y que por eso se acoge tan fácilmente a Nadal, ídolo nacional, como símbolo. Esa estructura de medios, opinadores, think tanks, etc, ha aplaudido todo esto, todo lo que proponen los presidentes autonómicos, lo que pide Macron, la UE y (la novedad) Australia. El liberalio español resulta que es australiano, es decir, que está en sus propias antípodas. Era de suponer: el liberalio español está en España y está en Australia, en su sitio y en las antípodas de su sitio. Esto creo que es la apoteosis del centrismo. Más lejos no se puede llegar.
El liberalio español (que los jóvenes identifican con el centroderechista boomer) tiene por ídolo al presidente de Australia. Es un liberalismo de canguro, marsupial, y dentro de su barriguita lleva el pasaporte covid y el estatuto del ‘no ciudadano’ de Macron.
Pero es que este asunto ha revelado más que nada la naturaleza de esta estructura de gentes, ideas, rutinas y ‘bumereces’ varias.
Para empezar, su propensión a la deliberación, que es ninguna. Son ‘liberales’ no iliberales, sino inliberales. Que dialogue Rita. Funcionan siempre con un trazo grueso que caricaturiza a los demás. Los ‘no vacunados’ son degradados al sarcasmo (el patrón es el clintoniano “deplorables”), como hicieron con Trump, con el Brexit, con todo.
Pero sucede algo más. Si los no vacunados se quejan se caricaturiza su queja. “Ya se están comparando con los judíos”… Sucede que la reductio ad hitlerum, el sacar a Hitler, es un patrimonio del liberal socialdemócrata. El socioliberal, criatura epocal, que viven de ver a Hitler y los años 30 en todo, en ‘literally’ todo, se escandaliza si alguien le dice que los campos de concentración covidianos son un poco…evocadores.
¡Han heredado a Zweig! Pero esto es fundamental: son los custodios del trauma nazi. Avatares del siglo extinto, son los explotadores, los custodios y explotadores del nazismo y la posguerra, como los albaceas del capital que es ese trauma. De ahí construyen sus imágenes, discursos, comparaciones… Su universo referencial.
Sigamos. No solo queda retratada la propensión deliberativa del liberal, que es ninguna, también su ciego y dogmático cientifismo (aunque una asociación de médicos de familia dude de la pertinencia de esos certificados), un dogmatismo que les hace arrasar con cualquier escrúpulo, no de libertad, sino de derecho ajeno. Son, en el fondo, muy estatalistas, y algunos solo han cambiado el disfraz de su razón de Estado… “Si lo dice la Ciencia, y hay mayoría…”.
Me parece muy revelador en este punto la coincidencia entre la izquierda y la derecha española en este punto del pasaporte. Y digo la derecha porque la derecha ha arrendado el ‘pensamiento’ en estos exizquierdustas que lo siguen siendo, disfrazados de razón. Izquierdistas para lo peor, pues se olvida lo social, pero se mantiene el estatalismo fuerte junto a un elitismo visceral que se disfraza de antipopulismo. El credo aquí es la ciencia, lo técnico, que se acaba convirtiendo en manejo experto y estatal totalmente incuestionable. El derecho no queda como salvaguarda de eso, como garantía, sino como apisonadora.
Hay algo común a todos ellos, izquierda, centristas del tránsito y derecha de la pasta, que es amplio:
-Es político, institucional: partidos bajo el paraguas actual bruselense, que comparten el Sistema a pies juntillas
-temperamental: la sencillez antipolítica del ‘hagamos lo que nos dicen’ que ha encontrado un símbolo imbatible en Nadal, ídolo de transversalidad absoluta y, por tanto, incuestionable
-ideológica: la izquierda y gran parte de lo que pasa por derecha es lo mismo en esto. Comparten una visión que es nominalmente liberal pero a la vez antiliberal, heredera o desgajada del Estado de Bienestar y con propensiones al tic totalitario. El progresismo absoluto. En esto se ve muy bien cómo en los aspectos claves, la izquierda y los liberales (o los que manejan esa etiqueta) defienden lo mismo. Conforman un socioliberalismo, un liberalismo progresista en el que se juntan las dos cosas y cuando las cosas se ponen serias, esa parte ‘liberal’ va al rescate de la parte ‘progresista’. ¿Qué dificultades encontraría el PSOE para imponer nada si la derecha está justificando el liberalismo australiano?
El liberalio español es antípodo (lo mismo le da Madrid que Canberra) y es marsupial, pues en su bolsa lleva metido el koalita del tecno-cientifismo supraestatal progresista. La consideración y el trato que se propone para los ‘no vacunados’ es revelador de mucho de lo que nos rodea (mascarillas puestas, caretas fuera); también, como en algunos sueños pesados, de vislumbres del futuro, entre la revelación, el delirio y la pesadilla.