Hoy viene una interesante entrevista en El País al historiador Timothy Snyder. Interesante por reveladora. En ella, entre otras cosas, Snyder habla de la decencia: las instituciones son “guardianes de la decencia”, y están amenazadas por la “corrupción” de, en este caso, la administración Trump. O como dice él, “el autoritarismo”.
Es curioso como en su lenguaje (y esto se ve aquí) la lucha contra la “enfermedad” se entrelaza hasta hacerse inconfundible con esa otra lucha, lucha contra la “corrupción”, hasta el punto de no saber bien si se habla de una o de otra.
Esto lo vemos aquí, sucede con lo de las fake news. Parece un mensaje sanitario pero luego descubrimos que no, que no es “higiene sanitaria”, sino higiene de otro tipo… higiene social.
Snyder, que es una voz más en la gran polifonía que nos ensordece, habla de un modo muy característico. Por ejemplo, las instituciones no se defienden en tanto lugares de libertad, orden o tradición, sino de decencia. Porque no es un lenguaje meramente jurídico, sino moral: lo decente es lo recto y lo rectamente moral.
Y como las instituciones están atacadas moralmente, hay que defenderlas. ¿Cómo? Expulsando al elemento de “corrupción”, también con una determinada “reconstrucción” tras la enfermedad/corrupción (que son, ya vemos, indistinguibles).
Las instituciones, por tanto, son a la vez guardianes de decencia, aquello que hay que proteger, y a la vez reconstruibles, repensables, remodelables, según nuevos consendos postcoronavirus. Están sometidas a una interesante plasticidad que nos anuncian.
Lo dice un americano, pero podría decirlo un español en el gobierno. Es un discurso reconocible y, vemos, extendido: la “higienización” institucional unida a una reconsideración. “Rescatarlas” y repensarlas “creativamente”. La creatividad será experta, por supuesto.
O sea, rescatar las instituciones para cambiarlas: protegerlas para cambiarlas.
El término “decente” es un término moral. Lo jurídico o legal tiene unos ámbitos distintos, lo decente es lo que, en este caso, va más allá de la legalidad y se aleja de una moralidad establecida. No necesitan un juez suprior para señalarlo. Es extrajudicial. Es un lenguaje, repito, que se extiende en España. Fernando Simón señaló que cierta crítica “no sería decente”; Echenique mencionó una “política decente” y algún ministro ha hablado de “desaprensivos” a cuenta de los bulos. Protegernos de los desaprensivos. ¿Es el desaprensivo un delincuente?
Indecentes y desaprensivos, pues, son los nuevos “deplorables” de los que hablaba Hillary y sus ecos mundiales (la polifonía). Estos nuevos deplorables se atacan en el contexto de la crisis del coronavirus: se les hace “virulentos”, corrosivos, insalubres, extirpables en definitiva mediante la profilaxis “democrática” y luego se abre la oportunidad con un momento fundacional tras la enfermedad. Esto es casi un aviso, o un aviso sin más: en España la recuperación es “reconstrucción”.