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El taxista polaco

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El otro día topé con un taxista original. Aunque todos lo son de alguna forma. Los taxis tienen una capacidad maravillosa para concentrar la personalidad. Y el olor. Un trayecto de cinco minutos emite suficientes señales: alguien cansado, la breve intimidad del trayecto, la sensación de estar en una casa/habitación ajena, el tono entre distraído y confesional de lo que se dice mientras se conduce. El del otro día era un señor extranjero que escuchaba un curso de inglés. Era un fanático de la inmersión lingüística: “Yo al llegar a casa no paro, sigo con el inglés dale que te pego”. Así había aprendido antes un español perfecto y castizo. Había sido albañil, recolector de naranjas en Valencia, taxista en Madrid. “Solo dejo de escuchar inglés para poner las noticias sobre Crimea. Es que soy polaco, sabe”. Luego siguió repitiendo maniáticamente frases en inglés (mira, un anglomaníaco como Esperanza Aguirre, pensé). What brings you here, repeat: what-brings-you-here, y dejaba sonar las vocales con esa perfecta libertad del inglés, que confiere a las vocales una vida plena, ondulada, con su ascensión y declive. Decliné preguntarle por el conflicto, pero mi lamentable, perezosa, ignorante tendencia a lo metafórico me hizo verle como símbolo de alguna cosa (los símiles son al pensamiento lo que la regla de tres a las matemáticas: la regla de los tontos, pienso a veces, culpable y avergonzado). Un polaco en España, emprendedor, próspero, alegre, preocupado por el halo ruso (chal viejuno y negro sobre el continente) entregado al inglés apasionadamente. Dejé volar mi pobre imaginación, un vuelo gallináceo, de avioneta pobretona, y vi allí al continente anglófilo, la tendencia al oeste, la natural mirada continental hacia las Islas y América. Las cosas son por algo. En el taxista del método Vaughan vi claramente (mi europeísmo trastornado me provoca raptos alucinatorios en los que veo claramente, de un modo nítido y epifánico las más grandes obviedades, y esto es para mí la mayor delicia posible: ¡la epifanía de la obviedad!), allí vi el sino protector y civilizatorio del inglés, que es nuestra lengua. El inglés ha sido nuestro paraguas, nuestra umbrella, ella, ella, eh. Lengua del capitalismo, el derecho, la libertad, el dinamismo globalizador, la democracia, los años ochenta, la seguridad, Wall Street, las pelis porno, el cine, el funky, los ordenadores y las selfies. Qué mal rollo envarado y tradicionalista llega gaseoducto arriba. La vieja sensación de estar en casa que tengo al leer literatura española la empiezo a tener, pasados los años, con lo anglosajón, una reconfortante sensación de libertad y orden mundial. Recordé a un pariente lejano, un señor anciano que todas las noches escuchaba el parte radiofónico de la BBC. No sabía una palabra de inglés. Así yo, cuando me sacude la zozobra geopolítica pongo un Vaughan (valdría también el método Big Muzzy) y me suena a Churchill.

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