La imagen de los bomberos siendo contenidos a las puertas del Parlament de Cataluña es bien extraña, aunque tampoco es una absoluta novedad. No es la primera vez que vemos algo así en el Parlament. Es un edificio que ha sido asediado varias veces por movimientos o colectivos que querían introducir literalmente en él sus reivindicaciones.
Esta imagen de un edificio oficial asediado tiene algo de medieval. Gente que quiere entrar, gente que quiere evitarlo. Las puertas se convierten en importantísimas. Son defendidas desde dentro por fuerzas del orden mientras el tumulto empuja desde fuera. No es lo que uno espera de un parlamento, es lo que se espera de un castillo. Faltan las almenas, el foso y el puente levadizo. Había incluso un pequeño fuego en el exterior, una fogata improvisada, como cuando en los antiguos asedios había que dormir al raso.
El Parlament convertido en una fortaleza que se intenta asaltar es algo demasiado medieval como para pasarlo por alto. Es inevitable asociarlo con un feudo señorial, donde intereses privilegiados se defienden con torres y empalizadas.
En la deriva del procés, al final se ha ido representando antes que cualquier otra cosa lo que los parlamentos autonómicos tienen de instancia medieval, de concentración amurallada (con foso y cocodrilos de los mossos) de intereses regionales e inexpugnables.
Subyace también la lógica del asalto físico a los sitios (ese entrar definitivamente en ellos) que está al final de todos los discursos de poder estrujados al límite. Aunque de primeras parezca que el lenguaje revolucionario ha popularizado estas pequeñas tomas de la Bastilla, hay algo involuntariamente gótico en todo esto. Mas que el Parlament-Bastilla es el Parlament-Castillo como expresión de algo medieval, de un poder un poco feudal y bastante señorial que ha de defenderse físicamente del asalto del campesinado/funcionariado.