Seguí la tele en Nochevieja y encontré mucha gema, mucho diamante. Mucho lapislázuli, incluso, término que me lleva inmediatamente a la secuencia cuarzo, mica y feldespato, que son una coletilla infantil. Feldespato era un Rey Godo de los minerales. El caso es que llevo ya dos columnas, una saldrá mañana, y aún me quedan cosas por decir. Flipé mucho con Los Gemeliers y con Andy y Lucas. El gordito de Andy y Lucas me parece un artistazo. En Nochevieja, creo que en la Gala de Moreno, tenía un aspecto extraño. Parecía el poli gordito al que en las pelis del cine mudo le daban el tortazo. Lucas, lo sé por amistades gaditanas, se puso muy fino con una dieta y creo que ahora está con el efecto rebote, como Bosé, que llevaba en La Uno un abrigo que no podía ocultar la clásica barriga picuda, un pancín acusado perfecto para dejar el mando a distancia. Nos acostumbramos ya al nuevo look de Bosé, pero sus botas de montar eran inquietantes. Digamos que renovaban la inquietud. Bosé tiene el aspecto de salir del primer episodio de su particular Breaking Bad: ¿qué le llevó a eso?
Pues Lucas es un artistazo y Andy tiene la virtud de prolongar su ligero aspecto angango (cani gaditano) año tras año. A los dos les queda el aire carnavalero en la expresión. Muy gaditano, sí, pero ojo, cuántas canciones llevan ya… Cantaron “Silencio”, que está muy bien. ¿Hay muchos más artistas capaces de cantar durante décadas ese amor casi adolescente?
Ese dúo no fue el único. Luego aparecieron los Gemeliers, que son una bomba. El “Tan sólo tú y yo” es un temazo. Son como los Márquez de la música. Unos Proclaimers de chiringuito. Por cierto, Mota se despidió algo pastelosamente con esa versión de las “500 miles” de los Proclaimers y minutos después, Kiko Rivera cantaba su personal “500 millas”. El primogénito de Cantora (bueno, el único génito) demostró un gran dificultad con el ritmo, no ya de la canción, sino de sus propios pasos. Coge el micrófono cada vez con más dificultad, como si fuera una berenjena. El caso es que me pareció que no él, la música patinaba. Como si hubiera un fallo en el reproductor. Fue sólo una sensación, pero tendría sentido. Los fallos instrumentales al servicio de su simpar desafine.
A Rosa Belmonte le espanta el uso de la palabra dueto, pero a mí me sale dueto en lugar de dúo. Dúo suena ya a oferta de móvil, el dueto es más puramente artístico. Los dúos andaluces de la Nochevieja fueron estupendos, casi casi al nivel de Pablo Alborán. Viéndole en ese instante previo a las campanadas se produjo un efecto extraño. Son unos minutos muy bizcochones. Se acaba el año, se acuerda uno de cosas, proyecta otras y se cuentan las uvas como naipes. Y en ese momento, la música de Alborán, su dulzura melódica, esa mezcla del giro vocal andalusí con lo francés, lo francés materno que Alborán tiene incorporado, todo eso se acumuló e hizo un efecto muy potente de éxtasis alboránico. Mi 2014 se coronaba con ello como haciendo una rampa melosa y afectiva hacia el 2015. Un propósito: acallar lo sabinesco de mí para que surja lo alboránico. No huir de mi yo cursi (quien huye de lo cursi cae en el el hielo, dijo Neruda -¡otro que tal baila!-).
Y así he empezado el año. Las galas de Nochevieja no sólo no me han repelido, sino que han inyectado nueva materia popular y sensible en mí. Los duetos andaluces de amor puro y juvenil y Alborán, el tobogán de ternura y sentimentalidad íntimamente exquisita en el éxtasis previo a las uvas (¡pero qué facil es patinar en ese momento!)
Dos días alboránicos llevo y, no hay por qué callarlo, es un éxtasis de afecto y enamoramiento quinceañero hacia el mundo. Parezco una migueliana.
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