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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

Que esto de la maternidad va en serio…

Gema Lendoiro el

En unos días se cumplirán 3 años desde que soy madre. Quizás el camino hacia la maternidad comienza en el momento que sabes que estás embarazada. Y digo quizás porque a muchas mujeres el instinto maternal no se les desarrolla hasta que dan a luz o incluso hasta que pasan unas semanas. A mí esto no me escandaliza, no lo hacen a propósito, es que su propia naturaleza funciona de otra manera, tiene otros ritmos. Esto no significa, ni mucho menos, que no cuiden bien a sus crías. Lo cierto es que en la especie mamífera, en concreto en la humana, son pocos los casos de rechazo a las crías e incluso de maltrato pero son, afortunadamente, los mínimos. Son excepcionales.

En mi caso el instinto maternal brotó como una fuente sin control en el momento que nació Doña Tecla. Las que no me conozcáis de aquél momento os resumo: nació con dificultades por haber aspirado meconio dentro del útero y la tuvieron que reanimar y llevarla una semana a la UCI donde sus primeras 72 horas fueron muy críticas. Aquellos duros momentos me hiceron entrar en la maternidad por la parte más oscura, aquella que te conecta con los miedos más ancestrales que cualquier mujer siente al ser madre: pensar que un hijo tuyo pueda morirse. No quiero redundar en temas dolorosos, están ahí pero no son tampoco para regocijarse. El caso, decía, es que mi instinto brotó aquellos días y se quedó para no irse más. Sin embargo mi percepción de ser una madre como las demás hasta ahora no la veía. O dicho de otra manera: veía a las mujeres madres como madres de verdad, al uso y a mí misma como una chica un poco ” loca” que todavía no se ha asentado como madre verdaderamente. Eso no significa que no haya desempeñado con responsabilidad mis deberes como tal, es otra cosa.

Sin embargo el inicio del cole de mayores de Doña Tecla ha marcado también un inicio en otra etapa mía como madre. Tengo la impresión de que ahora sí ya me veo como madre, madre. Y creo que esto me pasa porque la divina doña Tecla se ha convertido ya en una persona que razona, habla, te cuenta cosas y te hace ya partícipe de una vida que, a partir de ahora, sí va a recordar. Hasta hace relativamente poco todo lo que hacía y lo que por el momento hace Mofletes Prietos son rutinas que, muy probablemente se quedarán en su cerebro sin ser registradas salvo que se sometan a hipnosis. Y precisamente porque ahora ya me hace partícipe de sus cosas y ve, observa, imita, aprende (siempre aprenden pero parece que ahora con otros matices), entonces ahora parece como que me tomo las cosas con una seriedad y responsabilidad que son diferentes.

No sé si me explico. Si en los primeros meses de la vida de un hijo una se preocupa sobre todo porque duerma bien, que respire (obsesión por ir cada rato a ver si sigue respirando), que coma, que no se meta nada en la boca con lo que se pueda atragantar, ahora las preocupaciones son más profundas: estar a la altura, ser una madre que trasmita seguridad, que ella sepa en todo momento que conmigo está protegida (y con su padre, claro está), que soy un referente para que aprenda (y eso acojona), que de mi responsabilidad depende que vaya cada mañana al cole, que yo soy la que recoge, que yo soy todo su mundo y su mundo tiene que ser equilibrado, sereno y feliz. Y en esto no hay excepciones, no hay peros, no hay excusas. Mi responsabilidad como madre me dice, me obliga a que, además de las cosas básicas como alimentación, vestido, cobijo, colegio, están todas las demás que vertebran lo que en un futuro mi hija será: así, sin ambages. De mi estabilidad psicológica dependerá la suya. Es así de duro o así de fácil, depende de cómo se mire. Pero es así de real. Ahí no hay dudas.

(Hago un pequeño inciso aquí. Su padre también forma parte de su mundo y es muy importante pero en el día a día la suele ver sólo por las mañanas porque cuando llega a casa, como pasa en muchas familias, las niñas están ya durmiendo. Eso sí, por las mañanas es él quién la despierta, la viste, desayuna con ella, la peina…y desde luego los fines de semana son también sagrados para sus hijas)

No sé si me estoy desviando. Retomo diciendo que cuando son bebés y un poco más que bebés te puedes permitir licencias como estar triste, llorar, enfadarte o decir algún exabrupto (no está bien hacerlo pero no somos perfectas) Sin embargo cuando ya empiezan a ser personitas, la cosa cambia y es entonces cuando cobra todo el sentido aquella frase que dice: Por un hijo haces lo que no haces por nadie.

Pues nada, que me he levantado yo filosófica hoy.

Os dejo una anécdota de hace unos días. Estábamos en la cola del supermercado Doña Tecla y yo y ella iba sentada en el carrito de la compra. No me podía resistir y empecé a comérmela a besos como siempre y de repente me apartó y me dijo, así sin contemplaciones delante de todo el mundo:

-¡Ayyyy mamá!, ¡Qué pesada eres, quita ya cojones!

Glupssssssssssssssssssssss

(Juro por los dioses que no sé de quién ha escuchado esa palabra tan fea, mon Dieu!)

 

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