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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

¿Tu libertad de expresión o mi derecho a no ser ofendido?

Gema Lendoiro el

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mis hijas acuden a un colegio francés. Un centro que se rige por los valores de la república: Liberté, égalité, fraternité y que, a fe, los llevan a cabo. Es un colegio donde les meten, diría que en vena, el tema del respeto al otro. Hace tiempo una amiga de la universidad que lleva a sus hijos al Liceo Francés me dijo: En el Liceo te puedes permitir el lujo de llevar una cresta que nadie te dirá nada. “Podrás parecer un frikie pero nadie te cuestionará que lo seas” A mí las pintas que algunos adolescentes llevan hoy día no me gustan pero encajo que es lo normal a mi edad. Tampoco a mi abuela le gustaban los pantalones pesqueros que en mi adolescencia lucía con indisimulado orgullo con unas hombreras extra extra large que hoy me provocan entre la risa y el sonrojo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El caso es que yo veo a través de mis hijas, especialmente de la mayor, que en esta educación se toman muy a pecho la libertad de expresión. Pero también se toman muy a pecho que alguien se pase de la raya y diga algo inconveniente en defensa de su pretendida libertad de expresión. Hace poco pude comprobarlo. Un día, de buenas a primeras, doña Tecla me habló de X que es una persona de su clase de raza negra. En su particular forma de interpretar la vida me contó que otras dos personitas del colegio en la cour (patio), se habían reído de X por su raza diciendo algo tan desagradable como que “tiene la piel color de caca” Lo más importante de todo fue cómo reaccionó mi hija. ¿Qué hiciste tú?, le pregunté. Pues le sequé las lágrimas que le recorrían la cara  y le dije: calma, calma. Y después le di un besito (Doña Tecla es muy victoriana hablando al margen del nivel de empatía que tiene).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esa misma tarde llamé al centro y la dirección puso manos a la obra con el tema, y no tardó ni medio segundo en hablar con los padres de los menores implicados y me consta que de una manera muy civilizada se aprovechó para hablar, una vez más, de la importancia de las diferencias en su clase. La tan traída y llevada libertad de expresión y que estos días está tan en boca de todos y no por buenas razones, discutida en un aula de personas de 5 años donde todos, sin excepción, recibieron la siguiente lección: Aunque tienes derecho a decir lo que piensas, los demás también tienen derecho a no ser ofendidos. Parece obvio que se hace indispensable recordar que uno no puede decir siempre todo lo que piensa. O mejor dicho, uno puede decirlo pero debe asumir las consecuencias de sus actos. Obviamente las consecuencias pueden ser después cuestionadas. Por ejemplo, cuando sucedieron los atentados de Charlie Hebdó todos, o casi todos estuvimos de acuerdo en que aquello era un ataque a la libertad de expresión pero no porque a muchos nos hubieran gustado sus portadas o las aplaudiéramos, si no porque la reacción fue algo que un occidental no puede comprender. O al menos no debería.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Todos nos movemos por cuestiones emocionales y racionales. Y cuando nos hieren las emociones, reaccionamos más violentamente. Yo jamás me enfrentaría en un semáforo a un conductor por pura prudencia. ¿Y si el que está delante saca una barra de hierro y me la parte en la cabeza? Creo que esto casi todos lo pensamos. Pero con la llegada de las RRSS se ha abierto la veda. El cantante de Def con Dos se enfrenta a una pena de 20 meses de prisión por haber tuiteado en su perfil textos que enaltecen de manera reiterada los asesinatos de guardias civiles por parte de ETA. Y resulta que muchos se extrañan y dicen ¡que no hay libertad de expresión!, que él lo lo hacía de cachondeo, que si es un artista y no se le entiende. Oiga, vamos a ver, si usted dice eso en la comida de navidad con su “cuñao”, pues, efectivamente, no pasa nada. Pero si lo dice en una red social donde le siguen casi 10 mil personas, la cosa se complica. Mire, es que no todo vale en esta vida y la apología de la violencia es una vergüenza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo que no se puede es defender a este tipo pero luego rasgarse las vestiduras cuando el cuñado de Rita Barberá dice que “si mi mujer da 1.000 euros al PP, la corro a bofetadas” que es, efectivamente, apología de la violencia también, esta de género. Que es que a mí lo de que es mi forma de hablar, o yo soy así, o es que es una ficción artística no me vale. ¿Se acuerdan de aquel “artista” que para denunciar la pederastia utilizó formas consagradas? Oiga y ¡qué risas todo el mundo! Pues no entiendo el por qué de las mismas. Reírse del dolor ajeno es muy fácil. Lo difícil es denunciar una injusticia de forma inteligente y sin ofender ni caer en la trampa de saltarse la justicia. Porque yo estoy convencida de que los menores del colegio de mi hija, cuando se rieron del color “caca” de la piel del otro menor, tenían la única y firme intención de reírse y pasar un buen rato. Pero es que tienen 5 años y por eso se les enseña que eso no se hace. El cantante de Def con dos y otros adultos es una lección que ya deberían tener aprendida.

En román paladino, no se puede estar en misa y repicando y la vara de medir debe ser idéntica para todos. En defensa de la libertad de expresión no puede ser mermado el derecho a no ser ofendido. Porque lo que para ti es gracioso para otro puede ser motivo de humillación. Porque si no aceptamos que dos niños se rían de una niña gorda en el patio del colegio y a eso lo llamamos ACOSO ESCOLAR, no podemos hacer tabla rasa a partir de los 18 años y escudarnos en la libertad de expresión y en que en ´España estamos perdiendo libertades´No, mire, lo que hace mucho tiempo que perdimos en este bendito país es la buena educación. 

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