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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

La decadencia de la buena educación

Gema Lendoiro el

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estos días estoy viendo del tirón la serie británica Downton Abbey que tiene muchos atractivos, el guion, la magnifica interpretación de Maggie Smith, los decorados (reales), la decoración exquisita, el vestuario y una bastante fiel recreación de la historia. La serie arranca con el hundimiento del Titanic y termina antes de la II Guerra Mundial y, como es lógico, en el medio sucede la primera. Este hecho hace que las cosas en el mundo de los protagonistas cambien casi por completo y que muchos de sus protagonistas se resistan a abandonar el mundo tal y como lo conocieron, lo que hoy podríamos denominar conservadores. Otros, sin embargo los aceptan de buen grado y también los que comienzan reacios a asumir el cambio pero terminan adaptándose.

La ficción es un reflejo de la realidad y es que el mundo está en constante cambio, “todo fluye, nada permanece” (Heráclito). En la serie se puede ver perfectamente cómo los cambios llegan, unos para mejorar la vida de muchos (nuevas leyes para la clase obrera, voto femenino) y otros para dejar paso a otras formas de comportamiento, digamos, mucho más relajadas. Si bien es verdad que los cambios suelen llegar para quedarse, no es menos cierto que no suelen suceder de un día para otro. Recordar la historia puede ser muy útil para entender muchas cosas que no suceden en el día a día. A comienzos del XX apenas existía una clase media, tan solo las clases acomodadas de la aristocracia y la clase obrera, todavía con muy pocos derechos. Cien años más tarde los cambios son evidentes: derechos de los trabajadores, las mujeres podemos votar y desde luego un sin fin de formas y hechos sociales que en nada se parecen a los de hace un siglo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pero ¿qué se pierde y qué se gana con los cambios? Obviamente la balanza suele estar equilibrada. Las cosas buenas que hemos ganado nadie las cuestiona. Sin embargo las que hemos perdido, no parece tener una unanimidad. Hoy voy a hacer un listado de las que más me importan.

La familia se ha disminuido y ello ha traído muchos cambios en cómo crecemos: Los abuelos ya no forman parte de la vida de los niños como antes. Si bien es cierto que casi nadie quiere vivir con sus suegros, también es verdad que ahora los niños pasan mucho menos tiempo con sus abuelos, algo que, salvo que estos sean unas nefastas personas, les perjudica. Los abuelos suelen empañar de sabiduría la vida infantil y dejar una huella de amor y mimos que los padres, por su papel en la educación, no desarrollan de la misma forma. No solo los abuelos, ahora es raro ver familias con más de dos hijos. No digo yo que tengamos 18 por mujer pero qué duda cabe que una infancia con seis hermanos puede ser mucho más enriquecedora que una con uno o ninguno. Y sí, ya sé que hoy parece todo mucho más caro. Pero no, no es verdad, antes también era todo muy caro (salvo la vivienda) pero antes se tenían menos necesidades inventadas.

La infancia es diferente. Es más corta, muchísimo más corta. Antes podía alargarse perfectamente hasta los 14 o 15 años. Hoy en día un niño de 9 o 10 sabe ya muchísimo de la vida y esto trae consigo cosas positivas pero también negativas como es la pérdida de la inocencia. Que la mujer se haya incorporado masivamente al trabajo trae consigo que los bebés no tengan contacto físico con su madre más allá de los primeros 4 meses (en algunos países menos, en otros, más) con las consecuencias directas en el cerebro de ambos.

Mucha mujeres estamos mucho más cansadas y mucho más perdidas en nuestro papel. La verdad es que mis dos abuelas trabajaron, pero lo habitual hace 100 años es que ninguna lo hiciera. Y aquí preciso varias matizaciones. Trabajar me refiero a hacerlo fuera de casa y de manera remunerada. No me refiero a ir a la huerta y deslomarse. Las mujeres que trabajaban en el servicio doméstico dejaban de hacerlo cuando se casaban o tenían hijos y las de las clases altas no trabajaban. Para eso tenían al servicio doméstico (vean que la mujer, sea como sea, siempre palma más, ¡qué raro!)

 

 

 

 

 

 

 

 

Todas estas cosas que he enumerado están sujetas a múltiples matizaciones pero en general, han cambiado en esa dirección. Y luego están los cambios que las sociedades experimentan en sus formas de comportarse y ahí es a donde quería llegar con el título de este post. Obviamente no pretendo que volvamos a tratar a los padres de usted pero no me importaría que dejase de ser normal tutear a todo el mundo desconocido y mayor de, pongamos 30 años. Hay muchas cosas que no me importaría nada que volvieran y que, en nombre de no sé qué progresía o avances, son el pan nuestro de cada día. Cito algunas cuantas.

Dejar de saludar a los vecinos. Aunque solo sea con un buenos días, tardes, o noche y con una sonrisa. Las modelos de los noventa con cara de cabreo constante como máxima expresión de modernidad, tuvieron buena parte de culpa. ¿Qué revista de las influyentes, no ha promulgado que ir con cara de cabreo a todas partes es mega cool?

Ceder el paso a las personas que son mayores que tú al entrar en una casa, portal, establecimiento público.

Tutear a todo hijo de vecino.

-Haber dejado de pedir las cosas en condicional y por favor: ¿Podrías, por favor…? en lugar de ponme un café.

-Hacer preguntas indiscretas tipo cuánto dinero ganas o de qué tipo de cáncer se murió tu amigo o contar con pelos y señales tu última enfermedad a personas con las que no tienes la suficiente intimidad. O simplemente hablar de tus enfermedades.

-Estar en un lugar público y hablar en voz alta lo suficientemente alta como para que el de al lado escuche cómo fue tu noche de pasión con ese chico que conociste después de la fiesta. Los detalles milimétricamente contados sin pudor. Sí, efectivamente, me sonroja la falta de pudor de las personas hablando en voz alta de detalles de su vida privada. En realidad me molesta que las personas hablen en voz alta para que todos puedan escuchar su interesante e imprescindible conversación.

No pedir disculpas. Esto es algo que ya apenas sucede.

Educar a los hijos en la creencia de que tienen derecho a todo, incluido el de pasar por encima de los demás. Una cosa es hacerle ver a tu hijo que es especial para ti, para su familia y otra muy diferente es educarlo en la creencia de que es una persona especial para el resto del mundo de manera que logremos que se crea a pies juntillas que sus derechos no van unidos a sus obligaciones.

Confundir libertad de expresión con herir los sentimientos de alguien con quien hablas. Pongo un ejemplo reciente: una persona atea asegurándole a una creyente que el hecho de educar a sus hijos en la fe los colocaría en una situación de posición relegada en la sociedad, de segunda fila y llegando a insinuar que es un maltrato. Si no crees, basta con decirlo. No hace falta insultar ni hacerle creer al creyente que es el culpable de la pederastia de ciertos curas o de las cruzadas.

No cuidar el aspecto de la vestimenta porque uno cree que se puede vestir como le dé la gana.  Hace unos días fue noticia que una profesora del Reino Unido envió una carta a los padres del colegio instándoles a que no recogieran a sus hijos en pijama y bata. Sí, sí, existen esas personas. Y en un grupo de una conocida red social ganaba por inmensa mayoría las (eran todas mujeres) que defendían ir al colegio como “me da la gana”, “me sale del …” y una serie de frases la mar de sutiles y gráficas. Falta de educación, de modales, ausencia total de elegancia verbal etc…

La falta de educación para con el medio ambiente. Tirar cosas al suelo, colillas por la ventana, no reciclar, no cuidar el mobiliario urbano y/o la naturaleza. Esto no es una cuestión ecológica, o no al menos no es solo ecológica, es de buena educación cuidar lo que es de todos, es de buena educación cívica. Y, sobre todo es de sentido común. Conservar las cosas que hemos heredado para dejarlas, a su vez, en herencia.

Ser amable. Esta parte es quizás la más difícil. ¿Se han parado a pensar qué pocas personas quedan ya que sean realmente amables? ¿Gente que sonríe y se preocupa por ti? Personas que acabas de conocer y te miran a los ojos cuando son presentadas y con una sonrisa franca te preguntan cosas sobre ti, sobre tu trabajo, sobre tu estilo de vida, preguntas que no son indiscretas pero que hacen que te sientas importante frente a alguien.

Ser amable cuando las cosas se tuercen. En este punto está la gran prueba. Cuando nos enfadamos es el momento en el que verdaderamente se ve la buena o mala educación. Ser amable de buen rollo es fácil. Serlo cuando hay una discusión, es para expertos.

Ser cortés en el trabajo. ¿Envías un mail y la persona no te responde? ¿recibes un mail de alguien que es desconocido y no te saluda ni se presenta ni te da las gracias por atenderle? ¿Envías un wassap de trabajo y la persona lo lee pero no te contesta pasado un tiempo prudencial? Eso es una falta de descortesía imperdonable que hoy, sin embargo, muchísimas personas hacen y no parece pasar nada. Pero sí, sí pasa.

Guardar la cola. Esto lo bordan los británicos. Los españoles no lo toleramos. No se sabe por qué.

-Esas amistades que jamás te preguntan cómo estás ni se interesan por tus asuntos. Eso también es educación, delicadeza, convivencia.

Vas a una casa y llegas con las manos vacías. Qué menos que ofrecerte a llevar el postre. No hace falta que te gastes un dineral. Lo que importa es el detalle. Hay botellas de vino muy dignas por 10 euros. Te sientas a comer y hay personas que rebañan el plato con el pan o empiezan a comer antes que nadie sin esperar. O comen como si no hubiera un mañana. ¿No les enseñaron en su casa cómo se come? En los colegios ya sabemos que no.

Madres/padres que acuden al colegio de sus hijos a montar un pollo porque su hijo ha sido castigado. Ojo que si a mis hijas las castigan puedo no estar de acuerdo y acudir a hablar con el centro pero nunca montando un pollo. Me he cansado de leer en grupos de redes sociales estos consejos: ¡vete y ponla en su sitio!, ¿qué se habrá creído? Yo voy y le monto la marimorena. Esas madres están perdiendo el tiempo y el dinero en llevar a sus hijos al colegio. Nada van a poder hacer por ellos puesto que lo principal, está faltando en su hogar.

Tema restaurantes. Soy la primera en defender que los niños deberían ser bien recibidos en los lugares así pero, ¿qué sucede cuando un niño de 4 años se dedica a correr entre las mesas y sus padres se dedican a comprobar cómo se lo pasa el nene sin ni siquiera darse cuenta de que quizás está molestando? Este hecho que se puede trasladar a cualquier lugar público tiene como idea de fondo aquella que defiende que yo o mis sucesores (hijos) somos el obligo del mundo y por lo tanto mis hijos tienen derecho a ser como son y a quién le moleste tiene un problema.

Podría enumerar muchísimas más. Lo cierto es que la mayoría de las personas que reclaman libertad para ser como cada uno quiere, aceptan de buen grado ser bien tratado. Si uno llega a una casa y la anfitriona lo recibe con una amplia sonrisa, le ayuda a quitarse el abrigo y le obsequia ofreciéndole algo que sabe que a su invitado le entusiasma, esa persona se sentirá probablemente muy cómoda. Si en esa “reunión” puede hablar de las cosas que le preocupan y a la vez escuchar a su anfitrión, es probable que todo transcurra de forma agradable. La libertad es básica, poder decir lo que piensas, también. Tener un pensamiento diferente al otro es lícito. La cuestión no es esa, siempre es el cómo. Y lo cierto es que cuando alguien está con una persona educada, las cosas fluyen de manera muchísimo más agradable. ¿No lo creen? Igual me quedé el siglo XX lo cual no sería en absoluto reprochable ya que la mayor parte de mi vida, al menos hasta ahora, transcurrió en esa época.

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