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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

¿Dónde crees tú que se aprende la violencia?

Gema Lendoiro el

Muchas veces en este blog he hablado de lo que pienso sobre cómo los hijos deben ser educados. O más que cómo deben ser educados he preferido hablar de cómo no deben ser educados. No gritar, no pegar, no chantajear, no insultar, no humillar…cuidar mucho el lenguaje porque las palabras importan e importan mucho más de lo que imaginamos: me tienes harta, no te soporto, no te aguanto, estoy hasta las narices de que te portes así, te portas fatal, me agotas, no aguanto más, estás castigado, ahora nos vamos a casa y no vas a salir en una semana. Todo ello siempre acompañado de gritos, de amenazas que quitan la libertad y violentan al niño que aprende a interiorizar esa forma de ser como la correcta: el ser violento ¿Por qué? Por la falta de apego necesario que cada ser humano que nace en la tierra necesita recibir porque así viene programado de serie. Trato de ponerlo en práctica todos los días de mi vida desde que soy madre. Y créanme, es la opción más complicada porque casi todos hemos heredado esos patrones de conducta (no tienen por qué ser todos pero son muchos) y es muy difícil romper con la herencia recibida. Ojo que la violencia es algo natural y consustancial al ser humano, a la naturaleza en sí. La naturaleza es violenta pero aprender a canalizarla forma parte de la elecciones personales de cada uno. No todos los seres humanos que se crían en ambientes violentos, son violentos. En esos casos suele haber trabajos profundos a niveles personales.

Estando de vacaciones y, como las casualidades no existen, conocí al artista cubano en el exilio, Adrián Morales, una suerte de hombre del renacimiento, multidisciplinar que pinta, canta, hace películas, escribe pero, sobre todo, sabe. Sabe muchísimo. En la cena hablamos de la situación política actual y del auge de Podemos. Él, cubano en el exilio con la experiencia de haber tenido a su madre encarcelada hace ya muchos años y habiendo vivido hasta los 25 años en la isla, conoce bien cuáles son las “bondades” que proclaman ciertos populismos. Hablando del tema nos sugirió que viésemos una película. La ola (Die Welle). La película, alemana y dirigida por Dennis Gansel, narra los hechos sucedidos en 1967 cuando el profesor Ron Jones, profesor en la escuela Cubberley de Palo Alto, California, tiene que suspender un experimento llevado a cabo con sus alumnos por la peligrosidad de las consecuencias. En la cinta Gansel traslada los hechos a la Alemania actual y parte el experimento el día que sus alumnos le cuentan que están convencidos de que el nazismo nunca volvería a suceder en Alemania. Para demostrarles cuán equivocados están les sugiere la prueba de crear una comunidad en la que el propio profesor se erige como autócrata…no les seguiré contando pero el final es estremecedor.

¿Qué tiene que ver esto con lo que he empezado a hablar? Bueno, desde mi opinión tiene que ver todo. En esa película se ve claramente que solo dos alumnas no aceptan el reto y lo ven como una clara manipulación de sus mentes. No se explica lo suficiente la vida de cada alumno pero sí se percibe claramente quienes son atendidos en sus casas por padres comprometidos en su educación y quienes son ninguneados pero colmados de bienes materiales. La película no tiene desperdicio y es absolutamente reveladora: el caldo de cultivo para abrazar la violencia está en las propias familias. El caldo de cultivo para abrazar cantos de cine está en las familias. Los hombres siempre buscamos formar parte de una comunidad y cuando eso no se da en la propia familia, bien sea por maltrato físico o verbal o por otro maltrato silenciado que es el de no hacer caso a los hijos provocándoles ese vacío que tanto duele, cambiando el amor hacia ellos por todo tipo de atenciones en forma de regalos, de cosas materiales pero sin la presencia de los padres… se sientan las bases para generar individuos que necesitan sentirse parte de algo, de lo que sea. No es ningún secreto que muchos de los jóvenes que caen en bandas o grupos radicales proceden de familias desestructuradas, familias donde la figura de la contención y el amor con el respeto ha desaparecido, donde la violencia es la principal protagonista.

Enseguida quise compartir mi impresión en mi red social y fue ahí cuando, Ileana Medina, cubana de origen pero nacionalizada española, periodista y autora del blog Tenemos tetas, me sugirió ver otra película, La cinta blanca. Ella escribió una reseña sobre la misma aquí que te sugiero que leas. La cinta blanca, de Haneke, es una película que no te deja indiferente. Habla del terror pero sin mostrarlo, habla de la violencia sin apenas enseñarla pero sobre todo habla (aunque no lo dice en ningún diálogo) de cómo toda una generación en Alemania fue educada en el miedo, la represión y la violencia familiar y que fue el caldo de cultivo para que prácticamente toda una generación abrazara el nazismo unos años después. Como podían haber abrazado el comunismo. Cualquier movimiento autocrático que les hubiera llevado de la mano a pertenecer a una comunidad, a compartir los valores de la disciplina (eso lleva a la mente a la infancia, a su zona de confort), a compartir los valores que un encantador de serpientes, un flautista de Hammelín les hubiera sugerido. Estamos hablando de los que eran los abuelos de la gente adulta de hoy. No estamos hablando de épocas medievales.

Es obvio que no se puede explicar el triunfo del nazismo o del comunismo o del castrismo bajo una única premisa. No pretendo eso. Hay muchos factores que ayudan a conformarlo y curiosamente, sea cual sea el ismo, siempre coinciden: pobreza, salarios muy bajos, alta inflacción, grandes diferencias sociales, cantos de sirena de un líder que dice “las grandes verdades del barquero” pero sin ahondar en casi nada, todo dicho de una manera tremendamente simple…¿les suena todo lo que les estoy contando? El caso es que la historiografía casi siempre obvia la parte más antropológica de cualquier acontecimiento y esto me parece un grave error puesto que la historia la hacemos los seres humanos y todos hemos crecido en una familia, peor o mejor. Otros incluso crecen sin ella pero todos tenemos vivencias en la infancia que es la parte de la vida del ser humano donde se asientan las bases más sólidas para lo que luego seremos de adultos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Como dice Ileana Medina en su post: “Un retrato en blanco y negro del abuso de poder de los padres sobre sus hijos, contado y diseccionado con bisturí hasta el detalle. Una radiografía cruda y bretchiana del mecanismo de dominación del patriarcado. Lo escalofriante es que esa historia de poder violento y patriarcal, es la historia de buena parte de la humanidad, es la historia genérica de nuestra civilización occidental. El nazismo pudo encontrar ahí su caldo de cultivo, como también el fascismo italiano, el comunismo ruso, el franquismo español...”

La película no es para sentirse pesimista como buena parte de la crítica dijo en su día. Al contrario, hay que mirarlo con optimismo. Las familias ya no educan así. O no la inmensa mayoría. Es cierto que los malos tratos sigues existiendo, los verbales y los físicos. Es verdad que la violencia sigue instalada en nuestras familias de una manera que ni siquiera percibimos (me tienes hasta las narices, estoy harta de ti…y cachete, es violencia), pero hemos avanzado muchísimo y seguimos en ello. Hace dos décadas nadie hablaba de la violencia de género y ahora la tenemos muy interiorizada. No solo los adultos si no los que no llegan al medio metro. Y eso es bueno. Porque la violencia de género es una forma más de expresión de la violencia con el agravante de que, además, de la violencia por sí misma, se ejerce la dominación de un sexo sobre otro como herencia de un sistema de patriarcado que nos acompaña prácticamente desde que comenzó el hombre a ser recolector.

Al amparo de este crecimiento de conciencia también ha nacido con fuerza y para quedarse la idea de humanizar los partos (de lo que tanto hemos hablado aquí), de cambiar el mundo también desde la manera en que nacemos. A mucha gente esto le parece una soberana idiotez. A mí, desde que lo descubrí me parece que tiene todo el sentido, que todas las piezas encajan perfectamente como un mecano. 

También ha crecido la conciencia por el respeto a la naturaleza, cada día somos mucho más conscientes de la enorme importancia que tiene cuidar el medio ambiente y no desde una pose que forma parte de una moda si no desde un estado de conciencia que te dicta que o haces eso o te estás cargando tu hábitat. A muchos todas estas cosas les revientan por dentro. Son esas personas que habrá escuchado alguna vez decir: “Es que ahora a los niños se les pregunta todo, ahora a los niños se les deja hacer de todo, ahora a los niños…, es que ahora tiras una botella al mar y ya te llaman de todo” Sinceramente, cuando escucho esto me congratulo porque eso significa progreso.

Si sabemos que el mal engendra más mal, si la violencia da hijos violentos, si estamos de acuerdo en que la violencia ejercida en el mundo se aprende y se aprehende dentro de los hogares, esteremos de acuerdo en que para cambiar el mundo deberíamos cambiar el paradigma educativo. ¿No? Pues entonces pongámonos firmes a ellos. Los que estamos ahora mismo en fase de educar tenemos la mayor responsabilidad en nuestras manos. Mucha más que los políticos. 

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