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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

La cosificación de la mujer…en el chiringuito también…

Gema Lendoiro el

Estos días de vacaciones me senté uno de ellos en una bonita y elegante terraza a tomarme algo. En la mesita de al lado del sofá había una revista y la cogí para echarle un vistazo. Estaba toda ella escrita en inglés, algo que es la norma en la zona por la cantidad de turismo anglosajón que acude por aquí no solo en verano, también en invierno. La revista, con un claro target de gente con un nivel económico muy alto a tenor de las casas a la venta que ofertan y que nunca bajan del millón de euros, cumplía con todos los requisitos de algo que nos rodea y que tanto me sigue sorprendiendo: la cosificación de la mujer como un objeto de placer. Y, por supuesto, ese tipo de mujer tiene que cumplir unos estrictos cánones: delgadísima y joven. Es una especie de perversión en la que subyace la idea: una mujer de talla 42 no te puede dar placer. Ambas ideas son perversas: la mujer te va a dar placer y la mujer delgada te lo dará más. Más de la talla 38 y de 30 años resulta casi hasta ofensivo. Con la mujer se presentan los demás objetos relacionados con esa supuesta felicidad: coches caros, mansiones y joyas. Ahí es nada.

En la portada sale una mujer en bikini con una pose de lo más sugerente, de rodillas, piernas bastante abiertas y levantando su melena mientras mira a la cama de reojo y pone, cómo no, esa cara con esos morritos y que alguien ha decidido que es el concepto de lo bello, de lo deseable, de lo que gusta. Vale. Pero no sólo eso. Observo a través de las redes sociales de estos días, muy activas en cuanto a la vida social de la costa española en general, que lo que se sigue vendiendo como concepto de felicidad apenas ha variado desde hace cuarenta años: fiesta, champán caro, coches que pueden costar lo que a los normales nos cuesta una hipoteca y chicas jóvenes, muy jóvenes, delgadas, muy delgadas y operadas, muy operadas. Cinturas estrechísimas frente a unas tetas enormes, labios hinchados y narices artificiales. Todo en unas tumbonas blancas y con la música de fondo tan característica de estos lugares.

 

 

 

 

 

 

 

El concepto riqueza no lo rechazo. O no al menos en el sentido que lo suelen hacer las sociedades de tradición judeo cristiana frente a las que son protestantes o calvinistas que desterraron el concepto de culpa de sus vidas y, desde luego dejaron de pedir perdón por generar riqueza. Defiendo abiertamente la economía de libre mercado que deja que los seres humanos se enriquezcan si sirven para ello y, obvio, sin trampas ni falta de ética. Es obvio que detrás de todo este lujo se mueve muchísimo dinero que da empleo y mejora los datos económicos de nuestra todavía maltrecha economía. Contra eso no tengo nada qué objetar y pienso que si es legal es muy bueno que exista. Ese no es el punto. El tema en cuestión es la cosificación del ser femenino que se usa como mero objeto de placer, como adorno y símbolo de estatus. Para demostrar quién eres y en qué escala social estás, debes tener un cochazo, consumir botellas de champán tan grandes como el coche y tener mujeres (varias) alrededor babeando por ti. Es obvio que esa escala de valores no es compartida por todo el mundo. De lo contrario nuestra sociedad sí estaría en estado de putrefacción puro y duro.

Ayer pasamos el día en uno de esos chiringuitos de a 20 euros la tumbona (estaban agotadas todas, por cierto) y en una de las mesas del abarrotado chiringuito había una mujer árabe sentada con su marido e hijos. Ella iba con el preceptivo velo en medio de una ola de calor sin precedentes. Desde el punto de vista de una mujer occidental y por mucho que lo haya visto en infinidad de ocasiones esa imagen me sigue conmoviendo y violentando a partes iguales por todo lo que de sumisión de la mujer representa. Pero es que en la tumbona de al lado había una chica de esas que he citado arriba totalmente entregada al arte de servir de adorno al maromo de turno y entonces, en una suerte de comparaciones odiosas, me pregunté cuál de las dos está más sometida. Estuve largo rato mirándolas a las dos y haciéndome esa pregunta. Y sigo preguntándomelo.

El debate mujer guapa y que está buena es igual a mema está superado al menos para mí. No creo en él. Esto nada tiene que ver con esa dicotomía o ese absurdo paralelismo que nunca he logrado comprender. El debate que estoy reflejando en este post (y quiero dejarlo claro) es que da igual, por lo que se ve, que seamos mayoría en las universidades. Parece que importa poco que unas cuantas se dejen la piel en mejorar nuestros derechos en pos de un machismo vigente si siguen existiendo estas memas que todo lo tiran por tierra por un viaje en coche, un paseo en barco o un reloj en su muñeca, por un falso estatus o por una distorsión de lo que verdaderamente aporta la felicidad. ¿Saben que la juventud es efímera? ¿Saben que esos tipos que ahora las adulan el verano que viene lo harán con otra mucho más joven y verano tras verano ellos sí seguirán estando en la pomada y ellas ya no porque ya no serán ganado válido? No sé, podrá pensar usted que lo hacen porque les da la gana. Obvio, de lo contrario sería algo más serio…pero me da pena. Me da mucha pena porque es que servimos para mucho más que para esto. Y, sobre todo porque lo que yo sueño para mis hijas y para sus iguales, es una sociedad donde no se establezcan esas reglas de poder y sumisión.

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Gema Lendoiro el

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