Gema Lendoiro el 07 abr, 2015 No sé si es que tengo la mala suerte, o la buena, nunca se sabe, de ser optimista por naturaleza o es que mi maternidad no es, para nada, tan abrumadoramente agotadora como otras. Cierto es que tengo mucha ayuda. Cierto. Y cierto es que una de mis dos hijas es un remanso de paz lo que ayuda un montón. Pero también es verdad que la otra se mueve por las dos. Y además es que es la pequeña por lo que los niveles de entendimiento de que hay cosas que no puede hacer son más pequeños. Todo esto lo cuento porque, a pesar de que tengo la suerte de no sufrir una abrumadora y cansada maternidad comparada con otras sà tengo que reconocer que en esto de ser madres todas (vamos a poner casi todas por si las moscas) estamos muy solas. Yo no sé si es que de esto tiene parte de responsabilidad la incorporación de la mujer al trabajo hace ya cuatro décadas de manera masiva, no sé si tiene que ver con la paralela desnaturalización de la misma como consecuencia de esto: niños que aprenden a dormir en su cuna solos desde el primer mes y en otra habitación porque los padres, ambos, deben trabajar al dÃa siguiente, bebés muy separados de su hábitat natural que es el pecho de su madre, bebés alimentados con biberón desde el primer dÃa porque “chica, qué ganas tienes de complicarte la vida con lo bien que se crÃan asÃ, mira los mÃos qué sanos están” (esto es muy de las abuelas de hoy que hace 40 años no dieron teta porque fue la época dorada del biberón) No sé si influye también el hecho de que vivimos muy separados de nuestras familias. No sé si para nuestras madres o abuelas la maternidad fue asà de dura y evitaron contarnos la verdad o no sé si es un compendio de todo ello pero lo cierto es que no hago más que ver madres cansadas. Agotadas, tristes, a veces histéricas que rompen a llorar por cualquier cosa. Madres que esconden una depresión post parto que suele salir con el segundo hijo. Madres que no tienen a nadie que las abrace en su soledad. Ni siquiera a su pareja que, en la mayorÃa de los casos, no entiende qué le pasa a su mujer. Llevo mucho tiempo pensando por qué. ¿Será que las madres de ahora nos exigimos más que antes? Que si la crianza con apego, que si maternidad consciente (creo que las maternidades inconscientes, si se dan, son las mÃnimas), que si a urgencias porque no come, que si las alergias, que si ahora duerme asà que si ahora tiene rabietas, que si ahora dice no…¡baaaaaaaaaaastaaaaaaaaaaa! Es agotador. Quiero proponer a las madres que me lean y a las otras madres blogueras que lo hagan que se sumen al reto de: tenemos derecho a ser imperfectas. No sólo tenemos derecho, es que dirÃa que tenemos hasta la obligación porque entonces vamos a acabar desquiciadas. Propongo catálogo y pido ayuda para aumentarlo: Si el bebé no duerme por las noches y no me lo meto en mi cama porque las abuelas me han dicho que luego no me lo quitaré de ahà miraré a mi pareja de soslayo para comprobar que mi suegra miente. El nene no duerme con ella si no conmigo. Desde hace mucho, además. Asà que niño a la cama porque más vale madre descansada que madre con insomnio. Si el niño no quiere comer no me voy a tirar cada dÃa dos horas sentadas haciendo avionetas y llevándolo al pediatra de manera compulsiva para pesarlo. DecÃa un pediatra de la Coruña que ya se murió, pobriño, “que non se conoce neno que morra de fame habendo comida” Creo que no necesita traducción. Pues eso. Además, las frutas y las verduras que toda buenamadre se obsesiona por dar a su hijo no son tan importantes como los hidratos de carbono, auténtica gasolina en etapas infantiles primarias para tanta vitalidad. No lo digo yo, lo dice Carlos González, pediatra y padre de 3 hijos que ya han crecido. Y tiene su lógica. El niño de 6 que anda todo el dÃa dando patadas al balón requiere más pasta que verduritas a la plancha. No se me vayan ahora al lado contrario y atiborren a las criaturas de bollos. Tampoco es eso. En relación con el punto anterior. Se puede empezar a amar la fruta, la verdura y el pescado en etapa adulta. Servidora es una prueba viviente y me pirro por unas plato de legumbres con brócoli, judÃas y zanahoria. Los niños ponen a los 4 años los codos encima de la mesa. Hace bien en repetirle que los quite pero, por favor, no haga dramas si no lo consigue a la primera. Recuerde que lo que se repite cada dÃa, cala. Si el niño o la niña insiste en ir descalzo en casa, no sea usted pesada. Andar descalzo es muy bueno para la salud. Bueno, salvo que su casa sea de tierra. Tocar el suelo con los pies es, además, uno de los mayores placeres del mundo. El fin de semana es para relajarse. No pasa nada si se tira usted todo el dÃa en pijama. Y su pareja y la prole. De verdad. No pasa nada. Tampoco pasa nada si lo hace los dos dÃas del fin de semana. Ya es usted estricta con los horarios de las comidas entre semana. Relájase el sábado y el domingo. ¿El niño quiere un colacao antes de comer con unas galletas? Pues déselo. ManÃa de buscar problemas. Eso sÃ, recuérdele que es algo que sólo se hace los dÃas de descanso. Métase una idea en la cabeza: la infancia es sagrada y es mucho más importante jugar para desarrollarse bien que otras cosas. Las actividades extraescolares antes de los 8 años en muchas ocasiones son parches para cubrir la ridÃcula conciliación que tenemos en España. Un niño es mucho más feliz dándole patadas al balón en su barrio después del cole y mientras se toma un bocata y no un kiwi que en clases de violÃn (salvo que él lo pida expresamente, oiga) Acuérdese de Carlitos de la serie cuéntame. Ese modelo de infancia roza la perfección (y digo roza porque el padre qué manÃa con dar collejas) Si tiene mucha plancha en casa y los niños proponen una partida de parchÃs, deje la plancha y siéntese a jugar. Uno de adulto recuerda cómo jugaba con sus padres no cómo planchaba de bien su madre (no pongo aquà padres que no solÃan hacerlo cuando nosotros, los adultos de ahora, éramos niños) No sufra cuando vea a sus amigos de facebook en la playa, esquiando, con trescientos regalos alrededor del árbol de navidad. A los niños les gustan más las cosquillas que sus padres les hacen, jugar al pilla pilla con ellos y que les cuenten un cuento por la noche que la mejor de las vacaciones en la nieve. Piense en su infancia y sea honesto: ¿recuerda los juguetes o recuerda los juegos? RepÃtase constantemente que más importante que ser una madre perfecta es ser una madre presente, cariñosa, que cuida a sus hijos, los educa con amor y respeto y que está presente. Por supuesto todo esto es revisable dÃa a dÃa y cada uno debe ser consciente de qué tiene en casa, sus circunstancias. Sea usted una madre consciente, es decir, consciente de que no es una máquina. Asuma sus imperfecciones como algo propio del ser humano. No se castigue más. Sin categorÃa Tags madres imperfectas Comentarios Gema Lendoiro el 07 abr, 2015