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Blogs Madre no hay más que una por Gema Lendoiro

La fiera de mi niña

Gema Lendoiro el

Que estamos con los dos años y pico ya lo sé (terrible two dicen los anglosajones) Que además tenemos que compartir tiempo, cariño y amor con la manipuladora de los mofletes prietos, también lo sabemos. Pero es que, además, la niña tiene un carácter que parece parida por la dama de hierro. No es que yo sea un alma cándida, dulce y tranquila pero me temo que si lo que se pretende es que con cada hijo la especie mejore, en genio con doña Tecla, vamos sobrados.

Todos los días tenemos rabieta al canto. No falla. Por las mañanas porque ella ya se levanta revirada que no le gusta madrugar. Si a esto le sumas un no detrás de otro: no a ver la tele, no a jugar, no quedarse en bolas (le encanta, qué miedo) la niña se va enfureciendo hasta llegar a (casi) escupir espuma por la boca. Luego llega lo que para ella es la tortura malaya: peinarla. Da igual el método que empleemos, siempre hay llanto. No me quedan más opciones aparte de raparla al cero. Luego el lazo, que sí, que ya me dice el padre que un día me las va a devolver todas por ponerle ese lazo tan grande. ¡Y lo fácil que la encuentro en el parque gracias al lazo, qué!  Los dientes, que no quiere y entonces se los cepillo yo, así, sin anestesia. Luego la crema del sol que le da un asco que pa qué. Y ya la tenemos liada. Siempre salimos al ascensor con la niña a gritos. Menos mal que al llegar al garaje ya se pone de buen humor porque nada le puede gustar más al repollo este que los coches.

Ayer tarde, antes de irse a la cama, también marimorena. Motivo de la discusión: pegar a su hermana. Que yo la entiendo, pobrecita mía. Si es que encima mofletes prietos está empezando a hacer monerías y le roba cada vez más protagonismo a mi doña Tecla. Estábamos en la habitación, yo cambiando a la pequeña el pañal encima de la cama. Y ella, cabreada porque sí, le suelta manotazo. Y claro, ya la tuvimos. No contenta con eso, agarró el chupete de su hermana (con cadenita), se lo estampó en la cara y luego lo lanzó bien lejos al ritmo de: ¡poma y poma! Resultado: Castigada. Te quedas en la habitación y yo me voy al salón con tu hermana (entre otras cosas para consolarla) y para no jugar contigo. Hasta que no dejes de llorar y pidas perdón te quedas ahí. Y la tía es obediente y de la habitación no sale…eso sí, los gritos y los ay mamita (sin lágrimas) son de órdago. Aguanté 25 minutos. Literal. Y ya por fin fui a consolarla.

Dos cosas me quedan claras de esta hija que parí: Que no está dispuesta a que nadie la pise y que si no se arredra fácilmente. Si tiene que llorar los minutos que haga falta, lo hace. Pues no tengo tarea por delante…

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