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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Te quiero más que a Dios

Salvador Sostres el

Te quiero más que a Dios, le escribió una niña a su maestro, y ella sabía lo que quería decir aunque sólo tuviera diez años o tal vez nueve. Más no se puede querer, le dijo a un chico pasados algunos, muchos años.

Entre Dios y esta niña ha habido siempre algo personal. Algo que Dios ha tratado de explicarle desde muy pequeña y que ella no ha querido escuchar. Dios está acostumbrado a que no le escuchemos, a que sus hijos oigamos sólo lo que queremos oír y que despreciemos el resto. Por eso se inventó la eternidad, para darnos tiempo.

La niña tenía la correcta intuición de que su amor era más grande que ella, más poderoso de lo que podía contrar, que rebosaba sus palabras y buscó la que más le importaba para poderle decir al profesor, y sobre todo a sí misma: “¿sabes Dios? Pues más”. Hay algo en esta chica que pocos comprenden y es que cuando te explica algo está sobre todo tratando de explicárselo a sí misma. Si la escuchas con atención puedes notar la caricia de su mano suavísima acariciando lo que dice, lo que se dice, lo que por fin puede poner en orden mientras a los demás les parece que simplemente da un discurso. A veces sus amigas se sorprenden de la pasión que pone en hablar de algún asunto político o incluso administrativo. Y no es pasión por el tema, sino la íntima satisfacción de haber pacificado otra frontera de su vida. Otra estantería con sus libros alineados en un mundo que trata de reducirnos a motas de polvo flotando en el aire de su caos.

No queremos a nadie más que a Dios porque Dios es el amor y está en todo lo que queremos. Pero a veces Dios nos distingue con algo más que al resto y no siempre es fácil entenderlo. Esta niña sentía más amor del que podía asumir porque Dios le dio la gracia -que es también un azote- del talento, y el amor más grande y brutal e inapelable que iba a necesitar para protegerlo y propagarlo. Le dio al principio las herramientas que necesitaría su yo futuro. Y así cree que ha nacido para amar -lo que no es del todo inexacto-, que es una yonki del amor, que su amor es tan grande que un día la engullirá; porque no ha asumido todavía que tiene que crecer hasta a hacerse tan grande y tan fuerte como su sentimiento, y que entonces encontrará el sentido de su amor, y su motivo, y su proporción, el regalo que Dios le dio. No se te tragará el amor y te servirá para darle forma a tu talento, e intención.

Dios es también un sentido del humor y se divierte poniéndonos al límite. Y para demostrarnos que nos quiere nos hace vivir en la angustia, y para demostrarnos que nos quiere todavía más nos lleva al límite del abismo y entonces, con su voz amorosa y sin que se le escape la risa, nos susurra: “Si quieres saber qué se siente, tírate. Te hice libre”. Dios es también un sentido del humor, juguetón, a menudo ininteligible. El Dios de los curas suele estar demasiado triste y por eso yo gusto tan poco en la COPE. Si no fuera por Herrera, ya no estaría.

La niña se ha hecho chica, y aunque algo intuye, no ha salido aún al encuentro de lo que Dios le dio y lo que tiene roto dice que es in defecto o una herida, porque tiene miedo de reconocer lo que falta para completarlo, e intenta inútilmente ponerse una tirita. Y Dios la mira y sonríe y le dice a un ángel: “mira, la niña de las tiritas. ¿Tú crees que al final vendrá? ”. La niña se ha hecho chica y tiene miedo de su talento. El talento asusta, el talento es un castigo. El talento te somete, te esclaviza, te conduce inclemente por los bajos fondos de ti mismo y te obliga a mirar lo que creías que con mucho esfuerzo y mucho sufrimiento habías logrado borrar. Te obliga a decir lo que no puedes dejar de decir y que te va a crucificar. La forma que intuyes y que no alcanzas a definir y que pasas días y noches persiguiéndola hasta que angustiado y agotado consigues hallarla y justo en aquel instante te das cuenta de que no te interesa lo más mínimo.

Nuestra vida es solitaria y mires donde mires hay pena y calamidad. El talento asusta y nos asusta el yo salvaje que tiene que salir a buscarlo, la bestia en la que nos convertimos escribiendo lo que no podemos dejar de escribir, viviendo en la propia herida y en la de los demás, héroe que nadie te había llamado y que todo el mundo cree que no hacías ninguna falta. Asusta el talento, asusta el espejo, asusta el amor ante el estupor de lo que se acaba llevando por delante, asusta el alambre y el abismo y el humor de Dios que dice que te ama pero te recuerda que eres libre de tirarte.

Yo comprendo a esta chica aunque me cae mejor la niña que quería a su maestro más que a Dios. Yo comprendo la inseguridad y el dolor, el miedo atroz, la pena que te da cuando entiendes que no puedes vivir en la cabaña del árbol en la que pensabas que podrías evitar la vida y mantenerte a salvo de ti misma. “Es tan bueno”, dice de su novio cabaña, “y quererlo no me cuesta nada”. ¿Pero qué hacer cuando no eres tú quien llama a las puertas del Cielo, sino Dios que está aporreando tu puerta?

El talento nos castiga nos condena y desmiente la libertad de Dios. ¿Qué libertad le has dado a esta chica? Si acepta tu talento, vivirá a merced de él, y será tu elección y no la suya. Si no lo acepta y trata de ocultarse en el refugio de una vida doméstica, será siempre infleiz, se le escapará el amor por las costuras y la cabaña del árbol se le vendrá abajo y con ella todo el que la habite y así tantas veces como trate de volverla a construir. Dime que la quieres, Señor, y pídeme que cuide de ella, cada noche me lo pides, pero no me digas que la hiciste libre, no te rías de sus trocitos. Podrían ser los míos, porque si no me hubieras hecho tan caradura lo normal es que te hubiera tenido mucho más miedo del que te he tenido. ¿Tú crees que es fácil hacerlo saltar todo por los aires para escribir mejor? ¿Tú crees que para esta chica es agradable levantarse cada día y darse cuenta de que no encaja y que sólo arriesgándolo todo, perdiéndolo todo, viviendo siempre en el alambre y despeñándose la mayoría de las veces podrá encontrar el verdadero sentido de su vida y descubrir el propósito del amor infinito que le diste? ¿Dónde olvidaste la piedad el día que la creaste? Pídeme -no te cansas de hacerlo- que la lleve hasta ti aunque me cueste la vida, pero no digas que puede hacer que lo quiera o que nos quieres a todos lo mismo.

“Te quiero más que a Dios”, ¿no te gustó que lo escribiera? No se cuánto tardará, ni qué silencios, ausencias, desesperadas estrategias va a costarme traértela, pero tú sabes que con su pequeña notita infantil empezó lentamente a andar hacia ti.

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