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Tanto como la majadería de haber parado el mundo y el miedo a la muerte, que es un modo de despreciar la vida, me disgustan los quejicas. Una oscura crisis nos aguarda pero mucho antes de haber podido comprender su verdadero alcance han surgido ya los profesionales del lamento, con sus siniestras profecías y su exhibicionismo impostado de un dolor que no han sufrido pero del que afectadamente presumen. Es el nuevo esnobismo. Qué tremenda hilera de plañideras. Son el pasacalle de las Hermanas Catafalco. Los dos grandes enemigos que hoy tiene España son Pedro Sánchez y los quejicas. Yo nunca le voté pero preguntad a los quejicas. Todo es culpa nuestra y resolverlo será nuestro mérito. Los esnobs de la tragedia dicen que nada volverá a ser lo mismo pero la única solución es hacer lo que siempre hemos hecho: trabajar mucho, trabajar más, ser el tipo más simpático de la ciudad, afilar tu talento y si no lo tienes dejar que la necesidad te guíe y hacerle caso. Es mejor tener talento. Nunca me gustaron los comediantes. Ahora les aborrezco. Su afectación me parece un escarnio. Me pregunto cuándo fue fácil. Me pregunto si alguna vez fue fácil. Me pregunto qué pensaba mi abuela de la posguerra. Me pregunto qué pensó mi bisabuelo de la guerra anterior. Les recuerdo contentos, irritados, preocupados, trabajando como bestias y a veces algo paranoicos, sobre todo con la familia. Pero no recuerdo haberles escuchado queja ninguna y aunque no siempre supieron con antelación el resultado, en cada reto entendieron cuál era su cometido. Fueron compasivos con la imperfección pero jamás soportaron la debilidad. «Si vas a ponerte a llorar, dímelo que yo me marcho» me dijo mi abuela en Jean-Luc Figueras. Estamos gobernados por una banda, esto es un hecho pero no una excusa. Este confinamiento es la mayor afrenta al Hombre desde el gueto de Varsovia y al Pueblo Elegido tampoco le recuerdo en el quejido. Regresó a casa, entendió que si perdía otra guerra sería la última y ha sabido mantenerse seguro, próspero y libre. Me pregunto qué pensaría David si uno que no estuvo en Auschwitz se pusiera a vender llaveritos del horror para hacerse el interesante. Podríamos mandarle a unos cuantos de nuestros quejicas. Mejor mandarlos a Palestina. Es más su destino. «Es que sólo tenemos piedras», dirían.