El colapso de Cataluña no es culpa de la CUP sino de personas mucho más inteligentes, y mucho más formales, y mucho más ricas, que hace años empezaron con la carraca de que España nos roba y de que peor no podemos estar, cuando en pocos lugares del mundo se vive más amable y más cómodo que en Cataluña.
El naufragio de ayer no es culpa de la extrema izquierda sino de las extremas locuras del centro derecha, que se movió como una histérica para gustar a las masas, en lugar de aguantar como un hombre, y moldear a las masas, hasta darles forma y conciencia, que es lo que las masas buscan y esperan, aunque muchas veces ni lo sepan.
Lo que en Cataluña ha pasado, y lo que está pasando en España, es que hemos vivido muy bien y tanto excedente nos ha destensado el alma. Hacía tiempo que merecíamos un escarmiento y lo estamos encontrando.
Tanto relativismo, tanto laicismo, tantas vacaciones, tantos sindicatos y tantos días personales; tanto hacer el mono en Twitter y tanto narcicismo de supermercado nos han convertido en esta sociedad atrofiada, sin capacidad para reaccionar.
No fue la CUP, no fue Podemos. Fue Mas, fue Zapatero y es Pedro Sánchez. También un poco Albert Rivera, por cierto. Y son, sobre todo, los votantes, los ciudadanos, esos yos pequeños y anónimos que tanto se reivindican, y que tanto reclaman, y que tan irresponsablemente se están cargando este mundo nuestro, libre, próspero, formidable.
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