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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Mesa

Salvador Sostres el

He comprado una mesa para mi terraza y algunas sillas. No solía recibir en casa pero el encierro me dejó sin alternativas. También ahora el absurdo cerrar a la 1 los bares, las coctelerías y hasta los restaurantes, como si una Cenicienta a partir de esa hora aumentara los contagios con una calabaza. No me importan los argumentos. No nos importan los argumentos de ninguna clase. Nos encerraron y amenazan con con volver a hacerlo. Yo me he comprado una mesa, algunas sillas y en mi congelador hay una reserva de ginebra que perturbaría a la misma Reina de Inglaterra. No creo que el Covid me mate pero no me importa. Lo que me importa son las tónicas, que tengo menos, y ahora las compro Zero.

No discuto las actuaciones del ministro Illa ni las opiniones de los epidemiólogos, ni siquiera discuto las actuaciones de Quim Torra, aunque pienso que es un idiota. No lo pienso del ministro y lo pienso de Torra. Pero me da lo mismo. Pueden encerrarnos, arruinar la economía y arruinarme a mí. Yo me he comprado una mesa para mi terraza, muy agradable, y con vistas al mar y al Tibidabo y que antes sólo usaba para tender la ropa porque siempre fui indoor y consideraba que “el aire libre” era propaganda: y aún lo pienso, pero algunos amigos fuman y no hay nada más deprimente que el olor a tabaco frío pegado en las cortinas del amanecer.

He decidido ser libre, vivir libre, y morir libre si conviene. He decidido decir las cosas que pienso, y decirlas dos veces, y que éste sea mi legado. Lo había decidido mucho antes pero lo he vuelto a decidir y con todas las consecuencias de un hombre católico y blanco de 45 años. He vivido demasiado bien para tenerle miedo a la muerte. Me llevo demasiado bien con mi muerte para que me puedan hacer el chantaje de no vivir. Doy por hecho que voy a contagiarme y que ni voy a notarlo, pero en cualquier caso acepto la moneda al aire. Mi mesa y yo somos el pecho desnudo de Marianne guiando a la República. Mi mesa y mis sillas somos una manera de decirte que si te escondes no mereces el esplendor de cada día. Ni de cada noche ginebrosa.

Entiendo, comparto y agradezco la prudencia de mis padres y de mis suegros y de los demás incluidos en los “grupos de riesgo”. Pero en los plausibles, el miedo -y esta es la gran lección de la pandemia- no es de cobardes, sino de infelices. De mediocres. De pobre gente que no ha sabido hacer honor a los dones de Dios y que ahora las dificultades les pillan con el pie cambiado. El pie cambiado de los deberes por hacer. Los deberes de la alegría, de la gratitud, de ser un hombre. Un hombre sonríe. Un hombre embiste. Un hombre paga. Un hombre se queda en la ciudad y es de señoritas aficionadas correr a la provincia a guarecerse.

Me he comprado una mesa para la terraza y desfilan mis amigos cada noche. Cuando ya todo está cerrado, abre la libertad en mi casa. Sur le Pont Neuf j’ai rencontré/ mon autre au loin ma mascarade. Si vamos a caer, que sea con honor, aunque que creo que caerán mucho antes los apologetas del fin del mundo. El sábado vi en TV3 a Oriol Mitjà, el jove infectólogo que en marzo nos prometió una vacuna en 21 días, con el conocido resultado. Parecía muy triste, la cara del vencido, la cara del incómodo, la cara de la promesa vacía. La cara de quien promete sin Dios y acaba viviendo sin esperanza. Yo he engordado desde que nos soltaron y es una lástima porque de verdad había adelgazado: pero me miro en el espejo y estoy mucho más contento y mi cara es el reflejo de mi amor por la vida, por la libertad, de mi mesa y de mis sillas. También estaba el doctor Trilla, otro infectólogo, con sus lecciones de pacotilla, sus medias verdades, sus medias mentiras -a mí este me ha mentido en la cara- y también derrotado por la vida con su cara de hámster que cree que corre y sólo da más vueltas en la rueda. Yo al doctor Simón no lo conozco, pero estos dos que se las dieron de druidas es espantoso el ridículo que han hecho, es vergonzoso cómo han tratado a la vida y el lío de faldas que han tenido por estar celosos el uno del otro. Hay señoras que se tiran del moño y su espectáculo es mucho más digno que el de semejantes doctorcillos jugando al héroe de Cataluña. En un país normal les darían, en el mismo sanatorio, habitaciones contiguas. Viéndolos en la tele me pregunté en qué momento renunciamos al electroshock para tratar el gótico falso de tanta señorona afectada.

La libertad es una decisión, como el quinto gintónic. Y una voz que te dice, pareces cansado, y aún no ha salido ni el sol. La libertad es una decisión, como mis amigos y yo frenteando en mi terraza a las ratas. La cara del doctor Mitjà en TV3 era un detallado mapa de mi reverso, de mi contrario. Lo otra loca con su retórica del “voy a pontificar sobre lo que no sé” era un resumen de todas las derrotas de Cataluña. La libertad empezó por una piedra. Tu es Petrus. Y tú eres mi mesa. Claro que hay mal, y malos. Y por supuesto que hay buenos, aunque seamos imperfectos. Somos los buenos y vamos a ganar.

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