Yo he recibido pocas amenazas que haya tomado en serio. Gracias a Dios, muy pocas. Cuando ha sucedido, he acudido a la Policía, un par de veces me pusieron un sistema de discreta vigilancia durante algunos días y nunca llegó a pasar nada. No se me ocurrió escribirlo precisamente porque era serio, y porque en una democracia de estas cosas se encarga la autoridad y no el circo. Bien, la presidenta lidera todas las encuestas. Incluso las propagandísticas del otro bando. Las cosas están así: cualquiera que no quiera engañarse sabe que si las elecciones se celebraran hoy, Ayso obtendría más votos y más escaños que toda la izquierda junta.
Y como dice siempre mi célebre amigo Joaquín Castellví, en España no existen las casualidades.
Desde que Felipe lo dejó, siempre que la derecha está en disposición de ganar, la izquierda, a falta de un proyecto de sociedad creíble que ofrecer, intenta sabotear la normalidad democrática con toda clase de artimañas. Estas supuestas amenazas son tan oportunas que más bien parecen oportunistas. No sería la primera vez que Pablo Iglesias, para llamar la atención, se hace la víctima. Todo el mundo recuerda aquel drama que organizó en Asturias por algo que al final no era tanto, ni de hecho era nada. La exhibición mediática, la impúdica pantomima de la SER, esta exageración de llamar facista a Vox y más siendo tú la infamia totalitaria de Podemos, todo suena a la farsa que nace siempre de la irrealidad, y al vodevil que nace de la farsa. Por cierto que ver en lo que ha quedado Àngels Barceló es toda una posdata.
Lo único extremo que existe en España es la izquierda y cuando las amenazas vienen “a la carta”, es que hay más “a la carta” que amenazas. Los que las hemos sufrido de verdad, nunca las hemos banalizado, y hemos dejado que se ocupara de ellas quien se tenía que ocupar, hasta estar seguros de que quedaban completamente neutralizadas.
Si esta vez la izquierda no tratara de hacer trampas para adulterar la democracia, sería la primera vez en su historia, salvo el paréntesis de los años de Felipe González. Y ya les dice Joaquín que no, que en España no existen las casualidades.
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