Salvador Sostres el 08 feb, 2019 La serie sobre la Reina de Netflix explica que Churchill pintaba recurrentemente el estanque que hizo construirse en la mansión donde fue a vivir cuando falleció su hija pequeña Marigold. Volvía siempre a pintarlo pero nunca conseguía explicarlo del todo. Algo profundamente turbador se reflejaba para él bajo sus aguas y era la callada desesperación, el terrible dolor por la pérdida de Marigold. Yo también vuelvo siempre al estanque turbador, a las aguas de mi espanto. La muerte aún no me ha rozado y soy el padre más feliz de la Tierra pero también habitan los monstruos bajo las aguas de mi estanque, las ausencias, los desgarros, lo que se rompió y traté de enterrar y vuelve siempre a reflejarse bajo el agua, siempre moviéndose, a veces haciéndome creer que se ha ido para no volver, pero volviendo invariablemente y en las formas más extrañas y espeluznantes. Y por eso nunca puedo acabar de pintar, de explicar, de vaciar el estanque. Vuelvo obsesivamente a él y algunas noches como un sonámbulo toco el agua. Si estuviera despierto no me atrevería a acercarme tanto. Es el único sueño que cuando despierto es más verdadero que lo que hay. A veces creo que me he acostumbrado a vivir con mi estanque, y que he descubierto la distancia exacta desde donde poder mirarlo para que no me haga daño. Pero vuelve el dolor tarde o temprano, y cambia el monstruo de cabeza y cambia la forma misma del estanque. De entre todas las criaturas que he visto reflejadas en su agua, la más pavorosa es la de mi cara, la de mi verdad más brutal desatada anunciando la llegada del día en que ya ni una poco podré controlarla. Los que alguna vez hemos descendido al infierno del yo, sabemos que no hay nada más devastador que un hombre pueda temer que la parte oscura de su propio ser. Nunca está en calma mi estanque. Naadan y se arrastran mi oscuridad y mis fantasmas en el fondo del estanque. Mi miedo, mi angustia, lo que se mezcla con el fango y en él me hunde cuando intento sostenerlo y limpiarlo para ver qué es. Vuelvo a mi oscuridad e intento pintarla, contarla, como si con las palabras y los colores pudiera alumbrarla y dormir junto a ella por fin sin sobresaltos. Nunca he huido de ti, nunca te he descuidado. A nada le he prestado tanta atención como a tus formas cambiantes bajo el agua. Nunca te he maldecido ni te he odiado. Has sido mi único gran amor y a todas partes te he llevado. Hasta con mi hija, por tu negra insistencia, aunque tantas veces te pedí que con ella no me molestaras. Sólo te supliqué que me acogieras, que me mecieras, que el monstruo se conformara con haberme ganado sin quererme hacer cada día un poco más de daño. Nunca me has concedido nada, nunca he podido asomarme sin quebranto a tus aguas. Nunca has dejado que ningún trazo, que ninguna palabra me calmara. Te he dado mi mejor amor y tú sólo me has devuelto la angustia encaramada, el terror quintuplicado de ser, los pasos en la noche que traen el desastre, el grito tan profundo y amargo que no encuentra la voz desoladora que le hace falta y prefiere en silencio hundirse hasta el fondo de tu respiración, donde duele de verdad, para poco a poco irte dejando sin aire y sin luz y sin nada. El único muerto que hay soy yo en el fondo de mi estanque. Todas mis muertes simultáneas, todas mis calaveras reflejadas en el agua. Vuelvo siempre a mi estanque y por eso soy el hombre más alegre, más simpático de España. Porque he visto el autorretrato de mi estupor a la intemperie, porque he sentido el pavor de quedarme a solas con mi verdad armada hasta los dientes, porque sé que sois más débiles y más ciegos y más insufriblemente arrogantes que yo, y Dios me pidió que os cuidara y mientras se me ocurre qué hacer os he traído este fulgor, la carcajada que atraviesa galopando la madrugada y algo de esperanza aunque sea falsa. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 08 feb, 2019