El carnet de la república catalana que ha inventado Carles Puigdemont. Los restaurantes de Madrid abiertos para cenar. Es una cosa o la otra. Es donde lleva una cosa y donde lleva la otra. Cataluña es un debate entre los que pagan por esta majadería de carnet y los que dicen que efectivamente es una majadería. Las dos cosas me parecen una pérdida de tiempo estupidísima. Mientras tanto, Madrid cena. Hace tiempo que a Madrid no es que le dé igual lo que pase en Cataluña: es que ni se entera. Madrid cena. En Barcelona los zombis salen de día y de noche resuena en el silencio el eco de nuestra insignificancia.
El debate no fue nunca entre Cataluña y España sino entre los que van a cenar y los que no sólo están encerrados sino que están encantados viendo Netflix. Y hay que decir que antes tampoco salían, porque ni sabían los restaurantes ni los podían pagar. El carnet de la república virtual del fugado de Waterloo no contrasta con la Constitución sino con Horcher abierto esta noche. No es política, es la carta de vinos. No es independencia, es traiga lo que quiera pero que lleve caviar.
Y de hay un clarísimo problema de virilidad. El macho está o no está. Abrir los restaurantes es masculino, cerrarlos es de señorita del XIX que se desmaya por cualquier procacidad. El único momento que Cataluña quiso como jugar a ser hombre le bajó la regla por cuatro porrazos en un referendo de mentirijilla. Al final no era un hombre, claro. Manchó, se puso histérica y se desmayó por unas carguitas policiales que fueron puro atrezzo, simulacro de Estado. Estado masculino, y le bastó con asomar. Que las hormonas simplemente se notaran. Y así ganó y ya.
Yo no sé por qué se ha criticado tanto este carnet, cuando en realidad es prodigioso y sirve para explicarnos: es esta futilidad, esta cursilería, este engaño de mujerzuela de saldo y esquina haciéndote creer que se ha enamorado para desplumarte. Es apasionante que Puigdemont se haya atrevido a sacarlo y es apoteósico que sus empleados digan que sirve para suscribirse a la prensa afín, para desconectarse de las empresas del Íbex y para “hacer consumo estratégico”, es decir, comprar productos de empresas significadas en favor de la independencia.
Es fundamental que este carnet exista. Si yo fuera la presidenta Ayuso compraría miles y colgaría uno en la puerta de cada restaurante madrileño con esta frase escrita debajo: “piense que podrían habernos cerrado”.
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