Es así como deben hacerse las revoluciones: de arriba hacia abajo, desde la jerarquía, desde el poder. La élite guiando a la turba y exigiéndole valor y sacrificio. La promesa de ningún derecho y todos puestos ante el deber de ser libres. Por eso está bien que el principio del fin de Pedro Sánchez haya empezado en el barrio de Salamanca. El independentismo quiso hacerlo al revés y sólo halló el fracaso. Sin embargo la derecha tiene que aprender a no parecer fascista. Lo es de fondo mucho menos que la izquierda pero cuando se suelta hace el ridículo y pierde el crédito de cualquier idea. Los que más se beneficiarán de la revuelta de Salamanca son los que se oponen a ella. El izquierdismo siempre llega tarde a comprender lo que sus líderes les engañan y perjudican, pero manifestarse sin respetar la distancia social o liándose a palos de golf contra el mobiliario urbano es regalarle la posición a Podemos y perpetuar a los socialistas el poder. Nos condenaremos a Sánchez e Iglesias por mucho tiempo si preferimos el desahogo de hacer el indio que obrar con mesura, contención e inteligencia. No critico los defectos que no tengo y confieso que también yo pierdo a veces la paciencia y algunos de mis artículos serían mucho mejores con un par de palabras menos. Al fin y al cabo la verdad es eufórica y mentir requiere ser mucho más disciplinado: por esto la izquierda es meticulosa y lo que tiene de inmoral lo tiene de brillante en su propaganda y su puesta en escena. La derecha se pierde en la calle: se nota que no le gusta, que está enfadada e impaciente. Pero tal como en el amor quererse no es suficiente, en la política no basta tener razón ni mejores ideas que tu rival. Hay que ganar las elecciones moviendo a la masa de aquí para allá, hay que convencer a una gente acostumbrada a lastimarse con las más estúpidas decisiones de que por una vez no se deje llevar por sus bajas pasiones y vote con una inteligencia de la que por lo general carece. Si existe algún modo de lograrlo, seguro que empieza en el barrio de Salamanca, pero está igual de claro que no puede terminar en los desmanes de los cuatro exaltados que luego la izquierda exprime para agitar el fantasma de la dictadura. Si la derecha no es capaz de entenderlo, de exigirse un poco más y de controlar lo que en su nombre se dice y se hace, merece que un Chávez cualquiera le expropie el barrio
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